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Se han amontonado esta semana sucesos, aparentemente menores, que señalan, sin embargo, en una dirección inequívoca: Euskadi, por fin, ha entrado en campaña. Hasta el punto de que el candidato de EH Bildu, Pello Otxandiano, pidió ayer al lehendakari Urkullu que deje de marear la ... perdiz y anuncie ya la fecha de las elecciones. Incluso, se atrevió a aventurar que serán el 21 de abril, la hipótesis que, por otra parte, está en la cabeza de casi todo el mundo por una cuestión elemental de encaje entre vacaciones, festivos y unas europeas, el 9 de junio, de las que las vascas deberían en principio estar lo suficientemente alejadas como para que el elector no se sature.
Esa voluntad de no extenuar a un votante al que le reverberan los ecos de la polarización madrileña y que en las pasadas municipales y forales de mayo se reveló como abstencionista potencial -tras la pandemia, suele recordar el PNV, el vasco medio se ha vuelto más exigente con sus gobernantes y a la vez menos fiel a las siglas- se deja también notar en cómo Euskadi va entrando en calor de cara a las urnas. Con el freno de mano echado y a medio gas. La razón principal de tan descremada campaña es la ausencia de rodaje de los protagonistas: a la espera de la resolución del culebrón de Podemos y Sumar y de saber si Miren Gorrotxategi repite como candidata, los cuatro principales aspirantes se estrenan en estas lides. Conscientes de que es misión imposible alcanzar en tan breve tiempo la notoriedad pública de sus predecesores, han optado, más que por intentar destacar, por un aterrizaje suave que no genere rechazo. A fin de cuentas, las elecciones se ganan más por demérito ajeno que por méritos propios.
De ahí que los candidatos de las dos primeras fuerzas según todas las encuestas (el citado Otxandiano y el jeltzale Imanol Pradales) aparezcan con cuentagotas y que sus rivales en el campo no nacionalista, en cambio, hayan pisado el acelerador porque, en su caso, más que de no perder, se trata de arañar votos fronterizos que les permitan escalar posiciones. Eneko Andueza lleva varias semanas en campaña pero ya ayer presentó, con inusual previsión, un esbozo del programa electoral, en un intento de adelantarse a sus rivales y marcar la agenda, con especial énfasis en las cuestiones relacionadas con la lucha contra el cambio climático. Igualmente, Javier de Andrés ha hecho del TAV al ralentí y de la RGI sus dos principales banderas.
Por si cabían dudas, el Departamento de Seguridad, responsable de los procesos electorales, anunció este lunes su ampliación coyuntural de cara a las urnas. Y el PNV animó a sus simpatizantes a acudir a la proclamación de Pradales en Durango, el próximo día 27, un acto «importante».
En el caso de los jeltzales, hay otras señales, más sutiles, de que han puesto en marcha la maquinaria y no sólo que dejen entrever que las tres transferencias prometidas por Sánchez (Cercanías ferroviarias, homologación de títulos universitarios y acogida de inmigrantes) serán una especie de carta de presentación de la campaña, de ese nuevo soberanismo que consiste en ir vaciando al Estado de sus atribuciones en lugar de dar la matraca con el nuevo estatus, que ni está ni se le espera en los futuros mítines.
Tampoco al debate en crudo sobre la inmigración y la posible expulsión de delincuentes multirreincidentes ocupará el lugar preponderante que ya tiene en Cataluña. De hecho, las distancias que el PNV empieza a marcar con Junts, pese a su presunta pinza en el Congreso, son más que elocuentes. Igual que lo son los evidentes intentos de Sabin Etxea de desembarazarse a toda costa de la etiqueta de fuerza de derechas para un partido que se jugará en el eje ideológico más que en el personalista: ayer, Itxaso Atutxa retuiteaba una página de la encuesta del CIS que revelaba que los votantes del PNV, junto a los de Bildu y Sumar, son los que menos comulgan con la supuesta discriminación de los hombres por culpa de un feminismo pasado de frenada. «Rompiendo tópicos con datos», subrayaba. Lo dicho, estamos en campaña.
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