Aitor Esteban y Bakartxo Tejeria, ayer en un acto en Irún. E. C.
Análisis

Los nuestros, a lo nuestro

El exaltado ambiente político exterior y la descarnada rivalidad interna aconsejan extremar el rigor con vistas a una campaña seria y decente

Domingo, 10 de marzo 2024, 00:05

A nadie habrá sorprendido el silencio con que los dos grandes partidos de la tierra -PNV y EH Bildu- han recibido la noticia de los acontecimientos que han agitado esta semana la política española. El 'caso Koldo-Ábalos' y la aprobación, en la Comisión de ... Justicia del Congreso, de la proposición de ley de amnistía los han visto pasar ante sus ojos como si no fueran con ellos y no han reaccionado ni con el escandalizado rechazo ni con la alharaca de loas que de ellos habría cabido respectivamente esperar, al afectar el primero al partido que gobierna gracias a su imprescindible apoyo y haber contado la segunda con la rúbrica a pie de bodrio de sus correspondientes diputados. Pero, juzgue cada cual lo que quiera desde el punto de vista ético y político, la verdad es que, desde la perspectiva pragmática que los interesados adoptan, el silencio de ambos ha de tomarse como el comportamiento más adecuado para evitar que la campaña electoral vasca se vea contaminada por la toxicidad que los sucesos citados representan. ¡Valga el pulpo como animal de compañía!

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No han sido además los únicos que han optado por el mutis. También las terminales vascas de los grandes partidos del Estado parecen haber preferido el cauteloso silencio al ruido atronador. De hecho, por lo que dicen los medios, los del PSE-EE han advertido a los suyos de Madrid que sería desaconsejable que se repitiera en Euskadi el nefasto desembarco de líderes estatales que se produjo, con el consabido resultado, en la campaña electoral gallega. Todo sea que su secretario general, acostumbrado a convertir en motivo de gloria lo que, en un principio, era causa de sonrojo, piense todo lo contrario y haga de su visita a Euskadi de este sábado, no la excepción, sino el preludio de las muchas que tenga decidido realizar en campaña. Veremos. Del mismo modo, la visita que el candidato del partido popular acaba de hacer a Madrid para ser presentado por Isabel Díaz Ayuso en el Club Siglo XXI podría interpretarse, con un exceso de buena voluntad, como un simulado intento de ahorrarle a la presidenta un incómodo desplazamiento a Euskadi para repetir en esta tierra palabras que, como las que en la capital pronunció, no harían sino provocar desazón y sonrojo en su propia militancia vasca. Profeta como ha logrado Ayuso ser en su tierra, sus palabras, en esta vasca, chirrían.

Nosotros, de momento, bastante tenemos con las nuestras, no siempre fáciles de manejar. Pensemos, por ejemplo, en las desafortunadas palabras que el vicelehendakari Erkoreka pronunció el otro día sobre la supuesta influencia de EH Bildu en los disturbios callejeros que estos últimos días se han producido en Euskadi con ocasión de ciertos acontecimientos deportivos. Manejó de modo imprudente un asunto del que, entre nosotros, sólo la denuncia con pruebas es admisible, y más si el protagonista es un representante público. Es evidente que la asociación entre kale borroka e izquierda abertzale no se ha disociado aún en la mente de muchos ciudadanos vascos -el pasado pesa-, pero no puede ni debe seguir funcionando sin someterla al juicio de una realidad actual que en absoluto invita a mantenerla. Reavivarla, sobre todo en un contexto electoral, no consigue sino embarrar el terreno, como el rechazo del candidato jelkide ha sugerido con su toma de distancia respecto del juicio del vicelehendakari. En cualquier caso, también habría ayudado al sosiego si los representantes de EH Bildu, en vez de limitarse a rasgarse las vestiduras y expresar su comprensible enfado, hubieran acompañado sus críticas a los presuntos abusos de la Ertzaintza y a las palabras de su superior con una palabra, al menos, de rechazo, ya que la condena les repugna, a los autores de tan incivilizados e intolerables desmanes. Su pasado juega en este asunto en su contra y precisa de un esfuerzo extra por adecentarlo.

Dicho sea todo esto, tanto la primera reflexión sobre los acontecimientos del Estado como esta última advertencia con ocasión de los propios, a modo de expresión de un deseo que considero compartido por muchos conciudadanos en vísperas de una campaña que, por sus especiales circunstancias, podría acabar desbordando todos los límites que la decencia democrática y el propio interés de los partidos aconsejarían respetar. El rigor y la mesura en los pronunciamientos serían la mejor fórmula de alejarnos de un ruido exterior que ensordece e impide que la ciudadanía se entere de qué va realmente la cosa.

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