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Han pasado ya tres meses desde las elecciones del 14-F en Cataluña y el espectáculo lamentable para la formación del Govern continúa. Quedan doce días hasta el 26 de mayo. Si para tal fecha no se ha logrado la investidura, se disolverá el Parlament ... y se convocarán elecciones para julio. La responsabilidad del encallamiento corresponde en exclusiva a las formaciones independentistas, que tras las elecciones entendieron que existía un mandato popular para conformar un Govern solo entre los independentistas, aunque es obvio que los resultados permitían también otras mayorías suficientes, igualmente legitimadas por la voluntad popular.
En estos meses se ha vuelto a poner de manifiesto la relación de rivalidad, desconfianza e incompatibilidad entre los republicanos de ERC y los neoconvergentes de Junts. Esta relación conflictiva no solo tiene su causa en una disputa por un espacio electoral parcialmente compartido, tampoco solo por la existencia de diferencias políticas y estratégicas, sino especialmente por cuestiones relacionadas con la legitimidad para liderar la causa catalana en general y el movimiento independentista en particular. Del análisis de lo sucedido desde que se empezó a articular el independentismo político en torno al 'procés' y especialmente de lo acontecido desde octubre de 2017, se deduce con claridad meridiana que el modelo de relación entre Junts y ERC no ha sido de reconocimiento mutuo pleno sino que estamos ante un modelo que por la vía fáctica se sustenta en una relación de dominio, que ante la ciudadanía viene a configurar una percepción social sobre tal relación, consistente en que los republicanos mantienen la posición propia de un subordinado respecto al liderazgo político e institucional de Cataluña especialmente cuando Puigdemont tensa la cuerda. Y lo que es más grave, como si en tal vínculo existiera un cordón umbilical que les atase a Junts, sin posibilidades reales de romperlo y plantearse hacer una vida independiente.
Esta percepción también está presente entre los republicanos, que ha sido interiorizada, a buen seguro inconscientemente, como mal menor, y que, por ejemplo, se pone de manifiesto cada vez que Gabriel Rufián, para responder a los ataques de portavoces de Junts, realiza afirmaciones tan reveladoras como que «ERC no es criada de nadie» y que «a ERC ni se la domestica ni se la tutela». Afirmaciones que muestran cómo se vive en el seno de su formación el conflicto que les plantea Junts; es decir, como una relación de dominio, entre dominante y dominado. Los casi tres meses de negociación constituyen prueba evidente de esta estrategia de dominio, que hasta ahora no tiene más resultado que el incremento de la desconfianza mutua y la incapacidad absoluta para dotar al independentismo de un proyecto político abierto y pragmático, con disposición real de pactar un espacio de entendimiento con los catalanes no independentistas, pero que defienden el autogobierno. Mientras ERC no rompa el cordón umbilical los problemas continuarán y tampoco se resolverán con la formación del Govern, si se constituye.
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