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La conmoción provocada por la horripilante tragedia de Valencia quedará incrustada en la memoria colectiva como una sacudida atroz. Sobrecoge la pérdida de numerosísimas vidas humanas de una manera tan espantosa, dejando a los allegados traumatizados para el resto de sus días. Lo material, siendo ... muy relevante, palidece frente al dolor que flagela a las familias enfrentadas a ausencias súbitas e irreversibles.
Es precisamente la intensidad de tanto padecimiento la que debiera haber interpelado a los dirigentes políticos para mostrarse a la altura de las circunstancias desde primera hora. Sin minimizar las responsabilidades a las que obliga el cargo de cada cual ni exacerbar la transferencia de culpas. Pero, una vez más, se han impuesto la mezquindad partidista y el navajeo arrabalero, hasta el punto de que el propio entramado institucional llegara a parecer completamente disfuncional.
Hará falta un cronograma detallado, contrastado y transparente de las actuaciones de los dirigentes políticos y los organismos públicos implicados para que la certidumbre se imponga a los argumentarios. Para atribuir lo atinado y lo imprudente más allá de las siglas.
No obstante, la sombra de la acumulación de errores y torpezas agigantada por la incompetencia se cierne especialmente sobre el presidente de la Generalitat valenciana Carlos Mazón. La opacidad acerca de sus andanzas el día de autos y las manifestaciones estrambóticas e hirientes de dos de sus consejeras son eslabones de la misma cadena: la que relaciona entre sí a los políticos negligentes. Las primeras encuestas que han pulsado el sentir ciudadano en esa comunidad autónoma tras la catástrofe así lo atestiguan.
Mazón es ahora una rémora para Feijóo, y lo es en un territorio clave en el camino hacia la Moncloa. Por eso, la ya habitual inacción del presidente del PP es más temeraria aún en este caso: hay que ser muy candoroso o muy descuidado para confiar en que, limitando la cirujía a determinadas consejerías, el máximo responsable jerárquico saldrá indemne de semejante brete.
Darse golpes en el pecho reivindicándose como partido de Estado es incompatible con ejercer de caricatura. Es lo que han debido pensar en las instituciones europeas cuando, en un momento trascendental a nivel geopolítico, se ha pretendido trasladar a las mismas lo que no es sino un berrinche local, con la socialista Teresa Ribera en el punto de mira por estar necesitada de una validación que el PP creía poder condicionar.
Lo ocurrido el 29 de octubre en Valencia fue demasiado serio como para dejarlo atrás tratando de saltárselo en puntillas. Mazón tiene que asumir políticamente su calamitosa gestión en las horas decisivas, en las que se decidía la suerte de tantas personas. De lo contrario, su partido debiera obligarle a hacerlo. Pero no pasará.
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