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Si la expresión «oasis vasco» le resulta, lector, exagerada para calificar la situación política de Euskadi, me permitirá que utilice, al menos, la de «puerto de refugio» para describir la sensación que uno siente al volver a los asuntos propios de la tierra tras haber ... chapoteado demasiado tiempo en las turbulentas aguas que agitan la política del Estado. Y es que, si no fuera por la hiperactividad con que de continuo nos sobresaltan las secciones públicas de nuestros aguerridos sindicatos con sus recurrentes convocatorias de huelga, el sosiego del momento preelectoral que vivimos cabría calificarlo de ejemplar. A estos efectos, no puede dejar de reconocerse la prudente gestión de la cosa pública que ha realizado el saliente Gobierno de coalición, con sus dos líderes a la cabeza, en una coyuntura nacional e internacional que en absoluto invitaba a la calma. La búsqueda de una transversalidad que superara la cómoda mayoría absoluta de que gozaba el Ejecutivo, premiada con éxito en no pocas ocasiones, ha contrastado de modo notable con la polarización y el bloquismo instalados más allá del paisito. Buena ocasión ésta, por tanto, no sólo de destacar el loable comportamiento exhibido, sino de tomarlo, además y sobre todo, como ruta a seguir en un futuro inmediato que no tiene visos de ser menos agitado de lo que el presente está siendo.
Los riesgos de ruptura de este sosiego general, ahora que comienza una nueva campaña electoral, son más que evidentes. Nunca en nuestra corta etapa democrática la rivalidad interpartidista había sido tan reñida y de desenlace tan incierto como en esta ocasión. La preeminencia del PNV, con la excepción del momento de su escisión en 1986 y la de la exclusión electoral de la izquierda abertzale en 2009, había sido incuestionable. Ahora, tras la disolución de ETA y la progresiva normalización de EH Bildu, nacionalismo y abertzalismo, por así diferenciarlos a efectos de inteligibilidad, compiten por una hegemonía que, aun cuando aún no parece amenazar con trastocar las actuales alianzas, no dejará de afectar a la pugna electoral, haciéndola, de un lado, más encarnizadamente bipartidista entre las fuerzas de ámbito local y azuzando, de otro, la belicosidad de quienes, desplazados de entrada del papel de ganadores, se verán forzados a exagerar sus virtudes y defender sus opciones de futuro. La confrontación promete, pues, ser descarnada y necesitará de notables dotes de contención con el fin de no salirse de madre.
En esta ocasión, al contrario de lo que ha ocurrido en Galicia, no es de temer que la contienda se vea en exceso condicionada por cuitas externas. Aparte de tener bastante con las propias, no se prevé ningún interés en que las fuerzas de ámbito estatal se enfrenten entre sí en busca de no se sabría qué provecho. El papel que tanto socialistas como populares desempeñarán tras los comicios está definido de antemano, el de colaborador, los unos, y el de opositor, los otros. La de ambos será, en consecuencia, una lucha en principio defensiva, a fin de evitar que la fuerza tractora del defensor y el aspirante al título succione buena parte de su tradicional electorado. Ha de tenerse en cuenta que el papel de leales colaboradores que nacionalistas y abertzales han desempeñado en la política del Estado ha acabado diluyendo diferencias, apaciguando hostilidades y propiciando trasvases en otros tiempos impensables. Todo hace aumentar la incertidumbre.
Así las cosas, y reducida la contienda a dos, sólo queda la duda de si los principales competidores optarán por una confrontación de signo ideológico o por otra de carácter pragmático. Y, aunque la tentación vive en casa, la deriva de las apetencias sociales, el desencanto con las ideologías, el apremio de las urgencias prácticas y hasta los perfiles de los candidatos que compiten auguran una campaña electoral que, dada rienda suelta en el Aberri Eguna al desahogo patriótico, se decantará por las cosas de comer y la capacidad de gestión de los contendientes. Si la sanidad, la educación, la vivienda, el empleo y la seguridad han marcado a lo largo de estos cuatro años las preocupaciones mayoritarias de la ciudadanía, no parece aconsejable cambiar de rumbo en este último tramo. Cabe, pues, esperar la campaña más nacionalista de los abertzales y menos abertzale de los nacionalistas. A ambos conviene quedar amarrados en puerto cuando el temporal azota al otro lado de la barra. Veremos.
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