De medidas y talante
Análisis ·
En este clima electoral, las decisiones que benefician a la gente no son suficientes para ganar el voto si no se acompañan de intangibles no contablesAnálisis ·
En este clima electoral, las decisiones que benefician a la gente no son suficientes para ganar el voto si no se acompañan de intangibles no contablesGestualidad y teatralidad son hoy adornos imprescindibles de la actividad política española. Completan, junto con las medidas concretas y el relato que les da sentido, el marco en que aquella se exhibe a la opinión pública. Se infla así la política con un aire de ... vacua solemnidad que sólo persigue la boquiabierta admiración popular, aunque se expone también, si no la logra, al más estrepitoso ridículo. «Ostentóreo», habría dicho el difunto Jesús Gil, uniendo, sin querer, los dos aspectos del fenómeno: la vistosidad y la altisonancia. Lo que ocurre estos días en torno a los Presupuestos es elocuente prueba de ello. Un trámite que sólo adquiere vigencia tras su aprobación parlamentaria -el acuerdo, en el seno del Gobierno, sobre el proyecto de Presupuestos- ha alcanzado categoría de evento histórico y de noticia que acapara la primera plana de los medios. Y ello gracias a la gestualización y teatralización que lo han acompañado. Se generó, primero, el suspense -el éxito sólo llegó, tras extenuante negociación, a las 6.55 horas de la madrugada o «al alba», como enfatizara Trillo en su relato de la reconquista de Perejil- y el acuerdo se anunció, a poco de lograrse, por el presidente y la vicepresidenta segunda en una bien estudiada comparecencia en el Palacio de la Moncloa. No era mediodía y el acuerdo se volvió reproche de deslealtad y mentira. El gesto dio paso a la mueca y el teatro, al sainete.
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Y metidos ya en Presupuestos, excusaré mi poco autorizada opinión en asunto tan complejo. Sólo diré que bien está que todo haya acabado con éxito, en forma y casi a tiempo, dada la relevancia que el proyecto tiene para el día a día del ciudadano. Añadiré, con máximo tiento, lo que al ojo medio le resulta más chocante: el excesivo endeudamiento que lo lastra, el desequilibrio entre el justo reparto de la riqueza frente a su menos atendida creación y la universalidad, en lugar de la selectividad, de algunas ayudas, entre las que destacan los 20 céntimos para el combustible de la automoción particular, la gratuidad general del transporte público y las rebajas siempre indiscriminadas del IVA. Por lo demás, de las opiniones expertas que de modo tan variado como contradictorio se han expresado, me quedaré con la única en que todas coinciden, a saber, el carácter electoralista del proyecto. Me centraré, por ello, en esta vertiente estrictamente política, aunque sólo sea porque en ella la facultad de opinar es libre e inclusiva.
Toda acción política del Ejecutivo tiene tinte electoral. Pero cargar en él la mano lo convierte en electoralista. Desde tal punto de vista, cuya pertinencia en el caso no precisa demostrarse, la opinión habrá de basarse en la idoneidad de esas medidas para el logro de su objetivo. Y, a este respecto, la primera duda se suscita cuando se ve que la aprobación de las medidas no se corresponde con la que obtienen quienes las adoptan. No corren ambas en consonancia. Según las encuestas, la aprobación ciudadana de las medidas que el Gobierno adopta es abrumadora, mientras que se mantiene muy baja la que se gana para sí el propio Gobierno.
Está claro, a estas alturas de la legislatura, que este Gobierno ha puesto todos los huevos electorales en la cesta de favores dirigidos a la que ha dado en llamar «clase media (y) trabajadora», que, según sus propios cálculos, alcanza el 98% de la gente y sólo excluye a una desdeñable minoría de «ricos» y «fumadores de puros en los cenáculos de la Corte». Pero ese cálculo no coincide con el que hace el ciudadano. Pues, al margen del error que comete al considerar dicha «clase» como un bloque homogéneo de necesidades, intereses y aspiraciones, olvida también que la decisión del elector se activa por intangibles que le resultan más atractivos y convincentes que las propias medidas, sobre todo si percibe que éstas, más que ofrecérsele gratis, se usan para arrojárselas a la cara del adversario. Sirva de ejemplo la almoneda fiscal que se ha montado. Entre esos intangibles se cuentan la cercanía al ciudadano, la empatía con sus estados de ánimo, la franqueza y la sinceridad en la palabra dada, la naturalidad en el comportamiento, el respeto al disidente o la búsqueda del entendimiento entre dispares. La lista es inacabable y cada cual tendrá la suya. Pero en ninguna faltarán ni el avenimiento entre socios ni la lealtad entre compañeros. Son estos intangibles -¿el talante?- los que logran que la aprobación de las medidas vaya a la par con la que obtienen las personas que las toman.
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