Aquellos fatídicos días de julio
Tonia Etxarri
Viernes, 8 de julio 2022
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Tonia Etxarri
Viernes, 8 de julio 2022
Hace 25 años, aquellos dos días de julio han permanecido grabados a fuego en nuestra memoria. El impacto que nos produjo el cruel asesinato del joven concejal popular de Ermua Miguel Ángel Blanco tuvo doble carga porque se trató de la pasión y muerte retransmitida de un inocente, como lo describió el jesuita Alfredo Tamayo. Con esa macabra cuenta atrás marcada por el reloj de ETA. Fue su respuesta a la liberación del funcionario Ortega Lara a quien las Fuerzas de Seguridad del Estado habían localizado en un zulo donde permanecía aislado desde hacía 532 días, condenado a morir por inanición. ETA buscaba venganza. Pero con la captura y el asesinato a sangre fría de Miguel Ángel, no calculó que la mayoría silenciosa, esta vez, saldría a las calles para participar en una catarsis colectiva. Antes de Miguel Ángel Blanco, ya había asesinado a 786 inocentes; después fulminó a otros 67. Pero aquel crimen provocó una movilización social sin precedentes. Se lloró en las calles y se lloró en las casas de quienes tuvieron que decidir, por voluntad ajena, marcharse de Euskadi.
Quienes ahora recriminan al PP haber cedido ante ETA cuando exigían el reagrupamiento de sus presos, suelen obviar el episodio más duro que sufrió la familia popular con Miguel Ángel Blanco. No cedieron al chantaje de quienes quisieron cambiar la vida del edil por el acercamiento de los presos. Soportaron presiones al límite. Y pagaron un alto precio porque la banda cumplió con sus amenazas.
Se habló, entonces, de aislar políticamente al entorno de ETA, es decir, a Herri Batasuna. Por primera vez los cómplices de ETA sintieron miedo de la gente. Y Batasuna respondió desafiante acusando a los partidos democráticos de manipular los sentimientos de los ciudadanos. De aquella catarsis colectiva cristalizó «el espíritu de Ermua».
Pero esa unidad duró poco. Se había producido una movilización de tal dimensión que el nacionalismo temió no controlarla y que se desatara una «marea españolista». Al cabo de un año, abandonó la unidad democrática para firmar el Pacto de Lizarra con los socios de ETA. Cambiaron el aislamiento de Herri Batasuna por el del PP y PSE.
Veinticinco años después, Marimar, la hermana de Miguel Ángel, sigue exigiendo justicia y reparación. Con más de 350 asesinatos sin esclarecer. Los terroristas sin arrepentirse de sus crímenes y sus socios políticos, desde las instituciones, dándonos clase de democracia. No se trata de poner trabas a la convivencia con la memoria de aquellos hechos traumáticos. Se trata de sentar sus bases sólidas para que el horror no vuelva a repetirse. Y, para ello, es imprescindible recordar.
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