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La palabra es fundamental, imprescindible, en política. No todo lo que se dice en ella puede reducirse, como con frecuencia se hace, a pura palabrería o charlatanería. El Parlamento, sede por excelencia de la política en democracia, se define precisamente por su condición de plaza ... de la conversación pública. Si los hechos, las acciones que el Gobierno ejecuta en favor de la ciudadanía, son los que centran la atención, las palabras desempeñan la función inexcusable de explicar su sentido y hacerlos entendibles a sus destinatarios. Pero la relación entre hechos y palabras, su relativa jerarquización, no está fijada de antemano ni es estable en el tempo. Varía con las circunstancias. Hay momentos en que prevalece el hecho sobre la palabra; otros en que es lo opuesto. La legislatura que acaba de empezar pertenece, según todos los visos, a la segunda categoría. Ya sus protagonistas han dado a entender que no será, por ejemplo, tan prolífica en la producción de leyes como la anterior. El variopinto conglomerado de socios y aliados que se agrupan en torno al Gobierno hace difícil crear las mayorías que son necesarias para aprobarlas. Poco hay que pueda contentar a tantos y de tan distantes querencias Nos hallamos, pues, en una legislatura en que la palabra prevalecerá sobre los hechos.
La dialéctica o confrontación entre Gobierno y oposición, que constituye el núcleo de la actividad política en democracia, no se centrará, por tanto, en el programa de acción del Ejecutivo, sino que se ocupará, sobre todo, de la que ha venido en llamarse construcción de relatos con cuya fuerza persuasiva uno y otra lucharán por seducir al ciudadano en su calidad de elector. Los agentes políticos, repartidos en los dos bloques ya consolidados, se dedicarán a fabricar y difundir su relato a partir de lo que, de entre los ingredientes de esa mostrenca realidad de la que se apropian para erigirla en la verdad, cada uno seleccione como lo más adecuado para defender y promover su causa. Sus líneas maestras han venido ya pergeñándose hasta alcanzar la forma que tratarán de mantener hasta el final de la legislatura. El del Gobierno girará en torno a lo económico y, sobre todo, a «lo social», mientras que la oposición tratará de centrarse, por usar un término que pueda englobarlo, en «lo nacional», incluyendo en ello otros temas relativos a la territorialidad, así como a los signos esenciales de la democracia, como la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y el respeto a la separación de poderes.
Pero, si el esquema está ya diseñado, su desarrollo habrá de enfrentarse a dos obstáculos. El primero tiene que ver con la coherencia de los dos bloques. El gubernamental tendrá que abrirse camino en la maraña que supone contar entre los suyos con falsos aliados, para los que «lo social» ocupará siempre un lugar subalterno respecto de «lo nacional» y que otorgarán, en consecuencia, más verosimilitud al relato opuesto de la oposición. Junts per Catalunya, en concreto, ejercerá, al respecto, de caballo de Troya en el conglomerado gubernamental. Por su parte, tampoco la oposición podrá desarrollar un relato uniforme, toda vez que Vox hará lo posible por agrietar la coherencia del discurso popular, exagerándolo hasta hacerlo inverosímil y ridículo. De este modo, ambos bloques se verán boicoteados por la inclusión en su seno de supuestos aliados que hacen de enemigos camuflados que minan la consistencia del relato.
El segundo obstáculo se halla fuera de los contendientes y tiene que ver con la ciudadanía y su distancia o indiferencia respecto de lo que le llega desde el ámbito de la política. Si se diera validez -hipótesis de dudosa verosimilitud- al resultado del reciente sondeo del CIS, los dos nutrientes más potentes del relato «nacional» -la amnistía y la independencia de Cataluña- ocuparían los puestos 37 y 39 en la preocupación de la gente, lo que condenaría el relato de la oposición a la irrelevancia en términos de vigor persuasivo. Frente a ello, la insistencia en los temas nacionales a cargo de unos medios de comunicación a los que la excitabilidad de «lo nacional» seduce con mucha mayor fuerza que la aridez de «lo socioeconómico», podría lograr que la escala de preocupaciones que describe el CIS se invirtiera en un vuelco radical. La lucha, pues, entre relatos promete una legislatura en que las palabras van a mantener hasta el final su prevalencia sobre los hechos y las espadas en todo lo alto. Poco podrán hacer los éstos para vencerlas.
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