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Este miércoles conocíamos que el rey emérito había presentado una declaración fiscal con abono de más de 678.000 euros. La nota subrayaba que se había procedido «sin requerimiento previo». Es decir, que Hacienda no le había notificado respecto a dicha deuda ninguna actuación de ... comprobación ni de investigación. Esta figura se conoce como «regularización» y tiene sus efectos tanto tributarios como en materia criminal cuando lo defraudado en cada ejercicio supera los 120.000 euros, fijando una condena de prisión por cada delito de uno a cinco años, más multa de seis veces la cantidad defraudada, «salvo que hubiera regularizado su situación tributaria» (art. 305 CP). La regularización se convierte así en causa legal que borra el delito. Es decir, tiene efectos similares a los que produce la figura de la amnistía.
Si la autoridad da por buena la declaración, el rey emérito se verá 'amnistiado' de unos hechos delictivos, que le podrían suponer unos cuantos años de cárcel y una multa superior a tres millones. ¿Explicará la Hacienda competente por qué no se habían iniciado las actuaciones de comprobación e investigación? ¿Y si se habían iniciado, por qué no se le habían notificado?
El comportamiento de Juan Carlos que vamos conociendo refleja el deterioro moral de esta persona que prevaliéndose de su condición de jefe de Estado y/o rey emérito ha actuado, desde la impunidad, bajo los impulsos de la codicia y la avaricia, mientras predicaba a sus 'súbditos' esfuerzo y solidaridad. El relato que se construyó sobre su figura, como «arquitecto de la Transición», como el gran artífice que «salvó la democracia ante el golpe de Estado» y ese perfil campechano y bonachón que «vivía y sufría con el pueblo», permitió que se creara la teoría del «juancarlismo» como algo que iba más allá de la Monarquía. Efectivamente, en sus décadas doradas, el 'juancarlismo' tenía bastantes más adeptos que la Monarquía, alcanzando hasta a sectores republicanos. Era su pieza más sólida.
Pero aquel relato construyó una figura como si fuese, casi, 'hijo de la divinidad', de ahí que se le dotara de una inviolabilidad absoluta; pues se presumía que el monarca nunca podía actuar al margen de la ley o contra la ley, ni como monarca ni como persona. Un verdadero regalo de los dioses. Y ahora, estamos conociendo las debilidades mundanas del rey Juan Carlos, que no las podía tener quien resultaba beneficiado por la inviolabilidad. Y así llegamos al 2020, cuando el 'juancarlismo' ya no es lo que era; ya no tiene defensores orgullosos. No es pieza válida para la continuidad de la Monarquía, sino un obstáculo muy serio. Quienes quieran mantener ésta, mejor harían en adoptar medidas de alejamiento social y político e institucional, empezando por la modificación de su tratamiento como «S.M. el Rey Juan Carlos».
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