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El titular es contradictorio, un oxímoron. Y, sin embargo, la historia se produce así a veces. Después de Ermua nada fue igual. Berazadi, Ryan, Yoyes, Ordóñez, Tomás y Valiente, Iglesias Zamora, Delclaux, Revilla, Aldaya, Ortega Lara y, hasta ese momento, Miguel Ángel Blanco. La lista ... de víctimas del terrorismo es el nombre de las estaciones que cada quien eligió por su impacto para decir: ¡Basta ya! La del 10 al 13 de julio de 1997 fue una Estación Términi en la que coincidieron muchos ciudadanos, el número mayor de ellos hasta entonces.
Nada fue igual luego. Y, sin embargo, menos de un año después ETA ponía sobre la mesa una propuesta que los dos partidos que sostenían el Gobierno vasco, PNV y EA, firmaron con adenda al dorso (a mitad de camino entre la 'excusatio non petita' y algún escrúpulo de conciencia). Pasado el verano vendría el Pacto de Estella, que dio lugar a la más profunda escisión social que ha conocido el país, el momento en que más cerca estuvimos del sueño de los terroristas y sus partidarios: una Euskadi con dos bandos enfrentados por la patria, no por la decencia cívica.
Todo el desgarro de aquel mediodía soleado discurriendo masivamente por Bilbao pidiendo la libertad de Miguel Ángel o las sentidas declaraciones del lehendakari Ardanza afirmando que le separaban de los patriotas asesinos tanto los medios como el fin sucedían mientras por debajo prosperaba la llamada 'vía Ollora'. Ibarretxe, después, más inconsciente que cínico, hubiera respondido con un «¡Qué tendrá que ver!». Suena brutal, pero así se produce la historia. En el canto del cisne criminal, aquellos tres o cuatro primeros años de nuestro siglo, entre las estaciones Buesa y Joseba Pagaza, Eguiguren también se veía con Otegi. Y, posiblemente, haya sido bueno mantener la línea caliente en los más oscuros instantes.
Pero la impresión no deja de ser penosa. Si no sobrevuelas como comentarista, si te sigues viendo como ciudadano indignado y doliente en 1997, en 2000 o en 2003, te da la impresión de que te engañaron, de que pensabas estar protagonizando una historia que, en realidad, era otra; o que formaba parte de otra, y luego lo has sabido.
Al final, el juicio sobre tamaña mezcla depende de cómo consideres y te ubiques en el final. Si crees que mejor haber acabado, das resignadamente por buena la doblez; si te detienes en cada una de las situaciones, te has quedado para siempre en el apocalipsis y la rueda del tiempo te habrá pasado para estas horas por encima. La historia real es así de canalla. Juegan a la vez lo que parece y su contrario. Y no es del todo malo que sea así. Ni tampoco fue inútil lo que hicimos o intentamos, sobre todo porque al final lo logramos. O, al menos, así lo pienso.
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