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La hinchazón retórica de algunos dirigentes políticos, su grandilocuencia impostada, suele retratar la fragilidad de los argumentos que exponen. Cuanto más aparatoso es el embalaje, ... menos sustancia tiene el contenido. A modo de ejemplo, la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, lleva practicando la nadería desde el mismo momento en que fue nombrada, y tal es ya su pericia que siempre logra superarse a sí misma.
De lealtad tornadiza, como bien sabe Pablo Casado, sólo muestra fidelidad a la hipérbole. Agita la desmesura hasta el extremo, hasta transformar su capacidad de interlocución política en un erial. En los mundos de Cuca, España y Euskadi son un «infierno fiscal» y el PNV ha caído en las fauces poco menos que de la III Internacional.
A quien se reclama de centroderecha se le presupone elegancia en las formas, tamizando los conceptos y tratando de elevar el nivel del debate hacia lo constructivo. Igual que se espera, sentado, que no pacte a su diestra con quienes combaten los grandes consensos en los que se asienta la convivencia. Pero el PP actual está a otra cosa. A anunciar el fin de los tiempos con aparatosidad y alevosía.
No hace falta ser un fino analista para percibir una miscelánea de excesos en las declaraciones de Cuca Gamarra durante su reciente visita a Bilbao. Quién diría que el PP alguna vez cedió lo ahora inimaginable frente a Jordi Pujol en 1996 o que José María Aznar hizo suyo el aberrante concepto de Movimiento Vasco de Liberación en referencia a ETA.
Se suponía que Alberto Núñez Feijóo iba a aportar a los populares, al menos, la capacidad de medir las palabras. No parecía mucho pedir tras la errática etapa anterior, la que acabó en parricidio político. Pero Cuca Gamarra o Miguel Tellado, entre tantos otros, personifican el derrumbamiento de tal expectativa.
Lo peor es que el PP vasco se ha sumado con frenesí a la algarada. A inflamar cualquier asunto en pos de un titular de prensa mientras se reclama como alternativa sosegada. Esa actitud chillona le ata a su irrelevancia actual e hipoteca un futuro, en el que, por su propio interés, deberá engrasar relaciones con el PNV. E incluso con Junts, a nivel estatal.
Las lenguas afiladas y las ideas menguantes se están imponiendo ante la irrupción y pujanza de los populismos y una competencia electoral cada vez más exigente. Además, en la vorágine del mundo digital se exige una omnipresencia que provoca patinazos. Pero quien no establezca ciertos límites corre el riesgo de ser devorado por sus incontinencias.
En el PP simulan no ser conscientes de ello. Y ése es un grave problema que desgasta los mínimos comunes denominadores que dan consistencia a cualquier sistema democrático. Habida cuenta de cuál es la alternativa interna, todo puede ir incluso a peor.
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