
«Mi madre perdonó a los etarras que mataron a mi padre y la amenazaron de muerte»
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Rafael Carriegas cuenta la historia de su padre, Modesto, secuestrado por ETA en un atraco al banco donde trabajaba y que fue asesinado ocho meses despuésRafael Carriegas comienza a leer en voz alta la carta pero no puede terminar. «Yo os perdono», concluye la misiva dirigida a los terroristas que ... mataron a Modesto Carriegas el 13 de septiembre de 1979. La publicó la madre de Rafael en EL CORREO diez días después de que mataran a su padre. En ella rebate las acusaciones infundadas que la banda había transmitido a través de 'Egin'. «No es la primera viuda que lo hizo. Hubo más en aquellos años», recuerda Rafael Carriegas. Perdonó, desde sus fuertes convicciones católicas, a quien acababa de asesinar a sangre fría a su marido y al padre de sus cinco hijos en el portal de su casa en Barakaldo. «Tres o cuatro terroristas», nunca quedó claro, a los que nunca se detuvo ni juzgó. Lo más increíble es que la banda, unos días después del crimen, amenazó de muerte a la mujer y a su familia si no se marchaban del País Vasco. No lo hicieron. «Mi madre no me contó aquella amenaza hasta que tuve 40 años». Pero ese es el final.
El comienzo se dibuja en la noche del 12 de septiembre de 1979, unas pocas horas antes de que Modesto Carriegas fuera asesinado. Era su 47 cumpleaños. Aquel miércoles, al salir de trabajar, llevó a su hijo pequeño, Borja, a las barracas. Agradeció los regalos, entre ellos un óleo con su retrato que le entregaron en casa aquella noche. Ya en la cama, el hombre compartió con su mujer una de esas preocupaciones que uno confía que se disipen nada más pronunciarlas. «Hoy creo que me han seguido». Fue una de las pocas veces que Modesto dio muestras de un temor que había ido creciendo desde que unos meses antes aceptase que su nombre fuera en las listas electorales de Unión Foral del País Vasco, una formación próxima a Alianza Popular. «A partir de ahí se siente expuesto, en el escaparate».
Aquella frase, casi premonitoria, venía a refrendar algunos extraños cambios en sus costumbres que venían notando los suyos desde el verano. «Íbamos a Lekeitio todos los años. Aquel verano empezamos a marcharnos. Un día a Mutriku, otro a Bermeo, pasaba el día entero solo». Comenzaba a temer que un atentado afectara a alguno de los suyos. Rafael recuerda perfectamente el viaje de vuelta al terminar las vacaciones. «Íbamos toda la familia en el coche y lo detuvo. Había una caja de fusibles y un cable. Aparcó a un lado de la carretera, se acercó, comprobó que no era nada peligroso y luego volvió al coche». Montó y prosiguieron el viaje como si nada, con el ruido del motor partiendo un silencio incómodo.
Cinco días después de que su nombre apareciese en la 'Hoja del Lunes' como candidato de Unión Foral se produjo el secuestro en la sucursal que dirigía. Fue el 27 de enero de 1979. ETA pretendía atracar la sucursal del banco en la que él trabajaba de director. La familia se había mudado a Barakaldo cuando le nombraron. Los etarras se hicieron con diez millones de pesetas a punta de pistola y se llevaron a Carriegas para evitar que los empleados dieran la voz de alarma. Los etarras le preguntaron cómo llegar a Bilbao y él les propuso montar en el tren. «Durante el trayecto mi padre se encontró con un conocido y tuvo que disimular». Le soltaron al llegar al apeadero de Bilbao, en el parque de Doña Casilda.
Al verse liberado, Modesto Carriegas entró en un bar para llamar a su familia. No eran todavía las diez de la mañana. Cuenta su hijo que pidió un coñac, aunque no bebía, y que intentó pagar dos veces. En casa, su madre había despertado a todos los hijos, que esperaban noticias impacientes. Aquella llamada de su padre puso fin al secuestro. «Nunca más volvimos a tener noticias del asunto. Nunca supimos que nadie fuera detenido por el robo y por el secuestro de mi padre», lamenta su hijo.
Transcurrieron ocho meses desde el asalto al banco hasta el asesinato, que permanece sin resolver. Le mataron de cinco disparos una mañana, a primera hora, en el portal de su casa, un lugar al que su hijo no había regresado hasta el día que se hizo esta entrevista. «Recuerdo a mi tía Carmen gritándonos que no bajáramos por la escalera, diciendo que mi padre se había caído». Aquella noche la madre, Merche, abrazó a todos sus hijos y se conjuró «para salir adelante, juntos».
No quiere Rafael hacer públicos los detalles del brutal impacto que tuvo el asesinato en su familia, pero admite que fue enorme, durante muchos años, en todos. Habla del frío y la soledad cuando piensa en aquel tiempo. «Mi padre era una persona muy sociable. Comía casi todos los días con alguien. Tenía cerca a sus amigos, con los que jugaba a pelota, a pala... a los bolos, donde fue presidente de la federación muchos años. Perdimos a todos cuando le mataron. Desaparecieron todos», lamenta.
Los recuerdos de Rafa Carriegas van saliendo algo deshilvanados. Desde el sonido de la maquinilla de afeitar de su padre a la lucha de su madre para sacar a cinco hijos adelante. Mientras habla, mantiene cerca la misiva de su madre. «Las cartas de las viudas, con esa idea de 'yo os perdono', fueron un vano intento para que parase aquella locura». Son fruto de un tiempo en que los asesinatos se agolpaban en las primeras páginas y los secuestros casi pasaban desapercibidos. «En 2004 me dio por recoger todas las noticias de atentados que habían salido en EL CORREO. Iba a menudo a la biblioteca foral para escanearlas». Aquella enorme colección «se perdió en unas inundaciones». La idea era «dejar constancia de lo que hemos permitido porque la sociedad vasca no se rebeló contra aquello». Le duele quizá tanto como su final de 'Aita', un libro con pinceladas biográficas sobre su padre que termina con una frase lapidaria. «A nosotros jamás, nunca, nadie nos ha pedido siquiera perdón».
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