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En estos cincuenta años ha estado tres veces con sus hermanas. Una sola vez con su padre, diez minutos sin avisarle previamente, cuando ya estaba ... muy grave ingresado en el hospital de Santa Marina. Con su madre compartió «un cuarto de hora» en Artxanda 18 años antes de que muriera. «Cuando enfermó, no pude ir al hospital de Galdakao», lamenta. Esa es la factura personal que ha pagado Mikel Lejarza, El Lobo, el infiltrado en ETA más célebre de la historia.
Es difícil hablar con él porque sigue manteniendo muy férreas medidas de seguridad medio siglo después de llegar a las entrañas de la banda, uno de los grandes hitos de la lucha antiterrorista que facilitó, además, descabezarla cuando era más fuerte. Cuando la dirección de ETA supo el engaño, no lo dudó un instante. Todas las paredes de Euskadi aparecieron empapeladas con su nombre y su fotografía bajo el lema «Se busca» y una advertencia: «El pueblo vasco nunca perdonará». La leyenda dice que, desde aquel momento, todos los etarras tenían una bala distinta reservada para él. «Me convertí en una obsesión para ellos. Y sé que para sus grupúsculos, sus cachorros que se están organizando, que ya no son ETA pero son sus hijos, sigo siendo el primer objetivo. Tengo constancia clara de que su jefecillo lo tiene claro».
Echamos la vista atrás con El Lobo y con Fernando Rueda porque juntos acaban de publicar 'Secretos de confesión' en Roca Editorial. La obra se presentará este viernes a las 19 horas en la biblioteca de Bidebarrieta. «Cuando hace unos años escribimos 'Yo confieso', hubo una parte que se quedó fuera. Todo lo que tenía que ver con el tráfico de armas y el narcotráfico. Y ahora hemos añadido una parte personal con opiniones de gente de su entorno que nunca habían hablado: su familia, sus amigos y gente del Servicio».
Cuando se le pregunta por qué nombre le gusta que le llamen, duda un buen rato. Miguel para la familia, Mikel para la mayoría, tantas veces El Lobo. Para infiltrarse, jugó a su favor «ser una persona limpia, sin pasado, no haber sido antes policía ni nada, saber euskera.. aunque tenía en contra que tuve que empezar de cero. Hizo falta mucha paciencia, que siempre ha sido mi baza, toda la vida», cuenta Mikel Lejarza. Sabe que es el más famoso, pero hubo más infiltrados. «Hubo unos cuantos e hicieron su trabajo. Pero algo te diré: hace tiempo que se dejó de trabajar con esa figura porque hay otras maneras. Los servicios y las policías ya no quieren infiltrados, salvo en el crimen organizado, que hay alguno». Fernando Rueda añade que «los hubo en la banda pero también en el entorno: en la parte política, en los grupos de apoyo en las gestoras. La derrota de ETA se ha debido en gran medida a esos infiltrados que agujerearon a la banda».
Hablamos de un tiempo sin comunicaciones inalámbricas y en que la lucha antiterrorista trabajaba de forma casi artesanal. «Yo me comunicaba con los míos echando un papelito por la ventanilla entreabierta de un coche que me marcaban con un pañuelo en el volante», recuerda El Lobo. Con todo, el sistema funcionó y lo hizo muy bien. «Sólo yo creía que podía funcionar tan bien, que llegaríamos tan lejos, pero lo hicimos». Fueron casi dos años de infiltración. ¿No surge alguna conexión emocional con alguno de ellos en ese tiempo? «Sí, entre los de ETA, con 'Pertur' y algún otro, que eran de ideas meramente políticas. A esos les entendía perfectamente. Había alguno. Otros muchos no opinaban en público porque prevalecía la defensa de la lucha armada y 'Pertur' era de los que abogaba por otra cosa y ya sabemos su final». El Lobo no duda de que «la propia banda acabó con él».
Infiltrados a destajo
Llegó un momento en que la dirección de la banda veía infiltrados por todas partes. «Fue una lucha psicológica que fuimos trabajando. Empezaron a dudar de todos. ETA se empezó a destruir a sí misma y acabó asesinando a los suyos por creer que eran policías», analiza El Lobo.
Con ese ambiente dentro de la banda, ¿no hay ningún responsable de ETA que le ponga a prueba, que le sitúe a usted ante la necesidad de cruzar una frontera que no puede cruzar? «Yo tengo las manos limpias, aunque a algunos les fastidie. Totalmente blancas. En un momento me quisieron encuadrar en los comandos operativos de Wilson, en un comando de acción, donde sólo iba a poder señalar uno o dos grupos. En el día a día les fui infectando, poco a poco. Y llegó un punto en que estaba de jefe de la infraestructura y eso es un éxito rotundo. No me achaco a mí mismo esa suerte sino a mis ángeles de la guarda». El Lobo es una persona profundamente religiosa.
En el entorno de ETA surgió en los últimos años una historia de tintes surrealistas según la cual Mikel Lejarza habría sido asesinado y quien ahora dice ser él es otro. «Se sostiene muy poco porque es algo que, entre otras cosas, nunca habría aceptado la familia de Mikel a la que damos voz en este libro», valora Fernando Rueda. Esa teoría se cimentaba en el día de la redada de 1975 en la que El Lobo y otros dos etarras huyeron dela Policía en pleno centro de Madrid. Uno escapó, otro fue detenido y El Lobo entró en una casa para llamar a un contacto identificándose. Según esta teoría, Mikel Lejarza fue detenido por la Policía y asesinado y quien dice ser él le está suplantando. El motivo de la aparición de este mito, según los autores del libro, no es otro que desgastar una figura que 50 años después sigue resultando incómoda. «Mikel se convirtió en el gran enemigo de la banda porque no pudieron aceptar nunca que un chico nacido en un baserri les engañó a todos sin tener una formación como podían tener en ese tiempo algunos jefes de ETA», explica Fernando Rueda.
Cuando se conoció quién era El Lobo, aquella mañana de los carteles, el novio de su hermana la dejó por miedo. Es sólo un ejemplo, quizá insignificante, pero la voz que responde al nombre de Mikel, Miguel o El Lobo sabe bien que su familia ha acumulado «mucho dolor y mucho miedo en estos años, sobre todo al principio porque yo estaba oculto pero podían ir a por ellos». En aquellos momentos, él no pudo ni hacerles llegar un mensaje de que estaba bien. ¿Vista la factura, sabido todo, lo volvería a hacer? «Si existieran los mismos motivos, lograr que dejara de haber asesinatos, sí. Lo volvería a hacer», zanja Mikel Lejarza. «Pero también sé que todo esto ha dejado muchas secuelas. A mi familia y a mí».
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