La madre de una de las tres víctimas mortales del atentado se aferra al ataúd de su hijo. E. C.

El día que ETA mató en Santutxu a dos policías y a una embarazada

El 4 de mayo de 1983 un cabo de la Policía Nacional, acompañado de su esposa, descubrió a seis etarras que intentaban secuestrar a un teniente en un garaje. Los tres murieron a tiros

Sábado, 6 de mayo 2023, 01:08

El asombro es inevitable cuando uno viaja a los años 80 a través de los papeles de la época. No es un tiempo tan remoto pero parece otro mundo. La primera página de este diario, el 5 de mayo de 1983, es una muestra. Bajo ... el titular «Tres nuevas víctimas del terrorismo» muestra dos fotografías de tres cadáveres sobre el suelo de un garaje. Todos ellos tienen bajo la cabeza un charco de sangre. El cuerpo sin vida que yace en el centro es una mujer embarazada de cuatro meses. El cadáver más cercano al observador está amordazado y maniatado de pies y manos.

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La escena no está tomada en una guerra lejana. Es un garaje de Santutxu, muy céntrico, cerca de El Karmelo. EL CORREO ha tenido acceso a las diligencias que se llevaron a cabo en aquel momento y que permiten reconstruir lo que sucedió hace 40 años. Eran poco más de las siete y media de la mañana del 4 de mayo del 83. ETA tenía planeado ese día un secuestro, el del teniente de la Policía Nacional Julio Segarra. «Para esta acción terrorista hicieron algo infrecuente, unieron a dos comandos para actuar juntos. Solían ir siempre separados», explica un jefe de la Policía Nacional que prefiere mantenerse en el anonimato.

Cinco etarras accedieron con un coche robado al garaje donde vivía Segarra y tomaron posiciones. Un sexto etarra les esperaba fuera al volante de otro vehículo que tenían pensando utilizar como lanzadera. Cuando llegó el teniente Julio Segarra, le encañonaron y ataron de pies y manos. Usaron cinta aislante y una cadena de hierro. También le amordazaron. «Era un hombre corpulento y valiente. No se dejó inmovilizar. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de salir vivo y forcejeó con ellos. Sabía que solo le quedaban unos días de agonía, que le iban a matar». El teniente intentaba evitar que le introdujeran en el coche donde pensaban llevárselo secuestrado. ETA quería pedir a cambio la excarcelación de varios presos, «un imposible» para cualquier Gobierno, admite el responsable de la Policía.

Mientras se producía ese forcejeo, un joven cabo de la Policía Nacional y su esposa llegaron al garaje para recoger su coche y dirigirse al trabajo. Pedro Barquero y María Dolores Ledo se habían casado en enero y ella está embarazada de cuatro meses. El policía vio lo que estaba sucediendo y sacó su arma reglamentaria. Los etarras, según recoge el atestado, dispararon primero a Julio Segarra y luego al cabo y a su esposa. A ella la remataron a bocajarro. Pedro murió empuñando su arma y aferrándose con la otra mano a la chaqueta de María Dolores.

Los etarras huyeron del lugar a toda prisa. «El ruido de los disparos provocó que tuvieran que escapar». Al salir, mostraron placas policiales -quizá de los agentes asesinados- a los guardias del garaje y escaparon. Abandonaron cerca de allí uno de los dos coches, un R-12, que sería localizado a mediodía. El dueño fue retenido durante horas por otros etarras que le llevaron a Portugalete.

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Segarra tenía dos hijos mayores, de 14 y 11 años, y tan sólo ocho días antes de que lo mataran había sido padre del tercero. El comando huyó a Francia, pero años después fueron detenidos. Fueron condenados por el asesinato de los dos policías y la embarazada y también por el feto que murió en el vientre de su madre.

El trauma

El primero en llegar al lugar tras el triple homicidio fue un policía nacional que circulaba por Bilbao en un vehículo camuflado y escuchó el aviso en la emisora. La imagen que se encontró fue tan dantesca que el hombre sufrió un trauma profundo. Fue el primero en ver los tres cadáveres. Muchos años después, pidió ser reconocido como víctima por el impacto y las secuelas psicológicas derivadas de aquella visión.

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«No recuerdo muchos secuestros más de este tipo, reclamando excarcelaciones de presos. Sólo Ortega Lara y Rupérez». El de Santutxu fue un atentado brutal pero, sin embargo, en la comisaría de Gordóniz recalcan que aquel crimen no dibujó un antes y un después. «En esa época hubo muchos atentados similares. En uno de ellos mataron a cuatro compañeros juntos. Enterramos a muchos», lamentan. La emoción se desató en el funeral, al que asistió el ministro del Interior, y donde una de las madres de los fallecidos se abrazó al ataúd y otra gritó, llena de dolor e indignación: «¡Nos matan como a perros!».

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