José Luis Veiga, junto a sus dos hijos. Álbum familiar

«Mi vida se rompió. No sé cómo habría sido»

40 aniversario ·

Charo Sierra, la viuda de José Luis Veiga, cuenta la trampa que ETA tendió a los Tedax en Alegría-Dulantzi y que costó la vida a tres guardias civiles

Domingo, 6 de octubre 2024

Aquella tarde José Luis llamó a su mujer -una conferencia desde Bilbao a A Coruña- porque era el cumpleaños de su hijo y nunca se lo había perdido. Felicitó al pequeño y animó a Charo, que estaba intranquila. Extrañamente, hasta le había pedido poco antes que no fuera al País Vasco. «Es la última vez que vengo; te lo prometo».

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Luego todo giró de nuevo en torno al pequeño David, que cumplía cuatro años aquel 27 de septiembre, y «tuvimos una gran fiesta, con un montón de críos. Quedó la casa hecha un desastre». Al acabar todo, Charo se sentó un momento y se quedó dormida. «A las doce, justo cuando mataron a mi marido, pegué un bote en la silla que no te puedes ni imaginar». Estaba muy intranquila, de esa manera en que uno necesita hacer algo para sacudirse las malas sensaciones. «Me puse a recoger toda la casa, de arriba a abajo. Estuve hasta las tres menos cuarto ordenando y limpiando y dejé todo impecable. Luego, me acosté». Quince minutos después de meterse en la cama, sonó el timbre. En la puerta estaban su cuñado y otro hombre vestido de militar. No tuvieron que decir nada, ella mismo lo hizo: «Le han matado, ¿verdad?».

José Luis Veiga era sargento de la Guardia Civil y el jefe del Tedax, los expertos en desactivación de explosivos. Varios miembros del equipo se desplazaban durante dos meses a Euskadi. Iban alternando los grupos cada año. «Le tocaba a otro compañero, pero a José Luis le dio pena mandarle porque se acababa de casar. 'Mejor voy yo, pobre chaval. Voy sólo este año y se acabó', me dijo. Él siempre estaba pensando más en los demás que en sí mismo. Yo le decía que ayudaba a la gente demasiado, que pensara en él». En lugar de dos meses, José Luis Veiga había pactado con sus jefes estar uno solamente. «Se había marchado el 31 de agosto y murió el 28 de septiembre. Iba a volver a finales de septiembre, pero no me lo había dicho porque quería que fuera una sorpresa».

«En el momento en que mataron a mi marido en Álava, di un salto y desperté sobresaltada en mi casa en A Coruña»

Siempre que alguien le decía que tuviera cuidado en aquel País Vasco que inundaba los telediarios de malas noticias, respondía que él había nacido en Amorebieta y que no le podía pasar nada. Lo primero era cierto. Su padre, que fue también guardia civil, había estado destinado en el País Vasco. Además de sargento del Instituto Armado y Tedax, José Luis Veiga era abogado y trabajaba como tal por las tardes. «Se organizaba con un capitán para que le cubriera si tenía que ir a un juicio por la mañana».

En la madrugada del 28 de septiembre de 1984, ETA colocó en la localidad alavesa de Alegría-Dulantzi varias bombas trampa. Alertó de un explosivo en la vía férrea que llevaba a Elburgo y la amenaza detuvo la circulación de trenes. «Por la noche no funcionaba el 'Luis Ricardo', que era como llamaban al robot que detectaba las bombas. Pero él se empeñó en ir porque no quería que aquella gente tuviera que pasar la noche parada en el tren».

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Junto a su esposa, Charo Sierra, en una boda. Es su última foto juntos.

Sin curas

Al llegar al lugar, los GAR estaban ya desplegados por la zona. José Luis saludó a un guardia civil con el que había coincidido en A Coruña mientras otros compañeros avanzaban por el camino. Fue entonces cuando el primero de la expedición pisó un sedal disimulado entre la maleza y explotó la bomba trampa. Dos guardias civiles murieron en el acto: Agustín David Pascual y Victoriano Collado. José Luis Veiga, con heridas muy graves, llegó con vida al hospital, donde no pudieron hacer nada para salvar su vida.

A Charo le pidieron que no acudiera al funeral que iba a celebrarse en el País Vasco y que permaneciese en A Coruña con sus hijos: José Luis -de 8 años- y David -de 4-. A los niños les contó aquel día que «papá ha tenido un atentado y está muy malito». Dos hermanos de la víctima acudieron a Vitoria para organizar el sepelio. «Me llamaron y me dijeron que no encontraban curas que quisieran oficiar el funeral y me puse malísima. Les grité que me lo trajeran que en Galicia sobraban curas y las misas que hicieran falta. En aquella Iglesia estaba Setién», se duele.

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En el aeropuerto de A Coruña Charo se sintió arropada por los suyos. «Medio barrio estaba allí, conmigo, para la llegada de sus restos», agradece. «Nos metieron en una sala y me di cuenta que estaba toda la gente fuera porque aquello era una sala vip. Sólo habían dejado entrar a mis suegros y a políticos. Yo dije que si no dejaban pasar a todos, que me marchaba. Y les dejaron estar a todos». Pidió ver el cadáver antes del entierro. «Necesitaba creérmelo». Después, se lo contó a sus hijos.

Han pasado 40 años desde «aquel respingo enorme que yo pegué porque sabía que pasaba algo». Vinieron tiempos muy duros. «Mi cuñado, un hermano de José Luis, nos visitó durante diez años todos los días, al salir de trabajar, para ver cómo estábamos. Fue un apoyo muy grande», agradece. José Luis nunca se marchó del todo. «Le recordamos el día en que murió, en su cumpleaños y en su santo, que es además el día del padre. Nos acordamos siempre, pero algunos días más». Hay gente que nunca se olvida. «A mí me preguntan si he rehecho mi vida y digo que no, que he empezado una vida nueva, distinta, sin él. Aquella vida se rompió. No sé como habría sido».

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Septiembre de 2024. Han pasado 40 años. Charo Sierra confiesa que lleva «dos noches sin dormir» porque va a hablar con un periodista. Su voz está impregnada de esa calma de las mujeres que han sufrido y aprendido. Es la primera vez que lo cuenta en un medio de comunicación, aunque también lo hizo en una ocasión para la Fundación Víctimas del Terrorismo. Toma aire y se sacude los nervios con naturalidad. «Recuerdo todo perfectamente. ¿Por dónde empiezo? Era el cumpleaños de mi hijo...».

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