Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Los resultados de las elecciones catalanas pasarán a la posteridad como el certificado de defunción del 'procés'. Llevaba tiempo agonizante, con un hálito de vida ya casi imperceptible, cerca del encefalograma plano. La pretensión de revivirlo, siquiera como reliquia a la que aferrarse, se antojaba ... un mero acto de fe, más propio de la tautología que del raciocinio. Pero ya no hay punto y seguido posible. La relación de fuerzas dibujada por las urnas es un punto y aparte en toda regla.
Tanto a CiU y sus transmutaciones posteriores como a ERC les fue bien cuando, una década atrás, pusieron el acento en el derecho a decidir el futuro de Cataluña sin cortapisas ni límites. Concitaron la adhesión de lo que a día de hoy se conoce como izquierda confederal y debilitaron al PSC hasta extremos insospechados. Los socialistas no fueron capaces de articular un discurso unívoco al respecto, hasta el punto de perder en el camino a algunos de sus referentes históricos.
El soberanismo ganó terreno más allá de sus lindes, abonado por las torpezas y la mentecatería e insensibilidad del PP de Rajoy, y acumuló fuerzas para tratar de forzar una negociación con el Estado. Todo ese capital político se fue malogrando después, al forzar la máquina de un proceso hacia la independencia espasmódico, contradictorio y descontrolado.
Tradicionalmente, a los políticos catalanes se les había reconocido cierta virtud en el manejo del posibilismo, del control de tiempos y del cálculo de riesgos. Sin embargo, la falta de empatía internacional y la nula previsión ante la reacción estatal, que se ciñó a la represión policial y a la activación de la maquinaria judicial, condujo a los principales agentes soberanistas al desconcierto, a una declaración de independencia de ida y vuelta inmediata y a la división.
Lo peor para Junts y ERC es que ni siquiera la cárcel y el exilio de muchos de sus dirigentes han logrado revertir la situación. La vía más pragmática de los republicanos en los últimos tiempos ha recibido el castigo de los electores; lastrada, eso sí, por el nulo carisma de Pere Aragonès y los exiguos logros al frente de la Generalitat. Pero tampoco la ortodoxia de Puigdemont sale indemne: no volverá del destierro como soñó, con una mayoría soberanista en el Parlament que le restituya en el cargo.
Si como es previsible ERC se desentiende de un alineamiento estable mientras se rehace, facilitando por omisión la investidura de Salvador Illa, y la ley de amnistía permite pasar página, se deberá afrontar más pronto que tarde un diálogo con mayúsculas entre diferentes para resolver el problema político de fondo, que es el de la insatisfacción de una parte importantísima de la sociedad catalana con su marco de autogobierno actual. Nadie debe renunciar a sus principios para ello, sólo hacer la lectura correcta del presente momento histórico. Y eso requiere, a su vez, que se mantenga la mayoría actual en el Congreso.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.