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«Todos los que hemos estado alrededor de Sánchez tenemos la sensación de que somos un clínex para él. Nos usa, nos tira, luego vuelve a coger otro clínex. Es poco edificante». Esas son las palabras exactas de Andoni Ortuzar, pronunciadas en mayo, a las ... que se refería Alberto Núñez Feijóo cuando aseguraba, en su afilada réplica a Aitor Esteban, que siente «tanto respeto» por el PNV que jamás le utilizaría como un vulgar pañuelo de papel. Un directo a la mandíbula de su oponente que resume a la perfección la intención del candidato popular al dirigirse a la bancada jeltzale: darles donde más les duele y retratarles como un partido llevado a rastras al llamado bloque progresista (con permiso de Junts) pero incapaz de rentabilizar en votos su apoyo a Pedro Sánchez frente a una EH Bildu lanzada hacia el 'sorpasso'. Y en manos de un presidente que les abandonará cuando no les nececesite porque «Dios y leyes viejas no es que suene muy progresista». Zasca.
Podría decirse que el PNV acusó el golpe porque, en la réplica, subió a la tribuna un Esteban enfadado y más bronco que en la primera intervención –le mentó al candidato popular, como Óscar Puente la víspera, la alargada sombra de Isabel Díaz Ayuso– y visiblemente molesto por la decisión de Feijóo de darle la réplica en pack con Bildu y con un estilo sarcástico que no ha gustado nada en Sabin Etxea. «Parecía el club de la comedia», lamentan. El aspirante popular se esforzó en aclarar que no mete en el mismo saco a las dos siglas abertzales pero su intención era que se visualizase a un PNV perdido, como pulpo en un garaje, forzado a ir de la mano de la izquierda abertzale en auxilio de Sánchez. «¿Qué les une? ¿El proyecto económico? ¿La política fiscal?», espetó, en un intento de desenmascarar las supuestas contradicciones ideológicas jeltzales, esas que, como recalcó el martes, les fuerzan a asumir «las políticas de Podemos».
En el PNV no salían de su asombro por la «extraña» forma de Feijóo de «hacer amigos» y recordaban que votaron en contra de la reforma laboral y de la ley de Vivienda abanderadas por Yolanda Díaz y por los morados. También creen que yerra el líder del PP al hurgar en el pasado de Bildu porque «en Euskadi ese victimismo les da votos». De hecho, el pertinente recordatorio sobre cómo ETA asesinaba a esos miembros de la clase trabajadora que ahora defiende Bildu no supondrá la más mínima penalización electoral porque la sociedad está a otra cosa.
Sin embargo, más que un desahogo, una muestra de frustración o una 'vendetta' por el 'no' jeltzale a la investidura de Feijóo, que el PP forzosamente debía tener asumido, el cara a cara con Esteban sonó más a un intento de insuflar aire al siempre necesitado proyecto popular en Euskadi a costa de un PNV abandonado por una parte de su electorado tradicional.
Si Feijóo no había dejado suficientemente claro en su alocución que en absoluto le interesa romper los puentes con Sabin Etxea, el gesto posterior de acercarse a la bancada para departir amablemente con los diputados peneuvistas lo dice todo. El intercambio de mandobles en la tribuna obedece, más bien, a una sobreactuación teatralizada por ambas partes para justificar sus respectivas posiciones que a una animadversión real que impida 'sine die' el acercamiento.
En Génova pueden estar pensando que, en una hipotética repetición electoral en la que lograran 'comerse' a Vox, el PNV podría volver a ser un socio ventajoso. De hecho, la oferta a los jeltzales para pactar esta investidura era generosa aunque el PNV no estuviera en condiciones de aceptarla. Está por ver, sin embargo, qué acuerdo logran arrancar a Sánchez, cuánto dura la legislatura, si es que comienza, y en qué condiciones afronta el PNV las cruciales autonómicas. Porque, salvo a un Puigdemont que tiene la sartén por el mango, no parece que Sánchez esté por cuidar a sus socios con especial mimo sino que está, más que nunca, en plan 'killer' del área.
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