En el recuerdo. Diego Torrente, con Ana, sonriente, en su regazo. Álbum familiar

«Todavía no sabemos ni cómo le mataron»

40 aniversario ·

Ana Torrente, exdirectora de la FVT, cuenta por primera vez la historia de su padre, Diego Torrente, policía nacional asesinado por ETA en Pamplona en 1984

Lunes, 24 de junio 2024, 00:23

Cuando una niña de 8 años rebusca en el cajón de la habitación de sus padres suele buscar un secreto de los mayores, algo que no le hayan contado todavía por su edad. Ana Torrente, aquella mañana, encontró una carpeta con papeles amarillentos que hablaban del asesinato de su padre. Recortes de prensa, telegramas, dos sentencias y unas fotos del entierro. ETA mató a Diego Torrente el 7 de junio de 1984, hace ahora 40 años. Su hija Ana fue durante años directora gerente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Sin embargo, nunca había contado su historia. Esta historia.

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Diego Torrente era policía nacional en Pamplona y fue asesinado por ETA disparándole por la espalda. Resulta increíble que, cuatro décadas después, no sea fácil ir más allá de esa frase porque el relato se enmaraña en un sinfín de hipótesis. «No saber qué pasó en aquellos últimos momentos es muy duro», admite Ana, que tenía 3 años cuando le mataron. Ella era la pequeña de los tres hermanos. El mayor era Diego, de 10 años, y Andrés tenía 8.

Pocos minutos después del crimen, sonó el teléfono de la casa familiar y una mujer, que dijo llamar de un periódico navarro, le preguntó a su madre si sabía que se había producido un atentado. En la familia dudan de que fuera una periodista «porque fue algo inmediato y con otras víctimas ha sido habitual que se reciban llamadas de este tipo» provenientes del entorno radical o de la propia banda. «Mi madre dijo que no sabía nada y colgó». Subió a casa de un matrimonio vecino, que eran amigos, y dejó allí a sus hijos. A los pequeños les dijeron que la tele «estaba rota».

Fueron unos compañeros de la Policía Nacional quienes acudieron a su casa y le confirmaron a su madre, Ana Martínez, de tan solo 29 años, que era viuda. Su marido tenía la misma edad. «Ella sólo pensaba que se estaban equivocando. Que no podía ser. Luego, pues lo más duro que se puede vivir». Tras el shock, «ella pasó una profunda depresión, pero nos sacó adelante. Propusieron internarla y ella se negó para poder cuidarnos y trabajar. Ha sido una madre coraje y gracias a ella salimos». A los hijos les contó que su padre «se había ido al cielo» y a los dos mayores les concretó las circunstancias. Su hija, que se pasó «media infancia mirando al cielo», reconoce que «siempre supe que le habían matado, desde que tengo conciencia».

Un luto complicado

«No tener certezas sobre qué paso en los últimos momentos es muy duro para la familia»

«La necesidad de saber»

Ana Torrente tuvo acceso al sumario en mayo de 2014. «Tenía la necesidad de saber», confiesa. Le propusieron quedar un día y que Grande-Marlaska se lo explicara y ella, que es jurista, prefirió analizarlo sola en profundidad. «Fue un shock. No sólo por las fotografías de mi padre. También porque casi nada de lo que pensábamos era así».

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Hay varias versiones y la primera de ellas surge del testimonio de los etarras. Que le abordaron cuando estaba lavando el coche con la intención de robárselo y que, siempre según ellos, no sabían que era policía pero que se identificó y forcejeó. El coche fue abandonado con las llaves puestas, como detalla el levantamiento del cadáver. Otros testigos cuentan que los etarras le dispararon sin bajar del vehículo. Y el último asegura que vio a los terroristas llegar y dejar «un paquete voluminoso y que se acercó y comprobó que era un cadáver». Ni siquiera está claro si le mataron allí.

«La falta de diligencia en todo el proceso fue absoluta. La sentencia dice que las llaves no estaban puestas pero es que hay otras mil contradicciones». Nunca se entrevistó de nuevo a ninguno de aquellos testigos hasta que la propia familia, Ana y otro de sus hermanos, viajaron a Pamplona hace poco. Hablaron con varios pero tampoco lograron aclarar gran cosa. «Es muy duro no saber qué pasó en sus últimos minutos. Hace falta al menos saber qué ocurrió. Y no sabemos nada». La familia llevó a los tribunales «el procedimiento anormal de la justicia» para dejar clara «la deficiente actuación». Ni siquiera reconocieron eso.

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«He ido construyendo una imagen de mi padre con lo que me han contado mi madre y mis hermanos. Andrés dice que tiene grabado hasta el olor de la tortilla de patata que estaba haciendo mi madre aquella noche», confiesa Ana. Su «vacío mental» se extiende más allá de lo previsible por la edad y se echan en falta en aquella infancia cumpleaños o días de Reyes. Hay pocas fotos de esa época. «Supongo que, de alguna manera, he querido borrar una parte de mi vida». No fue fácil. «Mi madre tenía una mínima pensión y empezó a limpiar casas. No había ayudas. Ella nos sacó adelante con mucho esfuerzo», agradece.

«Mi madre tuvo claro, desde el primer momento, que nos marchábamos de allí. No fuimos a su pueblo natal, Puerto Lumbreras, sino a Murcia capital, para respetar la voluntad de mi padre. Había allí dos colegios y él le había dicho a mi madre que, si alguna vez se mudaban, le gustaría que fuéramos los niños a uno y yo al otro». Cumplieron.

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Hay «errores de bulto»

«En 2014 vi el sumario y casi nada era como pensábamos. La falta de diligencia fue total»

En las grandes ocasiones, Ana se aferra a un poema plastificado que le escribió su padre cuando nació. Ella y sus hermanos se vuelcan en el recuerdo de «un padre ejemplar volcado en nuestra educación» y al que «lo que más le gustaba era jugar con nosotros». El fútbol, la piscina, el ajedrez. Con ella los juegos de niños y aquel día tirados en el suelo cuando le enseñó a comer pipas.

Cada 7 de junio, los tres hermanos se reúnen y brindan en memoria de Diego Torrente. El mayor, cuando volvió del viaje de novios, sintió la necesidad de pasar por Pamplona con su mujer. Volvieron a la capital navarra hace tres años, cuando instalaron una placa en recuerdo de su padre.

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«Yo nunca he hablado de esto. No lo escondo, pero no lo había contado. De niña te estigmatiza un poco y hay niños crueles», admite Ana. «Cuando trabajaba en la FVT, admiraba cómo algunas víctimas eran capaces de contar su experiencia en los colegios. Yo nunca he podido». Lo llevaba de una manera «muy íntima y personal». En su entorno «hay personas muy cercanas que lo desconocen. Por eso he pensando mucho en si quería hacer esta entrevista».

- ¿Y por qué ahora sí, Ana?

- Porque esta vez, además de que se cumplen 40 años, queremos hacer un homenaje a mi padre. Sólo queremos eso. Recordarle.

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