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José Ignacio Ulayar Mundiñano
Jueves, 15 de agosto 2024, 01:02
Soy José Ignacio Ulayar Mundiñano, hijo de Jesús Ulayar y Rosa Mundiñano, y hermano de Jesús, María Nieves y Salvador. Con fecha 27 de junio de 1980 fue dictada por el Juzgado Central Nº 1 de la Audiencia Nacional la sentencia Nº 62-1979. La ... misma identifica, relata y dicta sentencia sobre el autor material y colaboradores en el crimen juzgado, como integrantes de la banda terrorista ETA.
El condenado era integrante de la banda terrorista vasca y asesinó a mi padre el día 27 de enero de 1979. El crimen fue perpetrado con nocturnidad, alevosía y premeditación en la puerta de la casa de la víctima, en Etxarri Aranaz, y en presencia de su hijo Salvador, de 13 años. El terrorista, condenado como autor material, estaba dotado para discernir entre el bien y el mal, pero decidió asesinar a mi padre. Y no fue un pecado de juventud (tenía 28 años de edad), sino el hecho más significativo y estremecedor de su vida.
Fue a la cárcel. Gracias a los beneficios penitenciarios de las leyes franquistas solo cumplió 17 años del total de 32 a los que fue condenado. Obtuvo en ese tiempo, sin pisar una facultad, la licenciatura en Derecho por la UPV. Para bien pensados o interesados, ese aminoramiento de condena debería responder a pruebas de regeneración y arrepentimiento, pero los hechos que expondré a continuación no lo avalan: lo contradicen. En julio de 1996 salió en libertad. Fue recibido con lo que después hemos ido conociendo como «ongi etorris» o actos de bienvenida. Voy a dar testimonio de varios encuentros que he tenido con él a lo largo de estos años.
Primer encuentro: en fiestas. En el sábado de fiestas de Etxarri Aranaz (primer sábado de agosto) fue agasajado con una comida popular por sus congéneres políticos. En este mismo día nos encontramos en la plaza del pueblo, junto al ayuntamiento, y me dirigí a él para describirlo con lo que yo siempre he considerado como una definición simple de él: «asesino, sinvergüenza, caradura». Y me explico: «asesino» por el asesinato, «sinvergüenza» porque con ninguna vergüenza se paseaba por el pueblo y por el lugar del crimen, y «caradura» por hacerlo sin ningún remordimiento, con la cara bien dura.
Envalentonado por tan pleno día de agasajo y buena mesa, en un momento dado nos encontramos y tras llamarle «asesino, sinvergüenza y caradura», me lanzó una patada al pecho al tiempo que vomitó: «hijo puta». Mi mujer y mi hijo de dos años fueron testigos de ello.
Segundo encuentro: hospital. Un día que mi hermano Jesús estaba en el servicio de urgencias del Hospital Virgen del Camino, acompañando a su suegro, se encontró con el asesino de nuestro padre, que con su hermano (cómplice también del asesinato) estaba allí. Mi hermano les llamó «asesinos» y entraron en un forcejeo que supuso un leve sangrado en el labio de mi hermano por un manotazo. El encontronazo terminó con el simulacro, por parte del asesino, de un disparo con el paraguas que llevaba.
Estos hechos, denunciados por mi hermano Jesús, terminaron en un juicio de faltas. El asesino de mi padre, ya abogado, como anteriormente he relatado, se defendió a sí mismo. No mencionaré más que un detalle. En la antesala y estando a la espera del juicio, el terrorista se asomó por esa zona, pasó ante los 3 hermanos, Jesús, Salvador y yo mismo, José Ignacio (no estaba María Nieves, la hermana), y tras avanzar hacia la sala extendió los brazos y se acompañó con un chasquido de dedos, entre la chulería y el desprecio.El juicio terminó con el sobreseimiento del caso.
Tercer encuentro: «limpieza». Cuando a primeros de septiembre de 1998, por razón de mi trabajo, acudí al Palacio de Justicia en el barrio San Juan en Pamplona, volví a encontrármelo y de nuevo le recordé lo más tristemente destacado que había hecho en su vida –asesinar a mi padre– y lo describí como asesino. Él me contestó «garbittukuaut», que en el euskera de nuestro pueblo puede traducirse como «te voy a limpiar». Podríamos convenir que «liquidar», dado el contexto de la situación. De este hecho fue testigo un periodista amigo que iba a acudir al citado juicio en el que, quien quitó la vida a mi padre, formaba parte del equipo de abogados de la acusación particular.
Cuarto encuentro: de compras. El día 30 de octubre de 2007, en El Corte Inglés de Pamplona, el individuo se percató de mi presencia y viendo que yo le mantenía la mirada extendió sus brazos y se llevó las manos a la entrepierna a la vez que me llamó «hijo de puta». Mi respuesta fue con la misma palabra que ya otras veces me había sentido moralmente obligado a dirigirle: «asesino». Hacía dos meses que mi madre, después de salir de la UCI en la que estuvo ingresada durante 6 meses, y tras larga y penosa enfermedad, había fallecido.
La escena en la galería la terminó él otra vez de forma despreciativa y chulesca: nos cedía el paso con una reverencia sarcástica en las escaleras metálicas.
Último encuentro: la maldad. De nuevo en El Corte Inglés. El día 24 de mayo de este año 2024 volvimos a encontrarnos mi mujer y yo con el asesino de Jesús Ulayar,mi padre. Él estaba en el stand de telefonía del establecimiento. Lo miré fijamente y esbozó una sonrisa. Volví a gritarle «asesino». No se inmutó. Estaba siendo atendido por un empleado. Él me vocalizó, sin emitir sonido, su injuria preferida: «hijo puta».
Le recriminé y pronuncié en voz alta su propio nombre. «Date una vuelta», me dijo despreciativamente. Volví a repetirle que había matado a Jesús Ulayar Liciaga delante de su hijo de trece años, mi hermano Salvador. Insistió en «date una vuelta». Me acerqué a un metro de distancia y pronuncié en voz alta: «¿por qué mataste a mi padre, por qué mataste a mi padre?». Su respuesta, por dos veces, fue: «los psiquiátricos están abiertos».
Este hombre que asesinó a nuestro padre nunca nos ha pedido perdón y convendrá el lector con nosotros que no debamos tener esperanza alguna de ello. Hace años que muchas víctimas del terrorismo etarra hemos perdido la esperanza y la fe en nuestras leyes y en la grandilocuencia de lo que ha devenido en huecas declaraciones de paz, convivencia y reconciliación de tanto político y gobiernos. Si han olvidado a sus compañeros y amigos asesinados, de este personal no espero ya nada más que me dejen en paz. Las víctimas jamás declaramos la guerra a nadie. No tenemos nadie con quien reconciliarnos.
Mi padre, Jesús Ulayar Liciaga, fue asesinado por cuatro desalmados cuando yo acababa de cumplir 19 años. Los cuatro terroristas, participantes en distinto grado, jamás nos han pedido perdón. Hoy cuento con casi 65 años y nunca sostuve una esperanza basada en hechos de que ello pudiera suceder. El tiempo me va dando la razón.
Termino. Si tuviera que dirigirme sucintamente al asesino, diría y digo que para conocer a las personas no hay más que darle oportunidades para retratarse y en este relato ha quedado libre de toda duda que este sujeto no ha desperdiciado ninguna de las ocasiones en las que ha podido demostrar quién es realmente. Ni rehabilitación, ni arrepentimiento desde 1979.
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