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Más difícil todavía
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Los independentistas han recordado a Sánchez en manos de quién está su Gobierno y que le dejarán caer si Cataluña no avanza hacia la secesiónNadie podrá dudar a estas alturas de las habilidades contorsionistas de Pedro Sánchez. De la facilidad con la que amolda sus principios y firmes promesas a lo que más le conviene en cada momento. Sin complejos. Sin pudor. Y, más importante aún, sin que aparentemente ... le pase factura. Entre otras razones, porque con la inestimable ayuda de la oposición ha creado un asfixiante clima frentista en el que medio país perdona lo que sea con tal que no gobierne el otro medio. Sea al precio que sea.
Nadie debería dudar tampoco de su condición de 'killer' político. De su privilegiada intuición para leer el momento, mover ficha y dar pasos del todo imprevistos, temerarios en ocasiones, por muy en la cuerda floja que esté, que hasta ahora le han salido bien si por eso se entiende la satisfacción de su principal objetivo: ocupar el poder. Superando incluso las condiciones más adversas que cupiera imaginar. Un líder rocoso de colmillo afilado como no se recuerda en décadas. Un superviviente nato. El peor rival posible para quien aspire a derrocarle.
Tras los juegos malabares que ha desplegado en sus cinco años en La Moncloa, el líder socialista se enfrenta ahora a un circense 'más difícil todavía', en el que para dar estabilidad a su Gobierno habrá de sacar brillo al virtuosismo en el alambre que le permitió ser investido ayer con una mayoría absoluta tan indiscutible como frágil. Por cierto, si Rubalcaba bautizó como 'Frankenstein' a la coalición anterior, ¿qué nombre le pondría a una con los mismos socios y, además, a expensas de un fugado de la Justicia al que Sánchez prometió detener? Los independentistas catalanes, inmersos en una descarnada batalla interna, ya han dejado muy claro que la legislatura será un órdago permanente: o el presidente cumple sus compromisos o le dejarán caer. «No se la juegue», le ha recomendado ERC. «No tiente la suerte», le ha advertido Junts.
El problema no es solo que ambos socios hayan puesto ya de manifiesto en manos de quién está el futuro del Ejecutivo. Ni que hayan desmontado el argumentario buenista sobre la amnistía con el nítido mensaje de que les da igual la gobernabilidad de España porque lo que persiguen a toda costa es la secesión. El gran desafío para Sánchez es que quienes le sostienen exigen un referéndum de autodeterminación que hasta los juristas más de parte difícilmente podrán encajar en la Constitución ni a martillazos. Y que Carles Puigdemont será de todo, menos flexible.
El PNV y EH Bildu también resultan decisivos, pero su mensaje suena mucho menos amenazante. La izquierda abertzale niega un cheque en blanco al Gobierno, pero curiosamente se desconcen las contrapartidas por sus votos a la investidura. ¿Habrá compromisos más o menos inconfesables debajo de la mesa? Joseba Egibar ya sugirió algo de eso hace meses. Los jeltzales, que intentan hacerse valer, han atado su futuro a Sánchez, del que desconfían profundamente, y marcan distancias con el PP con la vista puesta en las elecciones autonómicas. «Alberto, tu motor está gripado por usar aceite Vox», le espetó ayer Aitor Esteban a Núñez Feijóo.
Un toque humorístico en un pleno que reflejó la peligrosa pendiente polarizadora por la que se desliza la política nacional. Las amenazas y el lanzamiento de huevos a varios diputados socialistas en las inmediaciones del Congreso por parte de un grupo de ultras al grito de «traidores, os tendrían que matar» hablan por sí solos de una espiral de enfrentamiento que no deja de crecer y debería encender todas las alarmas. No sé sabe muy bien a qué esperan los grandes partidos para pararla con una rebaja de la temperatura dialéctica, disparada por el exagerado tremendismo de las últimas semanas, antes de que sea demasiado tarde.
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