
«Desperté por el ruido y la ventana había caído sobre mis piernas»
14 de mayo de 2008. ·
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14 de mayo de 2008. ·
Un hijo de un guardia civil de Legutiano habla de la noche que ETA voló el cuartel con 150 kilos de explosivosQuince años. Un coche bomba. Un muerto y cuatro heridos. Tienen los datos esa frialdad inerte, una especie de frágil caparazón que se derrite al contacto humano. Juan Manuel Piñuel , 'Manolo', acababa de regresar de unas breves vacaciones en Málaga, junto a su mujer y su hijo de seis años. Era su primera guardia tras el receso. Faltaban diez minutos para las tres de la madrugada en el cuartel de la Guardia Civil en Legutiano. Había 27 personas en el interior. Cinco de ellos, niños.
Como salidos de la nada, en plena noche, dos hombres aparcaron una furgoneta Citroën Berlingo en la entrada y corrieron hasta un segundo vehículo que les esperaba. Huyeron a toda prisa, alejándose de los 150 kilos de explosivos que estaban a punto de estallar. Un guardia civil salió y enseguida supo que era un coche bomba. Se protegió de la explosión inminente tras la pared de un baserri situado a pocos metros. En la sala de comunicaciones, el guardia Juan Manuel Piñuel está dando la voz de alarma. «Salvó muchas vidas», diría con orgullo su mujer en uno de los homenajes. La explosión le costó la vida y cuatro compañeros resultaron heridos.
EL CORREO ha podido hablar con el hijo de uno de esos guardias de Legutiano, que tenía entonces 19 años. Raúl -se hizo también guardia civil y prefiere mantenerse en el anonimato- cuenta que «esa tarde habíamos estado celebrando el cumpleaños de mi padre, que es el 13 de mayo. Recuerdo dormirme y despertar por la explosión». El enorme ruido y un golpe. «La ventana del cuarto había caído sobre mis piernas. Grité y segundos después llegaron mis padres corriendo», rememora.
Cuando el humo se disipó, la estampa parecía sacada de una película de guerra. La parte central del edificio se había desplomado, habían volado las ventanas de la fachada y del patio. El techo se había venido abajo en diferentes puntos. Algunas estancias habían desaparecido. Un mar de escombros, tejas y cristales rotos llenaba el patio interior y se extendía cientos de metros en derredor de un edificio en ruinas.
En los momentos que siguieron a la explosión, la búsqueda fue angustiosa. Había varios desaparecidos. Entre ellos, un sargento que fue rescatado de una montaña de escombros donde alguien escuchó unos leves gemidos. Cuando sus compañeros lograron retirar las piedras sobre su cabeza, sus primeras palabras fueron para preguntar por su mujer. «Tranquilo, ella está bien», le tranquilizaron. Lo retrató en la crónica publicada al día siguiente en este diario el periodista Óscar Beltrán de Otálora. Un trabajo que le valió el premio de la Fundación Víctimas del Terrorismo.
Los agentes usaron los cascos antidisturbios para protegerse durante las labores de rescate en un clima general de pánico. Se instalaron focos para alumbrar la búsqueda. Los árboles que había a la entrada estaban arrancados de cuajo. De la furgoneta bomba no quedó nada. «Está pulverizada», dirán los desactivadores. Una vivienda cercana, en construcción, fue borrada del mapa.
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Los padres de Raúl, que es hijo único, tuvieron suerte. «No les pasó nada grave, al margen de las secuelas psicológicas. Mi padre perdió audición». De aquella noche, él sólo recuerda «el humo cubriéndolo todo y que llovía mucho».
Pocos días después, un ingeniero alavés, Javier Pernía, pasó por las ruinas del cuartel y quedó impactado por una estampa «inhumana». Desde entonces, años tras año, coloca unas flores en el aniversario del atentado. Su viuda se lo agradeció en este diario hace unos años. «Me parece excepcional que mantenga viva de una forma tan generosa y altruista la memoria de lo que pasó y la insustituible pérdida de un ser que no había causado mal a nadie: 'Manolo', mi marido».
Legutiano es una de las localidades donde EH Bildu ha presentado en sus listas electorales -como número 6, en este caso- a un exmiembro de ETA condenado por asesinato. En ese caldo de cultivo, no gustó a todos el pequeño homenaje que Javier Pernía dedicaba al guardia civil asesinado en el solar. El cuartel ni siquiera estaba allí, ya que fue derruido para evitar un derrumbe accidental. Durante años, las flores que el dejaba en la puerta de acceso eran retiradas y sustituidas por pintadas en favor de la banda, unos ataques que se reiteraban anualmente y por los que acabó siendo detenido un vecino. Pese a que se barajó en varias ocasiones en los años siguientes, no hay planes de reconstrucción.
Patxi López, cuando fue elegido lehendakari, quiso que su primer acto público fuese el homenaje a Juan Manuel Piñuel. La comandancia de la Guardia Civil en Álava organiza un sencillo acto cada 14 de mayo y volverá a hacerlo hoy. Acudirá el general José Antonio Mingorance, el máximo responsable del Cuerpo en el País Vasco. Para ellos, Legutiano tiene algo de espina clavada, pero también un reverso. Las pistas que los etarras dejaron tras aquel atentado condujeron, sólo dos meses después, a la desarticulación completa del 'Comando Bizkaia', el más activo en aquellas fechas.
Los etarras huyeron a toda prisa en un 'Peugeot 306' rojo, que abandonaron con un dispositivo compuesto por un temporizador y dos garrafas de gasolina. El objetivo era borrar su rastro. El dispositivo falló y la Guardia Civil pudo recuperar restos epiteliales en la llave del vehículo, que se muestra aquí por primera vez. Los resultados de ADN señalaron a Aitzol Iriondo, entonces jefe del aparato militar de ETA. Es una de las pistas que condujo el 22 de julio de 2008, gracias al grupo de Información de la Guardia Civil en La Salve, a la desarticulación del 'Comando Bizkaia'. Fueron detenidos en aquella operación una decena de etarras, entre ellos los autores del atentado de Legutiano.
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