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Los congresos de los partidos se suelen limitar, por lo general, a escenificar lo que la dirección de turno establece de antemano entre bambalinas, moviendo sus peones con destreza. Curiosamente, determinadas formaciones, las que más se jactan de sus mecanismos de participación a tumba abierta, ... resultan ser radicalmente verticales a la hora de la verdad, como si la obediencia aquilatara el nivel de compromiso. No en vano, su espíritu asambleario se limita a la evocación de ensoñaciones pasadas: sólo es el barniz con el que dar brillo a una cultura política de filas prietas.
EH Bildu celebrará la próxima semana en Pamplona un cónclave, el tercero, en el que la renovación asomará únicamente como exigencia para los demás. O, a nivel interno, como vía para laminar definitivamente a Eusko Alkartasuna y a Alternatiba. Ambas organizaciones parecen haber llegado al límite de su vida útil tras servir a la izquierda abertzale como coartada blanqueadora.
En consecuencia, la alternativa política en Euskadi está cada vez más encarnada en Sortu. EH Bildu venía siendo, tiempo atrás, la versión pretendidamente amable de los guardianes de las esencias, que hacían hueco a partidos capitidisminuidos con tal de mostrarse plurales y acogedores. Y tan prometedor ha sido el resultado que ya pueden comenzar a lanzar por la borda todas las adherencias ajenas a su trayectoria.
No se trata de una deglución sorpresiva. Realmente, el proceso está en fase de digestión desde hace tiempo. A estas alturas EH Bildu es un partido hormigonado, con una estructura directiva cimentada en unos parámetros ideológicos ortodoxos. Para dar lustre a ese círculo bien virtuoso para quienes lo han trazado, sólo faltaba blindar la permanencia de Arnaldo Otegi como fiel reflejo del estado de cosas.
Aquellos que ya tienen músculo en retorcer el relato sobre la historia reciente del país se manejarán con pocos remilgos para presentar el congreso de Pamplona como un hito renovador, como un antes y un después de alcance inusitado para blindar la convivencia. Otegi asoma en ese relato alternativo como santón de la paz y símbolo de cambio, propulsado por un ímpetu juvenil, alegre y combativo. Sólo la realidad les contradice.
Del cascarón de EH Bildu asoma la izquierda abertzale de siempre, la de los palos en las ruedas, la del blanco y negro, la de las alianzas con quienes más empobrecen a sus países en cualquier parte del globo. Hacer atractivo ese proyecto es un prodigio del marketing político, más aún en una sociedad con unos niveles de bienestar casi sin igual.
La izquierda abertzale va a perder una oportunidad más. La de renovarse a fondo desde la pluralidad, la de homologarse a las fuerzas progresistas con vocación de gobierno en el entorno europeo. Y, mientras no avancen, degustarán su apuesta alicorta desde la oposición.
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