Saturnino Orbegozo despertó aquella mañana sin saber que sus secuestradores habían decidido matarle. Llevaba 46 días en manos de ETA (PM) VIII Asamblea, desde que dos desconocidos le habían abordado poco después de subir a su coche, cuando salía de misa en Zumarraga. La banda ... había exigido a la familia del industrial siderúrgico un rescate millonario y las conversaciones estaban rotas. Aquel último día del secuestro -aunque quizá él también lo desconocía-, las pescaderías estaban llenas y muchos vecinos compraban champán a última hora. Era Nochevieja. La última noche de 1982.
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Nada de todo esto debía preocupar demasiado a Saturnino Orbegozo cuando abrió los ojos en una borda situada en la falda norte de un pequeño monte cercano a Donamaría, en Navarra. Nada, salvo un gesto, que debió colonizar todos sus pensamientos en las horas siguientes y le hizo temer por su vida. Aquella mañana, mientras el mundo desayunaba a la carrera, los dos secuestradores se habían quitado la capucha. Dejaron que Santiago Orbegozo, de 69 años, viera sus caras. Y él pensó que no cumpliría los 70. Se equivocaba.
Nadie sabe, 40 años después, quién hizo la llamada que salvó la vida a Saturnino Orbegozo. El sargento de la Guardia Civil Pedro Guerrero, de 88 años, la recuerda perfectamente. «Yo estaba destinado en el puesto de Echalar. Habíamos salido a tomar un café para despedir a un compañero y, al volver, el guardia de la puerta nos contó que habían recibido una llamada anónima que decía haber visto gente extraña en una borda de Donamaría». El comunicante aseguró que había visto en días anteriores a dos jóvenes y un hombre mayor envuelto en una manta. Colgó rápido.
El sargento, junto a otros seis guardias civiles, se dirigió a inspeccionar el lugar. «Las bordas suelen estar abiertas por un lado para que entre el ganado, pero en este caso estaba cerrada. Dimos unas vueltas y no se veía nada raro. Al final, en unas matas cercanas, encontramos muchos excrementos humanos y en el lavadero vimos restos de que habían fregado platos», recuerda Guerrero. «Volví a la borda y miré por una tronera, corriendo una cortinilla con el subfusil. Pude ver una mesa con restos de comida y tres tazas. Llamamos, pero nadie respondió. Subí al techo, que estaba a dos metros, y quité unas tejas. Empujé con el pie una estantería que cayó al suelo y entonces nos gritaron desde dentro».
- Por favor, ¡no disparen! ¡Que se rinden!, ¡que se rinden!
- ¿Quién es usted?
- Soy Saturnino Orbegozo.
Los dos etarras, ambos veinteañeros, se rindieron sin oponer resistencia. «Orbegozo había estado en un zulo bajo tierra de un metro de altura y tenía que estar agachado. Pero había llovido mucho y se había inundado de agua. Y lo habían sacado», recuerda el sargento. «Los etarras salieron temblando. Venían cubriéndose detrás de él». Allí mismo fueron detenidos los dos miembros de ETA (PM) VIII Asamblea que custodiaban al secuestrado. Los dos etarras fueron condenados, junto a un colaborador, a entre 4 y 14 años de cárcel.
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Al abandonar la borda, Orbegozo «tenía la barba espesa y mucho frío, estaba delicado de salud. Le tapamos con una manta y con el coche le bajamos al puesto de la Guardia Civil». Los propios agentes llamaron a la familia.
En torno a las tres de la tarde Orbegozo pudo volver su casa, donde le esperaban sus nueve hijos y sus once nietos. A 'Satur', como le llamaban en Zumarraga y Urretxu, le aplaudieron al llegar y en sus fábricas, que sumaban más de mil empleados, se brindó por su liberación. Las fotografías de la época le retratan entrando con gafas de sol en su casa, 'Danen Gain', en medio de abrazos y llorando de emoción, según recogieron las crónicas de la época.
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ETA (PM) VIII Asamblea -una escisión a la que llamaban 'los octavos' que continuó con las armas cuando los 'polimilis' las habían abandonado unos meses atrás- volvió a amenazar de muerte a Orbegozo ocho horas después de su liberación. Le matarían si no entregaba 60 millones de pesetas. Se lo comunicaron con una llamada telefónica a Juan Félix Eriz, otro industrial guipuzcoano que había liderado las conversaciones con la banda durante el secuestro. A Eriz le dijeron que la liberación representaba «un grave contratiempo». No era una cifra al azar. Se había manejado días antes como un primer pago que nunca se materializó.
La Prensa publicó en la primera semana de enero de 1983 que el industrial Saturnino Orbegozo y varios de sus hijos se tomarían «una temporada de descanso en Madrid». Fuentes próximas a la familia negaban, en aquel momento, que tuvieran intención de marcharse de Euskadi.
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Después de aquel día, Pedro Guerrero nunca volvió a ver a Saturnino Orbegozo. «Pasé una vez por su casa, de regreso de un viaje a Francia. Él estaba en Madrid pero me recibió con abrazos una de sus hijas. Tomamos un café, juntos, en su casa, recordando todo aquello». La llamada que hizo virar la suerte. La Nochevieja del 82. El día que Saturnino Orbegozo creyó que sería el último.
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