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lorena gil
Viernes, 14 de diciembre 2018
Gerardo Arín tenía 18 años. Estudiaba COU y estaba en plena época de exámenes. Aquel día había estado en la biblioteca y sobre las siete ... de la tarde decidió regresar a casa. Allí se encontró con su madre y uno de sus hermanos. Pero también con otros dos jóvenes a quienes no conocía. «Mi hermano estaba estudiando Periodismo en Bilbao, así que pensé que serían dos amigos suyos», relata. Dejó su cazadora y sus libros y se sumó a sus familiares en el salón. Fue entonces cuando su madre le dio la noticia: «Vienen a llevarse al aita». «¿Cómo que se lo van a llevar?», preguntó Gerardo. Los Comandos Autónomos Anticapitalistas, escisión de ETA, secuestraron y asesinaron al empresario Patxi Arín en Tolosa el 15 de diciembre de hace ahora 35 años. Su caso ha prescrito. Nadie ha sido condenado.
Gerardo recuerda al detalle toda la angustia y el dolor que la banda terrorista dejó en sus vidas. «Algo así no se olvida». El fatal desenlace fue el último capítulo de la presión a la que ETA sometió a su aita, y por extensión a su familia, durante años. Desde diciembre de 1980. Un día regresaba con sus padres de Candanchú y se encontraron con una carta en el buzón. «¡Uy qué mal me suena esto!», dijo Patxi. «La extorsión era el pan de cada día y el aita conocía a personas a quienes les habían llegado esas amenazas», evoca Gerardo. «La abrió allí mismo. Después, reunió a mis hermanos -son cuatro- y nos comentó cuál era la situación. ETA iba a hacer todo lo posible para presionarle y que pagara, así que decidió adelantarse», explica su hijo pequeño, que hoy guarda bajo llave la carta. Patxi Arín tenía una empresa, Montajes Electromecánicos Arín S.A., que había cerrado tiempo atrás. «Pero gente de Tolosa iba diciendo que él se había quedado con el dinero cuando no era verdad. El aita invirtió todo en la empresa», remarca Gerardo. «Aunque lo hubiese tenido -añade-, tampoco habría pagado ni un duro. Él sabía que ese dinero serviría para matar a otras personas y no quería tener eso sobre su conciencia».
Patxi Arín viajó a Francia para entrevistarse con gente de ETA. «Les comentó que no tenía dinero y les emplazó a comprobarlo. Ellos le dijeron que si en quince días no tenía noticias, se olvidara», revela el hijo del empresario. Y así fue. Al menos durante año y medio. Creían que todo había terminado, cuando una noche pegaron tres tiros a su puerta de casa. La víctima volvió a ponerse en contacto con la banda terrorista en el país galo. La respuesta fue la misma. Si no sabía nada en dos semanas, que lo dejara correr.
Hasta el 15 de diciembre de 1983. Nueve días antes de Nochebuena. Dos miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas -«los que se ocupaban del trabajo sucio que ETA no quería hacer», describe Gerardo- se presentaron en la vivienda familiar con el objetivo de llevarse secuestrado a Patxi Arín. El empresario había ido a clases de inglés, así que llegó algo más tarde de lo habitual. «Estuvimos alrededor de media hora con los terroristas en el salón», calcula el hijo menor de la víctima.
- ¿Y cómo vivieron aquella situación?
- Ellos estaban callados. Nosotros les preguntábamos cosas. ¿Por qué? ¿Qué iban a hacer? De todo... Lo único que respondían era: 'Ya se solucionará'. Recuerdo que uno nos enseñó la pistola para que no se nos ocurriera hacer nada raro.
Durante la espera, un cliente de Valencia con el que su padre había quedado en verse al día siguiente en Madrid llamó por teléfono a casa. «Mi madre le dijo que no podía atenderle. Pero él se olió que algo no iba bien. Sabía todo lo que nos había ocurrido hasta entonces...», revela Gerardo. Al poco llegó su padre y «sin más explicaciones, se lo llevaron». «La ama quería que no se olvidara la medicación para la tensión y una pelliza que le acababa de comprar», comparte. Al cuarto hijo del empresario se le ha quedado grabada la frase que pronunció uno de los terroristas: «No se preocupe, donde va a estar no va a pasar frío». Les dijeron que no avisaran a nadie hasta pasadas dos horas. Metieron a Patxi Arín en el maletero de su propio coche y se marcharon. Pero cinco minutos después, agentes de la Guardia Civil llamaron a la puerta de casa. El cliente de Valencia, ante sus sospechas, alertó al instituto armado. Su tío, hermano de Patxi, se presentó también en la vivienda a raíz del despliegue policial. Al poco, una llamada anónima les informaba de que habían soltado a la víctima en el municipio de Irura.
La carta. «No habría pagado ni un duro porque sabía que ese dinero serviría para matar a otras personas».
En su coche. «Le identifiqué. Estaba en el maletero, con la pelliza que le había comprado la ama cubriéndole».
Gerardo y su tío fueron al cuartel de la Guardia Civil. «Tenía miedo de ser también un objetivo, ya que fue socio del aita», explica. Una vez allí, les separaron. «A él le dijeron la verdad, que le habían pegado un tiro en la nuca. A mí me tocó ir a identificarle... Estaba en el maletero, con la pelliza que le había comprado la ama cubriéndole el cuerpo», describe Gerardo.
Tenía 18 años y su vida cambió por completo. «El día que mataron al aita, mataron también a la ama. Se encerró en casa y solo salía a hacer cuatro recados y a acudir a funerales. Cogió esa afición», relata Gerardo. Él tenía pensado estudiar Empresariales, pero se le quitaron «las ganas». Decidió hacer la mili en la Cruz Roja para estar con su madre. Hoy regenta una copistería en su Tolosa natal. «Tuve muy claro que no me iban a echar de mi pueblo», afirma tajante. Sus hermanos marcharon a San Sebastián.
«Los amigos que tenía entonces siguen siéndolo a día de hoy. Pero el ambiente era complicado en los ochenta», asume. Expresiones como «algo habrá hecho» o «ese es uno de los hijos de Patxi Arín, al que ha matado ETA» eran algo habitual. Con treinta años, Gerardo se involucró de forma activa en favor de las víctimas y frente a ETA. «Antes escuchaba barbaridades como que iba a acabar como el aita. Tenía que mirar en los bajos del coche... Y cuando me podía ver la ama, le decía que se me habían caído las llaves para así poder agacharme», revela. Hasta que su madre le soltó aquello de: «Mucho se te caen a ti las llaves». «Ahora hay gente que se acerca y te dice que conocía al aita, que trabajó con él... Y sé que en su día no lo hicieron porque tenían miedo», expresa.
El secuestro y posterior asesinato de Patxi Arín es uno de los más de trescientos casos que permanecen aún sin resolver. No se ha condenado a ninguno de los autores, ya fueran materiales o intelectuales. Ni siquiera a los dos terroristas que acudieron aquel 15 de diciembre al domicilio familiar de la víctima. Gerardo participó en varias ruedas de reconocimiento y señaló siempre a una misma persona. «Pero en el juicio se determinó que no existían pruebas suficientes». «No sé qué más necesitaban... Cuando leí la sentencia, la rompí», reconoce.
Es consciente de que no recibirá la justicia penal que merece su padre. Su caso ha prescrito. Pero quiere conocer la verdad y no duda en pedir a ETA y su entorno que colaboren para arrojar luz sobre los crímenes que permanecen sin resolver. «Por el caso del aita, por ejemplo, saben que no van a ir a la cárcel. Esa información podría servir de alivio», señala. «Para una víctima, es muy importante saber quién mató a su familiar, pero sobre todo, quién mandó que lo asesinaran y por qué».
Gerardo Arín tiene muy claro que las nuevas generaciones deben conocer lo que ha ocurrido. «Y hay que contar la verdad de cómo fue», matiza. Considera que el relato es importante, por eso no puede evitar lamentar la forma en la que la unidad didáctica Herenegun! del Gobierno vasco aborda la extorsión de ETA. «Quiero decir que me he visto los cinco vídeos y en ellos prácticamente no se habla del 'impuesto revolucionario'. Ni de que hubo miles de extorsionados ni de cómo los empresarios iban a Francia a hablar con los etarras para tratar de salvar sus vidas. Se menciona a Berazadi, el primer empresario asesinado, que era nacionalista, y a Korta. Pero poco más», critica.
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