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Los funerales por las tres víctimas asesinadas por ETA se celebraron en el patio de armas del acuartelamiento de Basauri. J. I. F.
«Cuando llegaron mis hijos a casa les abracé y les dije: 'Han matado a papá'»

«Cuando llegaron mis hijos a casa les abracé y les dije: 'Han matado a papá'»

ETA asesinó hace 35 años en un garaje del barrio bilbaíno de Santutxu a los policías Julio Segarra y Pedro Barquero, y a la esposa de este último, embarazada de tres meses

LORENA GIL

Miércoles, 2 de mayo 2018

- Marcho, que llego tarde. Pero la niña está llorando...

- Tendrá gases o será la tripa. ¡Vete a saber! Tú tranquilo.

Esas fueron las últimas palabras que Mari Nieves compartió con su marido, el teniente del Cuerpo Nacional de Policía Julio Segarra, antes de que ETA le arrebatara la vida hace 35 años. Una semana antes había sido padre por tercera vez. «Teníamos dos hijos -de 14 y 13 años-, pero esa vez fue chica. Se volvió loco de contento. Solo quería cogerla en brazos, incluso cuando estaba dormida...», rememora.

Aquel 4 de mayo de 1983, la misma fecha en la que ETA ha elegido para escenificar su disolución, Julio salió a las ocho de la mañana de su casa, en el barrio bilbaíno de Santutxu, para ir al acuartelamiento de Basauri, donde estaba destinado. Bajó al garaje de la calle El Karmelo a recoger su vehículo. Pero ese día varios terroristas del 'Comando Vizcaya' lo estaban esperando. El talde se había trasladado desde el sur de Francia con un objetivo: Lo redujeron, atándole de pies y manos con alambres y amordazándole la boca con un esparadrapo. El objetivo era secuestrarlo para pedir su intercambio por varios presos de la banda. Pero las cosas no salieron según su macabro guión. Cuando los etarras estaban a punto de meter a su rehén en el maletero de un coche, entró en el parking el cabo de la Policía Pedro Barquero, que tenía su plaza de aparcamiento junto a la del teniente. Iba acompañado de su esposa, María Dolores Ledo, embarazada de tres meses. El matrimonio acudía a una revisión médica. Al percatarse de la presencia de los terroristas, Barquero sacó su arma reglamentaria, pero los etarras se adelantaron y dispararon contra él y su esposa. Una vez cometido el doble crimen, descartaron la idea del secuestro y ejecutaron también a Segarra, que se hallaba amordazado en el suelo, y se dieron a la fuga. No hubo piedad. Cuando salían del garaje se encontraron con un vecino que había escuchado los disparos. Le intentaron tranquilizar asegurándole que eran policías. Los cadáveres de las tres víctimas no se hallaron hasta una hora después.

Los caminos de Mari Nieves, natural de Etxebarri, y Julio, de Cabanillas del Campo (Guadalajara), se cruzaron por casualidad. «Me llevaba trece años y era amigo de mi padre», revela. Ella, diecisiete; él, treinta. Se conocieron en Bilbao, donde el policía fue destinado allá por el 66. Pero tiempo después, Julio retornó a Madrid. «Una primavera fuimos nosotros allí de viaje y mi padre le llamó para verle. Fue Julio quien me enseñó Madrid, quien me abrió los ojos. Fuimos a ver películas... ¡Incluso a un concierto del Dúo Dinámico!», sonríe. Terminadas las vacaciones, sus caminos volvieron a separarse. «Nos hicimos novios por carta». Mari Nieves era «la vasca orgullosa» y Julio, «el madrileño». Al final, él pidió su traslado a la capital vizcaína. Se casaron, compraron un piso en el barrio de Santutxu y tuvieron tres hijos.

María Dolores Ledo. Era natural de Barakaldo y tenía25 años. Estaba embarazada de tres meses cuando fue asesinada por ETA junto a su marido, el cabo de la Policía Nacional Pedro Barquero. Era profesora en el colegio Zumalakarregi.

Pedro Barquero. Cabo de la Policía Nacional, tenía 30 años y aunque estaba destinado en Bilbao, había nacido en Cádiz. Se casó con María Dolores Ledo siete meses antes del atentado terrorista. Esperaban su primer hijo.

Casi dos horas después de que los etarras cometieran el brutal atentado, Mari Nieves estaba en su casa con la pequeña recién nacida. «Me llamaron familiares de Julio desde Guadalajara para preguntar por la niña y estaba hablando por teléfono cuando mi cuñada llamó a la puerta», evoca. «Le vi la cara descompuesta». «Mari Nieves, cuelga. Ha habido un atentado», le dijo la mujer de su hermano.

- ¿Dónde?

- En Santutxu.

- Tranquila, Julio se ha ido a las ocho.

- Ya, pero es que ha sido en su garaje.

- Que sí, pero te digo que no puede ser él.

Pusieron la radio. «Nosotras no sabíamos nada, pero en realidad, se sabía todo», expresa. Mari Nieves fue directa al teléfono. Llamó al cuartel de Basauri y pidió hablar con su marido. «Espere un momento. Unos compañeros irán ahora a su casa...», le respondieron. Ella fue tajante: «No, no. Aquí que no venga nadie. Que se ponga Julio», espetó. «Es que no me podía creer que fuera verdad...», reconoce.

- Pero llamaron a su puerta...

- Lo hicieron. Me contaron lo que había pasado y fue tremendo. En mi casa nunca ha habido histeria. Ha habido dolor, rabia, impotencia... Y lo tienes que asimilar. Eso sí, recuerdo cuando llegaron mis hijos a casa acompañados por un profesor. Les abracé y les dije: Han matado a papá.

Julio Segarra. Teniente de la Policía Nacional. Natural de Cabanillas del Campo (Guadalajara). Tenía 50 años. Casado y con tres hijos. La última, niña, de tan solo ocho días. Intentaron secuestrarle.

A la semana, Mari Nieves «oía hasta el tintineo del llavero» de su marido. «Un día salí disparada a la entrada pensando que estaba allí», comparte. «Mi hijo, con catorce años, llegó a decirme que yo lo escuchaba, pero que él lo veía sentado en el sofá...». Se lo contaron a su cuñada y ella lo tuvo claro: «Os venís a nuestra casa y punto», les ordenó. Así, dejaron Santutxu y se trasladaron a Etxebarri. Un compañero de su marido también les había recomendado que se marcharan del barrio. «Vais a estar siempre pensando en quién le habrá delatado, quién ha sido el cómplice de los terroristas», le dijo.

- ¿Se arrepiente?

- No. Creo que fue la mejor decisión. Recuerdo meter la cuna entera de la niña en una furgoneta y después, montarnos todos en el coche de mi hermano. Fue entonces cuando rompí a llorar. Ya no iba a volver a mi casa, a nuestra casa. Y eso es lo que te quedaba, frases como el 'algo habrá hecho'... Decían de todo y nadie nos arropaba. Sólo estaba la familia.

«Conciliador»

Mari Nieves recuerda el carácter «amable y conciliador» del que fuera su marido. «Ayudó a vecinos detenidos por colocar carteles de 'la cosa' e incluso yo, en su nombre, intercedí a favor de la hermana de uno de ETA que estaba en el cuartel. Su primo llamó a la puerta de casa para pedir que Julio le echara una mano. Al parecer, la chica tenía un tratamiento médico y no dejaban que la madre entrara a verla. Mi marido estaba en Madrid, así que llamé yo por teléfono a Basauri para comentarles cuál era la situación de la joven. Después, me dijeron que había ido un médico y que estaba bien», relata. «Defendías un trato humano, que es lo que era al fin y al cabo, y luego mira...».

- ¿Conocía a la pareja que mataron en el garaje junto a su marido?

- Julio, sí; pero yo, no. Teníamos nuestros amigos y la verdad es que no nos relacionábamos mucho con otros policías.

- ¿Nunca temió Julio por su vida?

- Jamás me hizo sentir miedo. En el 83 ETA había matado a mucha gente ya, incluso asesinaron a un amigo suyo. Pero nadie nos había amenazado y él seguía con sus rutinas. Era muy fácil de encontrar. Cuando le mataron, no llevaba pistola. Nunca trajo su arma a casa.

Tras el atentado, Mari Nieves tuvo que dejar de dar el pecho a su niña, de solo ocho días. «El médico me puso una inyección y me cortó la leche», recuerda con tristeza. Le llegaron a sugerir que podía mandar a sus hijos al colegio de huérfanos de Madrid. «Si me los quitáis, me muero», les contestó. Pasados los años afloraron las secuelas. «Me dijeron que tenía depresión y que no me la habían podido diagnosticar antes porque hasta entonces me había dedicado a tirar del carro», explica. Si de algo presume a día de hoy es de sus hijos. «Mi obsesión ha sido siempre que no tuvieran ningún problema», asegura.

Los condenados

  • Enrique Letona Viteri Pena de 75 años como autor del triple atentado, incluido un aborto.

  • Félix Esparza Liuri En 2011 el Supremo confirmó 85 años por participar en los asesinatos.

  • Juan Manuel Inciarte 39 años. Se quedó, junto a otro etarra, a cargo del vehículo de huida.

  • José Félix Zabarte Jainaga La Audiencia Nacional le condenó en 1995 a 75 años.

Pero ETA no dejó que la benjamina de la casa «conociera a su padre». «Ella nos oía hablar... Hasta que la víspera de su Primera Comunión, nos sentamos por la noche en el salón después de cenar y empezamos a charlar», relata. «Mañana va a ser un día muy bonito. Va a estar toda la familia y tu padre te va a ver desde el cielo», le dijo Mari Nieves a su hija. «¿Y por qué no baja un poquito?», preguntó la pequeña.

«Era un cascabel»

Un mando policial confesó a Mari Nieves que «mejor» que el intento de secuestro de su marido hubiese tenido un final tan «rápido», por trágico que fuera. El objetivo de los terroristas era intercambiarlo por presos de la banda. «Nosotros no habríamos podido hacer eso», le aseguró. A los pocos meses del atentado, ETA retuvo durante trece días al capitán de Farmacia Alberto Martín Barrios. A cambio pidieron la suspensión de un juicio contra varios miembros de la banda detenidos por el asalto a un cuartel del Ejército. Los terroristas le pegaron un tiro en la sien y le abandonaron en una caseta cerca de Galdakao.

La Audiencia Nacional condenó en 1995 a los miembros de ETA Enrique Letona Viteri y José Félix Zabarte a la pena de 29 años de prisión como autores de las muertes de Julio Segarra, Pedro Barquero y María Dolores Ledo. En el caso de esta última, aborto incluido. En 2011 fueron juzgados también por este atentado Félix Ignacio Esparza Luri y Juan Manuel Inciarte. «Vi que había dos cuerpos en el suelo y los estaban rematando», declaró durante la vista un testigo, en alusión al matrimonio asesinado.

Familiares durante las exequias. «Vuestro dolor es nuestro dolor», les dedicó el ministro del Interior, José Barrionuevo. J. I. F.

En el juicio comparecieron varios agentes que en su día interrogaron a los etarras. Un guardia civil desveló que Letona explicó el «dilema moral» que se le planteó tras la acción terrorista. Según dijo, después de los asesinatos se desató «una fuerte discusión» entre él y Esparza Luri. «Dice que él cumple, le pega un tiro en la nuca al teniente, pero que no encontraba sentido a matar a una mujer en estado de gestación, que además no suponía ningún peligro». Según el agente, Letona admitió haber dejado ETA porque le pareció «una salvajada» el asesinato de María Dolores Ledo.

«Mis hijos me han escuchado decir que son unos asesinos, pero yo les he dejado hacer sus vidas y tener sus amistades. Eso sí, yo era un cascabel y me vieron amargada», asume Mari Nieves. «Ya pueden pasar los años, ya pueden pedir los terroristas perdón todo lo que quieran. Está claro que no se arrepienten y yo no quiero saber nada. Me quitaron un trozo de mí y hablo de ello 35 años después», expresa.

El pasado 22 de abril hubiese sido el cumpleaños de Julio, su marido. Ella y sus hijos fueron ese día al cementerio. «Ahora volveremos a ir a ponerle flores. A ver el nicho con su foto de uniforme. Y ese rostro, que nunca envejecerá. Es lo único que puedo hacer».

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