Visto el «adelanto para Prensa» del acuerdo de gobierno en que se sustentará el Ejecutivo de Imanol Pradales, caben varias reflexiones. La más obvia, que el pacto PNV-PSE se parece a esos medicamentos que se van liberando en el organismo de manera paulatina para ... maximizar sus efectos. El primer avance, hecho público en las veinticuatro horas siguientes al cierre de las urnas europeas, era apenas un puñado de generalidades asumible por casi cualquiera que cumplió la función, con dudoso éxito como se pudo comprobar en la rueda de prensa de Ortuzar y Andueza, de desviar el debate del mal resultado electoral del PNV. La segunda píldora, la que conocimos este miércoles, se queda en la filosofía. El plato fuerte, las medidas concretas que jeltzales y socialistas proponen para asegurar el «bienestar» y el «progreso» de Euskadi, queda para este jueves y se solapará con el pleno de investidura.

Publicidad

Si esto fuera un pulso entre Imaz y Ribera, ganaría el primero

La columna vertebral del esperado discurso de Pradales serán, de hecho, las iniciativas que el futuro Gobierno ha pactado ya poner en marcha y que llevan escritas semanas. Es comprensible, por tanto, que PNV y PSE no quieran destripárselo aunque cabría suponer que presentar la candidatura a presidir un país es mucho más que desgranar una batería de actuaciones, sin necesidad de caer en la épica propagandística al estilo Sánchez. Más dudas aún suscita el argumento de no dar «munición» a la oposición para «atacar» al futuro lehendakari: ¿Acaso no están ambos satisfechos con las más de cien páginas que verán la luz por fin este miércoles? ¿Acaso no suscriben cada una de sus líneas como para poder defenderse de esos supuestos ataques? ¿Por qué entonces sacan pecho del ingente trabajo de fusión de ambos programas?

Las preguntas quedan flotando en el aire, pero el aperitivo de 25 páginas con el que nos ponen el caramelo en la boca permite ya vislumbrar dónde ha estado la pelea, qué triunfos puede exhibir cada uno de los socios y qué batallas han preferido no dar. Queda claro, por ejemplo, que el PSE ha empujado para que el PNV se trague el sapo de reconocer el desprestigio social de Osakidetza con todas las letras, una expresión que usó Andueza en campaña pero no Pradales, que prefería hablar de la «mejora» de la sanidad pública.

No es un mero detalle sino toda una carga de profundidad. Para empezar porque supone una enmienda en toda regla al Gobierno saliente. Por algo Urkullu, que no da puntada sin hilo, quiso que su último acto fuera la colocación de la primera piedra de un hospital: simbolismo nada sutil para reivindicarse y otro grado más de separación entre el lehendakari que dice agur y la cúpula que designó al que llega. También pone el listón muy alto al futuro Gobierno porque los índices de aprobación ciudadana de Osakidetza, pese a la percepción real de que la joya de la corona ha perdido su brillo, no se han hundido.

Publicidad

La necesidad de cambiar de arriba a abajo el modelo de cuidados o la reivindicación como bandera gubernamental de una ley de vivienda -la vasca- que en su día rechazó el PNV son otras pequeñas victorias del PSE para guarnecer los departamentos que previsiblemente dirigirá. Sin embargo, se adivina la mano jeltzale en uno de los aspectos troncales del programa, el que defiende una transición energética «amable» que no colisione con la «competitividad empresarial» en pos de los objetivos comunitarios de emisiones. Para entendernos, si esto fuera una reedición de la pugna dialéctica entre Josu Jon Imaz y Teresa Ribera, ganaría el primero. La defensa de los intereses de las principales empresas vascas, de los sectores de la energía, la automoción o el transporte, respira por cada poro del acuerdo. En autogobierno, ni fu ni fa, lo que ya es decir mucho. Que hablen de garantizar la estabilidad institucional aleja a Pradales, ya de partida, de aventuras de final incierto. ¿Todos contentos? Este jueves, los detalles.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad