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La próxima semana se conocerán los resultados de las primarias de Podemos Euskadi, formación que yace en la irrelevancia desde hace años. Los liderazgos renovados siempre imprimen nuevas dinámicas esperanzadoras en una formación política, tanto a nivel endógeno como a la hora de relacionarse con ... los potenciales votantes. El alcance de cualquier nuevo impulso depende, no obstante, del nivel de desgaste del proyecto.
El colapso de la marca local de Podemos ha sido de tal calibre que sólo se explica, como a nivel estatal, mediante la concurrencia de múltiples dinamiteros en su seno. La perspectiva histórica deja un retrato cruel: de ganar en la Comunidad Autónoma Vasca en las elecciones generales de 2015 y 2016, los morados han saltado tan al vacío que carecen de representación en el Parlamento de Vitoria en la presente legislatura.
Existe una versión de los acontecimientos, la más épica, que achaca todos los males padecidos a los poderes fácticos alineados en su contra. Según ese relato un tanto autocomplaciente, la incomodidad por la inusual fortaleza de una izquierda combativa y más genuina que el PSOE habría activado las alarmas en los círculos más opacos del poder, con la consiguiente puesta en marcha de operaciones de desgaste a gran escala.
Una formación política que pretenda voltear el 'statu quo' nunca es grata para quienes se sienten cómodos en la cúspide del esquema imperante, y de ello se derivan consecuencias poco favorables. Eso es cierto. Pero lo que ha llevado a la implosión de Podemos ha sido, fundamentalmente, la mala praxis y la irresponsabilidad de sus propios dirigentes.
Lo que parecía en origen una arcadia feliz de democracia asamblearia derivó muy pronto en un espacio tóxico de egos desmedidos, rivalidades enfermizas, pulsos encarnizados y purgas implacables. Se generó así una espiral autodestructiva en la que no se hacían rehenes entre las minorías discrepantes, y el culto al liderazgo se imponía a machamartillo.
El crecimiento por aluvión del primer momento fue, asimismo, una de las principales debilidades del proyecto, ya que cuanto más se pulieron los perfiles doctrinarios mayores fueron las contradicciones internas y más lacerante la proyección de las mismas ante la sociedad. En ese tránsito, Podemos pasó de pretender asaltar los cielos a ser apéndice gregario en el Consejo de Ministros de Pedro Sánchez, conformándose con las políticas de nicho.
A día de hoy, la llamada izquierda confederal está muerta en España. Sumar apenas será una anécdota en breve plazo y Podemos malgastó su crédito hace tiempo, por mucho que la actual dirigencia eleve el tono en busca del votante más recalcitrante. La reconfiguración de ese espacio deberá llevarse a cabo con nuevas premisas. Les podría bastar con ser consecuentes con lo que predican.
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