El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

En cuanto los líderes del independentismo catalán salen de España, se cambian el look. En cuanto Puigdemont se fugó a Bruselas se recortó el flequillo que hacía nuestras delicias y en estos días hemos asistido a la transfiguración milagrosa de Anna Gabriel en Ginebra. El ... fenómeno es una clara prueba de que en realidad no piensan que el nuestro sea un país extranjero, pues se mueven por él con el mismo aspecto físico que en Cataluña, o sea que no se creen ni su propia ideología. Puigdemont ejerció de Beatle de Cádiz mientras se hallaba entre las paredes de lo que Ramón de España ha llamado en un divertido libro ‘El manicomio catalán’ e incluso cuando viajaba a Madrid para denostarlo, pero sintiendo en su fuero interno que contaba con la comprensión, la indulgencia estética e incluso la complicidad de los paisanos de los que pretendía separarse. Puigdemont quizá pensaba, con sobrada razón, que estaba seguro en ese otro patio más amplio de lo que podemos denominar «el manicomio nacional».

Publicidad

No sentía que desentonaba en el paisaje español, como tampoco debía de sentirlo Anna Gabriel con su look de Frankensteina de Sallent de Llobregat, sus camisetas negras, sus anillas, sus arandelas y sus tuercas. Pero, en cuanto ha dejado el solar patrio, ha comprendido que, en un país tan libre y tolerante como Suiza, le iba a ir mejor disfrazándose de catequista de tensión baja que no ha matado a una mosca o quitándose el disfraz de cupera borroka y los rodetes pilíferos de Dama de Elche fashion. La verdad es que es difícil saber cuándo Anna Gabriel iba disfrazada o, mejor dicho, cuándo no se disfraza. Porque no es que se haya cambiado el pelo y los aretes por una melenita de maestrita bien con horquilla de Acción Católica sino que ha mudado hasta la vocecita y los modales. De ser aquella moza de la Finojosa, que se hurgaba la nariz y se olía el sobaquillo en el Parlament, ha pasado a tener serias dudas sobre si es ella misma o la reencarnación de Ana Mato.

La voz. Anna Gabriel impostaba un catalán duro y aristado para lanzar sus speeches. No decía república sino «repubilica» como Puigdemont llamaba a Rajoy «irresponsábele». El nacionalismo catalán usa mucho la epéntesis, esa licencia retórica genuinamente castellana que consiste en alargar las palabras intercalando vocales en las secuencias fonológicas, para dar pompa y rimbombancia a su discurso. Pero donde están las raíces literarias de la «desconexión» es en Kafka. Con Anna Gabriel y su viaje a Suiza, el desafío secesionista catalán, que ya tenía tintes kafkianos con sus invocaciones al ‘procés’ y con sus ‘castells’, ha dado el salto a ‘La metamorfosis’ en una profundización sin precedentes en la obra del escritor de Praga: «Al despertarse, Anna Gabriel una mañana, tras un sueño intranquilo, se vio convertida en una chica Telva amante del Derecho, el Orden y la Ley».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad