Maixabel Lasa, en un lugar simbólico como el Palacio de Miramar, con las esculturas que recogen todos los puntos adheridos a la Declaración Universal de Derechos Humanos. USOZ

«Le llamaba al móvil tras el asesinato»

20 aniversario. El 29 de julio de 2000, ETA mató de dos tiros a Juan Mari Jáuregui. Hoy, su viuda, Maixabel Lasa, evoca aquel asesinato y lamenta no poder recordarle como siempre debido al Covid-19

Ainhoa Muñoz

Miércoles, 29 de julio 2020, 07:32

Maixabel Lasa siguió marcando durante días el número de teléfono de su marido. Esperando que un hilo de voz le consolara al otro lado del aparato para convencerle de que aquel sufrimiento solo era un mal sueño. ETA había decidido acabar con la vida ... de Juan Mari Jáuregui descerrajándole dos disparos en la cabeza, pero su viuda se resistía a creer que aquello era real. «No me terminaba de hacer a la idea de lo que había sucedido. Estuve esperando a que apareciera por la puerta, a su llamada de teléfono... Hasta que me fui dando cuenta de que su asesinato no era una cosa de mi imaginación», recuerda.

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Veinte años después de aquel trágico suceso, a Maixabel Lasa aún se le empañan las gafas al evocar aquel fatídico 29 de julio de 2000, cuando un etarra del comando Buruntza le arrebató la vida al exgobernador civil de Gipuzkoa mientras conversaba con su amigo Jaime Otamendi en el bar Frontón de Tolosa. Su mujer solo necesitó una frase para darse cuenta de que la organización terrorista había cumplido sus amenazas: «No salgas de casa», le dijo su hermana por teléfono. Y entonces todo se derrumbó.

Maixabel se seca las lágrimas. Es 23 de julio del 2020. La viuda de Jáuregui pasea por los jardines del Palacio de Aiete y se para a observar la obra que recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos. «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona», reza una de las esculturas. Este pasado jueves hubieran celebrado su 45 aniversario de bodas. «Estábamos un día desayunando en San Sebastián y había una pareja mayor en plan cariñoso y comentamos entre nosotros: 'Cuando lleguemos a esa edad estaremos así, ¿no?'», rememora Maixabel. Y se vuelve a emocionar.

ETA había situado a Jáuregui en su punto de mira, situación que le obligó a marcharse a Chile para alejarse lo más posible de la diana de los terroristas. Pero cada tres meses, Juan Mari cruzaba el Atlántico para recalar en su Legorreta natal y poder abrazar a su mujer e hija. Sin embargo, aquel verano del año 2000, Ibon Etxezarreta, Luis Carrasco y Patxi Makazaga, los responsables de su asesinato, truncaron de un plumazo su vida. «Cuando se iba a ir a Tolosa le acompañé al garaje. Juan Mari arrancó el coche, bajó la ventanilla y me suelta: 'He soñado que me matan'. Yo se lo traté de quitar de la cabeza y le dije: 'Los sueños, sueños son, no se hacen realidad'», evoca Maixabel. Pero, desgraciadamente, el pálpito del dirigente del PSE era tan real como trágico. Y Maixabel nunca más tuvo la oportunidad de volver a ver a su marido con vida. Su último contacto físico fue en la Clínica de la Asunción, donde Juan Mari falleció. (Maixabel carraspea y coge aire). «Tenía un aspecto... Con una medio sonrisa irónica dándome a entender: 'A mí me han matado, pero esto lo vamos a ganar'».

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Maixabel era consciente de que su compañero de vida, su gran amor y su mejor amigo –como ella misma le describe– era objetivo de ETA. Pero ella nunca tomó precauciones. Hasta que la vivienda de José Luis López de Lacalle, asesinado por la banda en mayo del 2000, fue atacado con cócteles molotov. «Entonces Juan Mari me hizo tomar medidas de seguridad y pusimos contraventanas en el mirador de nuestra casa. No diría que vivió con miedo, pero sí con preocupación», asegura. Una intranquilidad que Juan Mari siempre evitaba compartir. «Él procuraba no informarme de muchas cosas. Después de que le mataran me enteré de que ETA le puso un coche bomba, pero no debió de funcionar. Él lo supo en su día, pero yo no», explica Maixabel.

Sin embargo, todos los intentos de Juan Mari de proteger a su familia para no hacerles partícipe de su calvario eran imposible de ocultar. Su casa apareció una mañana pintada con el nombre de Jáuregui en una diana y un 'PSOE, asesinos'. Un ataque perpetrado por «tres chavales que a día de hoy aún no han tenido la valentía de decirme nada». El único gesto fue el año pasado, cuando uno de ellos se acercó al homenaje a Juan Mari en Legorreta. Maixabel supo entonces quiénes fueron aquellos tres jóvenes y no tuvo reparos en pregonar a los cuatro vientos por el pueblo sus nombres. «No me importaba y no me corté nada», sentencia.

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La valentía que le caracterizó entonces le ha ido acompañando a lo largo de estos 20 años. Dos décadas de ausencia que, según reconoce, cada día es más difícil de sobrellevar. «Al principio fue muy duro, pero con la edad, a medida que me voy haciendo más mayor, le echo más en falta».

–¿Cómo era Juan Mari?

–Tenía un don de gentes impresionante. Hablaba con todo el mundo. Era muy cercano y mostraba mucha empatía con el resto de personas. Siempre se sabía poner en el lugar del otro. Y también era un animal político.

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–¿Y por qué cree le mataron, si es que puede existir un porqué?

–Porque Juan Mari era una persona que buscaba el diálogo con todo el mundo y quería solucionar el problema tan gordo que teníamos aquí con el terrorismo. Creía en tender puentes. Era un defensor nato de los derechos humanos. Sin distinción. Luchó sin reparo en detener a terroristas, pero si alguien iba a su despacho a denunciar que un familiar había sido torturado, él investigaba y actuaba en consecuencia.

Jáuregui, de hecho, prestó declaración en la Audiencia Nacional para denunciar el caso Lasa y Zabala después de que se encontraran sus cuerpos. Gracias también a su colaboración, el entonces general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo acabó entre rejas. «Él sabía que en el cuartel de Intxaurrondo había irregularidades y se dedicó a levantar allí las alfombras. Y acusar a Galindo lo veía como algo necesario. Después de testificar vino eufórico por haber denunciado las atrocidades que cometió», explica Maixabel. «Después de aquello –continúa– nos dijo a mi hija y a mí: 'No sé quién me va a matar, si ETA o Galindo'».

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Los encuentros

Pero fue ETA quien acabó apretando el gatillo. Y desde entonces, Maixabel ha procurado mantener vivo el legado de Juan Mari. Durante su etapa como directora de la Oficina de Atención a Víctimas del Gobierno Vasco (2001-2012) tuvo que revivir el sufrimiento de ser perseguida por la banda terrorista. «Esa época para mí fue muy dura y para mi hija fue terrible», dice al recordar sus largos años escoltada y privada de libertad.

Pero si hay algo que simboliza la figura de Maixabel es su apuesta por la justicia restaurativa, «mucho más sanadora», dice, que la ordinaria. De sobra son conocidos sus encuentros con Luis Carrasco e Ibon Etxezarreta, dos de los miembros del comando Buruntza «que no han dudado en reconocer que lo que hicieron nunca debió de suceder». Con ambos sigue manteniendo relación. Hablan por teléfono y se ven en la calle cuando tienen permiso para salir de la cárcel. «No hace mucho me llamó Ibon y me dijo: 'Maixabel, te invito a Iruña que van a dar la tercera parte de la trilogía 'La mirada del otro'». Ambos se sentaron en las butacas del teatro para ver una obra sobre ETA. Pero, ¿qué lleva a una víctima de ETA a sentarse frente a frente con quien le arrebató lo que más quería? «Siempre he creído que todas las personas nos merecemos una segunda oportunidad, por mucha fechoría que haya hecho. Siempre, eso sí, que haya un reconocimiento previo de lo que hicieron. Y en este caso era evidente».

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Además de buscar respuestas, Maixabel Lasa dio un paso al frente para participar en los encuentros restaurativos con presos de ETA por otra razón de peso: «Lo hice por el futuro, por la convivencia. Porque pensaba que estas personas, cuando salieran de la cárcel, iban a convivir entre nosotros. Y la reinserción consiste en eso, en recuperarlos para después poder vivir entre los demás».

–¿Y cómo ve ahora la convivencia en Euskadi?

–Han cambiado mucho las cosas en estos 20 años. Entonces, el alcalde de Legorreta, del PNV, planteó la moción de censura para condenar el atentado, pero Basatuna se abstuvo. Y a lo largo de estos años ha habido gente del mundo de la izquierda abertzale que se ha acercado a los actos de homenaje. Ahora se está haciendo mucho trabajo por la convivencia y creo que aquellos proyectos que pusimos en marcha desde el Gobierno Vasco son la semilla de lo que está sucediendo ahora.

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–¿Qué pasos faltan aún por dar?

–A mí se me hace muy duro que Arnaldo Otegi no sea capaz de decir que lo que pasó no tuvo que haber sucedido. Y lo mismo le diría al Estado o al PSOE con los crímenes del GAL, y con todo lo que no sabemos. Porque hay más responsables. Uno de ellos, Felipe González. Si queremos pasar la página como es debido, tanto un lado como el otro debe decir que lo que se hizo estuvo mal. Tienen que ser valientes y responsabilizarse.

La contundencia de sus palabras, sin embargo, se transforman en conmoción al hablar sobre el aniversario del asesinato. Este año, Maixabel no podrá recordar a Juan Mari como siempre. «Lo que me duele, por el tema del Covid, es no poder homenajearle como siempre. Iremos solo la familia a comer». Solo espera que la pandemia les dé una tregua para «juntarnos otro día y recordarle como a él le gustaría».

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