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El Estatuto de Gernika cumple 45 años. Fue aprobado en referéndum por una aplastante mayoría el 25 de octubre de 1979. En estrictos términos históricos, el plazo de tiempo transcurrido equivale al de un chasquido. Uno en el que ha cambiado el mundo, eso sí. ... Quedará como un período inédito y vertiginoso, en el que lo local mutó en global y lo analógico en digital.
La dialéctica política y los esquemas sociales más básicos se han transformado tanto que a una gran parte de la población le cuesta seguir el ritmo; y la consiguiente inadaptación ya acarrea, de forma creciente, el tipo de insatisfacción que antecede a convulsiones de toda índole.
En este contexto tan volátil, la sociedad vasca trata de acotar su espacio a través de un ejercicio responsable y solidario del autogobierno. Con una visión abierta e integradora que aporte estabilidad e impida cualquier retroceso democrático. Se vale para ello de las herramientas que le confiere el marco estatutario y de un ejercicio institucional prestigiado por la credibilidad labrada en décadas.
No obstante, ni así se ha logrado que la ley orgánica que sustancia la voluntad expresada por los vascos hace casi medio siglo se haya cumplido en su totalidad. Los más renuentes a completarla han sido, precisamente, aquellos partidos que apelan constantemente a la legalidad vigente y que, sin embargo, han gestionado el avance estatutario únicamente en función de sus intereses políticos coyunturales.
Con esa losa, resulta más que pertinente la pretensión de quienes abogan por establecer mecanismos para blindar el cumplimiento de futuros pactos; máxime cuando estos atañen al llamado bloque de constitucionalidad. El regateo infinito disfrazado de complejidad técnica sobrevenida debe desaparecer del ámbito que constituye la máxima expresión de los acuerdos entre diferentes.
La del Estatuto de Gernika es, pese a todo, la historia de un enorme logro colectivo. Quienes lo acordaron en aquella encrucijada histórica tan determinante supieron estar a la altura del desafío planteado, el de dar cauce democrático y plural a un viejo anhelo de autogobierno. Incluso los heraldos del no a todo menos a la violencia de sus apadrinados se han visto obligados a sumarse a aquel marco tras combatirlo con brutalidad a lo largo de décadas. Su grandilocuencia ideológica era tan hueca que ni siquiera repararon en que nada puede torcer la voluntad de un pueblo expresada libremente de forma masiva y diáfana.
Por ese mismo motivo, no caben más demoras hasta alcanzar por fin la plenitud estatutaria aplazada tanto tiempo. Y hay que buscar nuevos esquemas de entendimiento para el futuro próximo, desde la transversalidad, por supuesto, pero sin vetos preventivos y con la representatividad de cada uno como aval para la suma.
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