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En noviembre de 2011, apenas un mes después de la Conferencia de Aiete en la que ETA anunció que colgaba las pistolas, Josu Urrutikoetxea 'Ternera' fue citado en una aldea del departamento francés de Ariége (Occitania, muy cerca de Andorra), donde fue recogido por un ... coche diplomático de Noruega. En el vehículo viajaba también James Lemoyne, uno de los facilitadores del centro Henry Dunant, especializado en la resolución de conflictos. De allí subieron hasta París y durmieron en unas dependencias de la embajada del país nórdico, en una de las zonas más lujosas de la capital del Sena, junto a los Campos Elíseos.
Al día siguiente tenían más de 1.700 kilómetros por delante hasta llegar a Oslo después de atravesar Bélgica, Alemania y Dinamarca. En las casi 23 horas que duró el trayecto, ambos pasajeros tuvieron tiempo para intercambiar 'historias de guerra'. Urrutikoetxea, por su dilatada biografía en la organización terrorista; Lemoyne, un diplomático nacido en Alemania y nacionalizado en Estados Unidos, por su trabajo como mediador en las negociaciones de paz en Colombia, donde llegó a conocer a 'Tirofijo', el mítico líder guerrillero de las FARC. Además, se conocían de las conversaciones mantenidas en otoño de 2005 a iniciativa del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero. Entonces también acompañó a Jesús Eguiguren desde San Sebastián hasta Ginebra.
En Oslo, 'Josu Ternera' se reunió con David Pla 'Mintxo' e Iratxe Sorzabal 'Ezpela', considerados los últimos jefes de ETA y dos de las tres personas que leyeron una semanas antes el comunicado del «cese definitivo de la actividad armada» de la organización terrorista. Con el consentimiento del Gabinete laborista noruego, habían abierto una 'oficina' en espera de que los Gobiernos de España y Francia enviaran a sus representantes para negociar «las consecuencias del conflicto». Según ETA, el Ejecutivo socialista se había comprometido a entrar en ese proceso, que tenía que ver con el desarme, los presos y exiliados y la mochila judicial, entre otros asuntos. Era lo que se conocía como la 'Hoja de ruta resultante'. La presencia del histórico Urrutikoetxea, al que se había enrolado meses antes, era para dar consistencia a la delegación de cara a los mediadores internacionales.
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La hoja de ruta, sin embargo, se vio alterada por la decisión de Zapatero de adelantar las elecciones generales. Los comicios estaban previstos para marzo de 2012, pero en el verano de 2011 el presidente socialista las fijó para noviembre de ese año. El día 20 el PP obtuvo mayoría absoluta (186 ecaños), gracias a 10.867.344 votos (el 44,63%). El Gabinete socialista había permitido la llegada de las personalidades internacionales para arropar la ceremonia de Aite, pero se quedaba sin margen de maniobra para ir más allá. Zapatero pasó los trastos a Rajoy y le puso al día de la letra pequeña del proceso.
La delegación de ETA comenzó a impacientarse porque nadie llamaba a su 'ventanilla', salvo los mediadores ya conocidos (Ram Manikkalingan y Jonathan Powell, entre ellos) y algunos exmiembros del IRA para instruirles en las técnicas de negociación. Los días pasaban en el pequeño pueblecito donde habían sido instalados, a hora y media de Oslo, en una de las riberas del fiordo Tyri, en la región de Ringerike, un lugar paradisiaco con una gran belleza natural. Muy cerca de allí, en la isla de Utoya, un ultraderechista había asesinado a 77 personas unos meses atrás, un episodio que les pudo servir en su larga espera para reflexionar sobre los peligros del extremismo y las ideas que siembran la violencia.
En diciembre de 2012, un año después de Aiete, los miembros de ETA recibieron, por fin, la visita de un representante cualificado de San Egidio, institución católica que había participado en numerosos procesos de paz por todo el mundo, también en Euskadi, y cuya actuación siempre ha sido considerada como una diplomacia paralela del Vaticano. Se trataba de una iniciativa unilateral de la organización eclesiástica, empujada «por la responsabilidad» para abrir un canal de comunicación, poner orden en un proceso que todavía tenía muchos flecos sueltos y garantizar la disolución definitiva de la organización terrorista. Ni les llamó ETA, ni les 'contrató' el Gobierno español, pero reactivaron los contactos que mantenían en ambas partes sin pedir permiso a nadie.
En ese momento uno de los responsables de San Egidio en Madrid era (lo sigue siendo) Jesús Romero, un catedrático de Lengua y Lingüistica Inglesa de la Universidad Autónoma, que compagina su labor docente con la atención en una parroquia a los más pobres y desfavorecidos de la capital española. El profesor gestionó en 2008 las conversaciones de paz entre la guerrilla maoista y la monarquía de Nepal y acumulaba muchas horas de experiencia en negociaciones en Mozambique, Ruanda y Angola. Tiene sólidos vínculos con miembros de la Iglesia vasca. Otra de las figuras emblemáticas de esa institución de la Iglesia católica es Matteo Zuppi, que en ese momento era el obispo auxiliar de Roma, nombrado por Benedicto XVI. El papa Francisco le ascendió luego a arzobispo de Bolonia y más tarde le hizo cardenal. Zuppi, que actuó como garante en el acto de desarme celebrado en Baiona en 2017, es un firme candidato a suceder a Bergoglio en un futuro cónclave.
Los hombres de San Egidio contactaron en Madrid con el PP a través de Francisco Martínez Vázquez, más conocido como 'Paco bomba' por la información sensible y los secretos que atesora. Martínez, en horas bajas ahora tras verse salpicado por la 'trama Kitchen' (el espionaje y acoso a Luis Bárcenas, extesorero del PP, por parte de la cúpula del Ministerio del Interior), era en ese momento jefe de gabinete de Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, y creyente confeso. Francisco Martínez, formado con los jesuitas en la Universidad Pontificia de Comillas, también es un católico practicante. Era un miembro muy cualificado de Interior, de hecho fue nombrado varios meses después secretario de la Seguridad del Estado, 'número dos' del departamento, con mando sobre más de 140.000 policías y guardias civiles.
La idea de los zapadores de San Egidio era abrir una vía de comunicación entre ETA y el Gobierno del PP, pero no trasladaron ningún mensaje concreto. Interior les dejó hacer y ETA se dejó querer. Según algunas fuentes, una de las incógnitas que en ese tiempo pesaban era la posición de un grupo de etarras disidentes, contrarios a la disolución, y que se habrían estado moviendo para conseguir armas en los mercados habituales. En la izquierda abertzale siempre se ha hablado de «media docena de locos que nunca han manejado armas».
En San Egidio, acostumbrados a estas situaciones complejas, se pretendía aportar su experiencia para llegar a un alto el fuego definitivo, al final de la historia, porque todavía había que convencer a más gente. Y para que no se produjera una vuelta atrás en el escenario que se había abierto, en el que se actuaba con mucho vértigo. Era la primera quincena de diciembre de 2012, justo cuando Urkullu recuperaba para el PNV la lehendakaritza, que entonces ocupaba el socialista Patxi López.
David Pla aseguró tres años después que «el Gobierno español envió un intermediario para reunirse con nosotros con la orden de abrir una vía 'estable, duradera y discreta'. Nos reunimos con el intermediario y le pedimos que el Gobierno español esclareciera su interés en abrir esa vía, porque no traía mensaje alguno. Volvió a Madrid y ¡el Gobierno no quiso reunirse con él! Fue asombroso. Se puede pensar que alguien rompió la vía, pero según nos dijo el intermediario, Rajoy estaba al corriente».
Josu Urrutikoetxea, por su parte, reveló que «un alto cargo del Vaticano, se presentó en una de las reuniones diciendo que el Ministerio del Interior español, Fernández Díaz, le había llamado y que había ido a Oslo con una pregunta. La pregunta era si nosotros estábamos dispuestos a hablar. Nosotros que sí, como no, que llevábamos un año esperando. Recibió nuestra respuesta y nos dijo que se la transmitiría a Madrid. Después no hubo ninguna respuesta. No se qué pasó».
San Egidio intervino en nombre propio, aunque la iniciativa se conocía en algunas instancias del Vaticano, la Secretaría de Estado que siempre ha estado informado. Tampoco representaba a Interior, que también conocía aquel paso. En Madrid había dos polos, uno era el Ministerio del Interior y el otro era Moncloa (el Gobierno). En su libro de memorias 'Cada día tiene su afán' (Península), el ministro Jorge Fernández se refiere a aquellos movimientos como «cantos de sirena». Ese mismo mes de diciembre, el día 10, Mariano Rajoy había viajado a Oslo para asistir a la ceremonia de la entrega del Premio Nobel de la Paz a la UE, una ocasión de oro para un gesto. El presidente del Gobierno no movió ficha. Para entonces ya sabía que el Ejecutivo francés había trasladado a los intermediarios que París no pasaría por la 'oficina' de ETA. Algunas fuentes creen que fue Jorge Moragas, jefe del gabinete de Rajoy y coordinador de Relaciones Internacionales del PP, quien cortocircuitó aquella iniciativa. «Era el que hacía y deshacía», asegura un interlocutor. La vía de comunicación entre ETA y el Gobierno del PP no llegó a abrirse nunca.
Con el proceso encallado, el Gobierno noruego no podía seguir siendo el anfitrión. David Pla, Iratxe Sorzabal y Josu Urrutikoetxea salieron de Oslo a mediados del mes de febrero de 2013. Lo hicieron por separado, los dos primeros unos días antes, y con todas las garantías. 'Josu Ternera' lo hizo con pasaporte diplomático. Regresó a Durban-sur-Arize, una aldea de los Pirineos franceses. Seis años después, el 16 de mayo de 2019, fue detenido en Sallanches, en la Alta Saboya, a la sombra de los Alpes. Pla y Sorzabal fueron capturados el 22 de septiembre de 2015 en Baigorri en la 'operación Pardines', con Francisco 'bomba' como viceministro de Interior y responsable del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado. En Madrid, tras la operación frustrada de Oslo, tres encapuchados forzaron las instalaciones de San Egidio. No buscaban dinero, pero la comunidad religiosa archiva cuidadosamente sus documentos, siempre encriptados. En febrero de 2017 ETA envió una carta al Vaticano anunciando su decisión de «desarmarse», que luego escenificó en una ceremonia apadrinada por el entonces arzobispo Matteo Zuppi. Uno de los cardenales papables.
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