Elena Tejada, la única mujer policía que logró infiltrarse en ETA
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Quien fuera su jefe y su único contacto en los 2 años que pasó como miembro de ETA cuenta su historia y lo que logróLa cita es en la plaza de Fuenmayor a las once de la mañana. «Me reconocerás fácil. Me he comprado un sombrero panameño». Julio -nombre ficticio- sigue pegado a las rutinas que le salvaron la vida cuando era comisario en San Sebastián y una pieza clave de la lucha antiterrorista en la Policía Nacional. No ha sido fácil llegar hasta él y menos que acceda a hablar de esta historia. Hay un silencio impenetrable en torno a Elena Tejada, la única mujer policía que se infiltró en ETA. La factura personal que ella pagó fue tan alta que nunca ha querido hablar y no piensa hacerlo. Él fue su jefe y quien diseñó aquella operación. «Hicimos lo imposible. No queríamos infiltrarla sino que los etarras la captaran. Y lo conseguimos», recuerda con orgullo mientras deja su sombrero en una silla.
Siete años. La operación que convirtió a la agente Elena Tejada, una veinteañera riojana, en Aranzazu Berrade, miembro de confianza del 'Comando Donosti', fue un trabajo laborioso y sutil. Gracias a ella se conoció la identidad de algunos objetivos de la banda que pudieron ser protegidos, información sensible sobre la tregua de 1999 y desembocó en la detención de los dos miembros del comando, además de aportar información valiosa sobre la red de colaboradores y pisos francos. «ETA era un grupo muy cerrado, casi familiar, con muchos lazos de ese tipo. Los nuevos llegaban muy avalados. La única posibilidad es que fueran ellos quienes la captaran. Gracias a eso nunca dudaron de ella».
El personaje de Berrade estaba diseñado al milímetro. Se presentó como activista del Movimiento de Objeción de Conciencia de Logroño, lugar al que regresaba para ver a su familia, lo que permitía que pudiera ausentarse de San Sebastián sin levantar sospechas. Tenía unos abuelos en Azpeitia, la rama vasca de la familia que explicaba su apellido. Como en todas las mentiras creíbles, había parte de verdad. Esa rama genealógica existía también en Elena Tejada.
Al llegar, en 1992, comenzó a acudir a «manifestaciones no violentas, se apuntó al euskatelgi y se unió a los titiriteros de Sebastopol, donde aprendió algunos números, como el de echar fuego por la boca». Buscó un trabajo en una carnicería de gente próxima a Herri Batasuna. Comenzó a visitar a días sueltos la herriko taberna de la Parte Vieja, acompañada por los conocidos que iba haciendo. «Tienes que llegar con alguien porque era casi un gueto». Julio le pidió que «no destacara en nada, ni por arriba ni por abajo, que mantuviera siempre un perfil muy plano». Si era demasiado radical, si se involucraba por ejemplo en la kale borroka, «disuadiría a ETA, que evitaba a esa gente porque estaban quemados». Julio se lo resumía: «Tú déjate captar. No pretendas que te capten». Fue un plan a largo plazo.
El éxito o el fracaso puede concretarse en un objeto insignificante. Un pequeño trozo de papel doblado y sellado con un celo. Entregado por alguien de la herriko una mañana cualquiera de 1997. «Arantza, nos han hablado muy bien de ti. Queremos que colabores con nosotros. Si estás dispuesta, ven el sábado a las 10 horas al reloj de la Concha». Según Julio, «allí y en la puerta del Buen Pastor se hacían ocho de cada diez citas» para entrar a la banda.
Berrade acudió al reloj. Le estaba esperando el miembro del 'Donosti' Kepa Etxebarria. Le pidió que le ayudara a desplazarse varios días a Orio, aprovechando que Berrade tenía coche y carnet. Estaba intentando contactar allí con 'Txapote', pero su jefe nunca volvió a la playa que era el punto de encuentro. Etxebarria explicó un día a Arantza, como empieza a llamarla, que está reconstruyendo el comando y que necesita un piso. Ella ofrece el suyo, que tiene en alquiler. El 'comando Donosti' se instala así en un apartamento controlado por la Policía Nacional, repleto de micrófonos ocultos y con agentes a la escucha en una vivienda cercana. Pasarán por tres pisos diferentes en los siguientes dos años. El grupo se completa con Sergio Polo, uno de los etarras más buscados de la época, que regresa de Francia.
Cuando Polo cruza la muga desde Iparralde es Berrade quien tiene que recogerle en la puerta de la iglesia de Isaba. «¿Tú eres la amiga de Iñaki?», le aborda él. Es la clave. Hay una docena de montañeros por los alrededores. Ocho de ellos son policías. En una esquina, apartada pero con vistas al pórtico, está el propio Julio hablando con un superior de la Policía Nacional, ambos con ropa de monte. «Ese tío es Sergio Polo», advierte Julio. «Mis cojones 33», replica el otro. Revisadas las fotografías en San Sebastián, no cabe duda. Es él.
La convivencia en aquellos pisos controlados por la Policía fue difícil. Las tensiones entre Etxebarria y Polo se disparaban en lo que algunas fuentes entendieron como «una lucha de 'machos alfa'». Arantza tenía aptitudes pero las puso a prueba para no perder los nervios. El propio Julio la había seleccionado en un grupo numeroso de candidatos. «Introdujimos cuatro mujeres y un hombre, uno por barrio. Ellas levantaban menos sospechas». Todos fracasaron. Salvo Tejada.
Con ella supieron todo sobre los entresijos de la banda. Una mañana de 1999, Sergio Polo le explicó a Berrade que ETA iba a dejar de matar durante un tiempo. «No es una tregua, realmente, pero necesitamos parar y rearmarnos». El propio Julio transmitió aquella información al ministro del Interior Jaime Mayor Oreja. Así se acuñó el término «tregua trampa» de 1999.
Julio fue el único contacto de Elena durante toda su infiltración -siete años y dos de ellos dentro del comando-. Sólo una decena de personas sabían algo de esta operación y la mayoría una pequeña parte. Salvo él. Julio era su único enlace con la realidad. Hablaban desde cabinas y se veían, una o dos veces por semana, en salas de espera y hospitales. «Cuando alguien va a esos sitios no se fija en lo que le rodea porque está preocupado», apunta con una sonrisa afilada.
De golpe, unas detenciones en Francia pusieron muy nervioso a Polo, que quería abandonar el piso, y tuvieron que ordenar la detención de los dos etarras. Tejada les llevó al lugar donde los arrestaron y escapó a un lugar acordado. Esa noche la llevaron a Madrid. La jueza preguntó en un oficio por la mujer que había alquilado el piso y la Policía Nacional respondió que «Aranzazu Berrade no existe». El entorno de ETA, personado en aquella causa, lo supo pronto. Un leve accidente de tráfico sirvió para que su nombre real saliera a la luz. Empapelaron las calles con su cara, como objetivo de ETA, y Ardi Beltza publicó fotos de su casa y la de sus padres en Logroño. Desde entonces, ha pasado por embajadas extranjeras y nadie conoce su paradero. Tiene familia y sus hijos no saben esta historia. Quizá vaya con ellos a ver 'La infiltrada', un film de Arantza Echevarría inspirado en ella, con Carolina Yuste y Luis Tosar. Se estrenará el 11 de octubre en cines. Julio hace tiempo que no sabe de ella. «Nunca hablará. Yo se lo dije hace tiempo: Te van a buscar siempre, pero tú nunca hables».
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