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El proceso para la elección del liderazgo en el Partido Popular está resultando en exceso tortuoso. A la falta de un modelo claro de selección, en vez del confuso de falsas primarias y tramposas segundas vueltas, se suma ahora la ausencia de un claro objeto ... de debate. Lo primero ha metido al partido en un impasse de complicada salida. Se constata una vez más que, una vez invitado el pueblo a expresar sus preferencias, no resulta procedente desoírlas. Por su parte, la ausencia de objeto claro de debate corre el riesgo de reducir el proceso a sucias maniobras de descalificación personal, que se acentúan en sus tramos finales.
A propósito de esto último, la dirección dejó claro que, en el proceso, quedarían fuera de discusión la ideología y el proyecto del partido. Son asuntos que habían sido ya tratados y fijados por el anterior congreso ordinario. Este de ahora, de carácter extraordinario y motivado por la renuncia del presidente, debería limitarse a la elección del sustituto. Quedaba así cerrado el proceso a la confrontación de ideas y abierto a la de personas en razón de sus cualidades. De ahí al enfrentamiento y la descalificación personal sólo hay un paso, que resulta además muy difícil de evitar. De hecho, el juego sucio ha hecho ya acto de presencia en lo que va de proceso. Y es que también la política, a imitación de la naturaleza, odia el vacío, y donde no arraigan las ideas brotan los improperios más o menos disfrazados.
Pero, pese al empeño de los dirigentes, la ideología se ha abierto paso franco en el debate. Era inevitable. No era posible que, una vez expresadas sus preferencias por la afiliación, el prolongado vacío que quedaba hasta el Congreso se colmara con meras autoalabanzas y descalificaciones, sin que se infiltraran asomos ideológicos. Al fin y al cabo, cuando del liderazgo de un partido político se trata, no puede ausentarse la doctrina. Y, en el caso presente, si bien la candidata más votada por las bases ha hecho esfuerzos por abstenerse de entrar en el terreno doctrinal, el aspirante no ha cejado en el empeño de ganarse a los delegados introduciendo en la confrontación gruesos trazos de ideología pura y dura.
Saben, pues, ya los compromisarios cuál será el Partido Popular según gane una u otro. El de ella, por sus discretos silencios. El de él, por su verbosidad excesiva. No habrá, pues, modo de diferenciarlos que no sea el del contraste: aquello de lo que uno presume es lo que a la otra desagrada. Tres han sido los ejes en que ha fijado el aspirante su posicionamiento. El conflicto territorial, tomando como caso extremo el secesionismo catalán. Las víctimas de ETA y la consiguiente política penitenciaria. Y, a raíz de la sentencia del tribunal de Schleswig-Holstein, la reivindicación del orgullo nacional. Los tres convergen en una misma concepción ideológica.
De ella ha dejado el aspirante aisladas, pero significativas, perlas. Del conflicto catalán, la crítica a la aplicación del artículo 155 por su propio Gobierno, así como la propuesta de ilegalizar a los partidos independentistas, han dado claras muestras de la política de dureza extrema que comparte con los grupos más radicales de su partido. De la postura ante las víctimas y la política penitenciaria, el abrazo con María San Gil, desaparecida del partido desde el triunfo de Rajoy en 2008, ha sido la más elocuente declaración de intenciones. Y de su acendrado españolismo no hay prueba más convincente que la rabiosa defensa que acaba de hacer del orgullo nacional humillado por la supremacía judicial alemana. Poco más se precisa para deducir que la ideología que el aspirante representa consiste en el retorno al postrero mandato de José María Aznar o, incluso, a la época, por no decir era, de la Alianza Popular de Manuel Fraga.
Frente a ello, los discretos silencios de la preferida por la militancia sólo pueden entenderse como abierto desacuerdo. La negativa a firmar un texto conjunto sobre las víctimas y el respeto institucional que ha mostrado ante el auto del tribunal alemán son sólo dos muestras de un talante que, en contraste con el de su rival, mira más hacia el centro que hacia los extremos. La afiliación así lo ha entendido, y su decisión actúa de pionera que desbroza el camino. Ha elegido un liderazgo que, como no podía ser de otra forma, marca la orientación ideológica que, según ella, debería seguir el partido.
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