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A todos los lehendakaris, antes de que juren por primera vez el cargo, se les presupone un rol, un carácter, que pocas veces acaba correspondiéndose con la realidad. Pongamos como ejemplo a los tres últimos nacionalistas. A José Antonio Ardanza le definía Ramón Jáuregui tras ... su fallecimiento en abril como «líder a su pesar»: un hombre de aspecto gris que tuvo que poner paz en un PNV recién escindido, pero que acabó protagonizando alguno de los hitos más relevantes de la historia democrática vasca, como, sobre todo, el Pacto de Ajuria Enea. Juan José Ibarretxe, que pasaba por ser un hombre de números, se destapó como el mayor líder carismático –y mesiánico– que haya tenido nunca el soberanismo vasco y, quiera o no, será siempre recordado por su plan. Iñigo Urkullu, un político de libro que venía ya de ser el máximo referente del partido, arribó a Ajuria Enea en plena crisis económica y en minoría, por lo que se autoimpuso, tras rescatar los gobiernos de coalición con el PSE, la tarea de desinflamar el clima político y mejorar los indicadores de calidad de vida.
Ahora, Imanol Pradales, que será investido lehendakari este próximo jueves y jurará el cargo el sábado en la Casa de Juntas de Gernika –el mismo día que se desvelará su Gabinete, en el que, como ha adelantado EL CORREO, el PNV mantendrá las carteras más conflictivas –, tiene ante sí una página en blanco. Un relato político por escribir casi desde cero y un perfil de líder que construir con su partido en horas bajas tras el batacazo de las europeas y sin banderas claras que levantar en esta Euskadi que vive mejor que nunca pero expresa más descontento.
Baste un dato del que Pradales y su núcleo duro habrán tomado buena nota, los datos del INE sobre calidad de vida. En el último informe, Euskadi se encaramaba al quinto lugar en el ranking de comunidades autónomas donde mejor se vive y al primero si se tenían en cuenta sólo las condiciones «materiales», pero descendía a los últimos puestos cuando se preguntaba por la gobernanza, con escasa confianza en las instituciones y en la clase política. «Tras la pandemia, todos los gobiernos hemos tenido que lidiar con una sociedad más individualista, más exigente, que vive mejor pero se queja más y ejerce más presión sobre sus gestores. Y Pradales tendrá que tenerlo en cuenta a la hora de elegir los temas centrales en los que enfocarse», analiza un alto cargo gubernamental.
No lo tendrá fácil. Por varias razones. Su bagaje como diputado foral le avala como gestor pese a su escasa proyección pública. Sigue siendo un gran desconocido. Y desde que ganó las elecciones del 21-A, salvo por alguna intervención en la campaña de las europeas, ha estado desaparecido, volcado en el diseño de su Gobierno y de los cimientos –discurso, equipo, prioridades políticas– que lo sostendrán. Apenas ha trascendido nada de ese proceso, que ha pilotado con extrema discreción acompañado por sus incondicionales –sobre todo, su ex director general de Infraestructuras en la Diputación, Mikel Iriondo– y en contacto con un núcleo muy reducido de la dirección del PNV.
El no haberse construido un personaje público hasta ahora le ha encasillado, desde que fue designado candidato por el EBB, en el perfil de un «Urkullu bis», por su aire más discreto que carismático. Pero, como apuntan fuentes de la ejecutiva jeltzale que han vivido codo con codo con Pradales este ínterin, «Imanol es muy distinto a Urkullu y va a sorprender». Para empezar, aseguran, porque tiene «las cosas muy claras» sobre cómo construir su liderazgo y da una importancia capital a la «comunicación política» –una disciplina en la que se ha formado– y a las redes, lo que anticipa, dicen, una pequeña revolución. «Está motivadísimo, hiperactivo y hablando con todo el mundo, con muchas ganas».
Sin embargo, y he ahí otro de los obstáculos con que se ha topado el lehendakari en ciernes, no le ha resultado fácil confeccionar un equipo a la medida de los retos que afronta. «Buscamos gente buena fuera y, claro, es un problema», conceden en el partido. La dificultad para competir con los sueldos de la empresa privada y la cada vez más turbia reputación de la política le ha granjeado, según varias fuentes consultadas, unas cuantas negativas de personas a las que quería en su Ejecutivo. Los nombres que han sonado para un plantel totalmente renovado que conocen sólo tres o cuatro personas y que se guarda bajo siete llaves –Lorea Bilbao, Ainara Basurko, Imanol Lasa– son dirigentes con carné de partido, con más experiencia que brillo.
«Flaco favor»
Y el peso político y el prestigio serán importantes en este Gobierno, porque de sus logros dependerá que Pradales logre lo que se espera de él, que se eche el partido a la espalda y «fortalezca» la imagen de marca del PNV, devaluada por la trayectoria descendente que marcan los resultados de este extenuante ciclo electoral –municipales y forales, generales, autonómicas y europeas en un año– y por la imposibilidad de movilizar a una parte muy significativa de su electorado tradicional.
En el EBB recalcan que, de los cuatro comicios, «hemos ganado los dos de casa» y rechazan medidas drásticas –en algunos batzokis se ha llegado a pedir la dimisión de la ejecutiva en pleno– porque «le harían un flaco favor a Imanol, que necesita un contexto de tranquilidad». La dirección jeltzale cruza los dedos para que un hipotético final abrupto de la legislatura de Pedro Sánchez y unas nuevas elecciones generales en otoño no alteren sus planes. «La gran batalla será en el 27 (municipales y forales) y hasta entonces Imanol tiene tres años para consolidarse», apuntan. Si la bicefalia tendrá a Andoni Ortuzar como contraparte o a otro presidente del EBB es aún una incógnita, a la espera de que se convoque, probablemente después de que se aclare el embrollo catalán, la Asamblea General jeltzale.
Otros lehendakaris no tuvieron más remedio que volcarse en la pacificación, en restaurar la convivencia dañada tras décadas de terrorismo de ETA o eligieron liderar desde Ajuria Enea el desafío soberanista. Pradales, que dejará al Parlamento la tarea de acordar el nuevo estatus, no tendrá ninguno de esos asideros y deberá cimentar su liderazgo en la parcela más resbaladiza, la gestión. En, sobre todo, acabar con el descontento ciudadano con Osakidetza, encauzar los conflictos en la Ertzaintza, recuperar la excelencia educativa... Incluso, abordar la siempre delicada gestión de las ayudas sociales, lo que le forzará a definir una línea ideológica, una tarea no siempre fácil en un Gobierno de coalición. Un terreno complicado para que un liderazgo eche raíces pero también una oportunidad. Llega, ahora sí, la hora de la verdad para Imanol Pradales.
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