La victoria que cosechó Pedro Sánchez en el debate del miércoles, pírrica por su incierto equilibrio entre costos y beneficios, tendrá una tan impredecible y cuestionable serie de consecuencias que deberán primero aclararse a lo largo de un tiempo antes de dejarse analizar en toda ... su relevancia y profundidad. Hoy es el día en que, en cuanto al fondo, todavía no conocemos el contenido exacto de lo acordado entre el PSOE y JxCat. Y, por lo que a la forma se refiere, el abuso del decreto ley como modo de legislar, así como la tramposa costumbre de acumular tal heterogeneidad de asuntos en un mismo texto que lo convierten en un trágala imposible de rechazar, han contribuido en tal medida a degradar la necesaria deliberación parlamentaria, que hasta los aliados gubernamentales demandan una drástica revisión que los acomode al mandato y las convenciones constitucionales. Parece, pues, recomendable tomar distancia de estos aspectos confusos del debate y centrarse, de momento, en otro que resulta más pertinente en la coyuntura preelectoral en que se encuentra Euskadi.
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Entre tantos elementos que contribuyeron al desbarajuste del debate del miércoles en la sede del Senado pasaron inadvertidas las intervenciones de las diputadas vascas Mertxe Aizpurua, de EH Bildu, e Idoia Sagastizabal, del PNV. Ambas eran conscientes, cuando las pronunciaron, del papel que jugaban de cara a su electorado, además del que desempeñaban en la Cámara. Y las dos adoptaron, a la hora de justificar su común apoyo a los decretos ley que les tocó defender, posturas entre sí divergentes y aun opuestas. Mientras la jelkide optó por subrayar, en tono abiertamente crítico, las distancias que mantenía respecto de lo que se disponía a aprobar -sus discursos más parecían anunciar el 'no' que el 'sí'-, la abertzale prefirió enfatizar lo que en los decretos era más de su agrado. Para Sagastizabal, el apoyo se expresaba en una especie de cláusula adversativa: «Pese a mis numerosos desacuerdos, por responsabilidad votaré sí a los decretos». Aizpurua, en cambio, apelaba, apoyando su postura con un significativo sintagma, a la «paciencia estratégica», es decir, a objetivos de largo plazo, para justificar su decidida e incondicional identificación con los puntos de carácter más social de los decretos que a su formación y a su gente más gusta representar y defender.
En esta diferente disposición de ánimo que ambas mostraron se dejaba entrever tanto la incomodidad que la una sentía al dar el voto afirmativo como la satisfacción que a la otra causaba seguir el mismo proceder. Hasta tal punto era evidente el contraste, que Aizpurua se atrevió a explicitarlo en un momento del discurso, situando ambas posturas, sin nombrar expresamente las siglas, en parámetros de derecha e izquierda o de adhesiones contrapuestas a la clase trabajadora y a la casta empresarial. Como si en el acto de justificación de lo que ambas estaban defendiendo, estuviera delimitándose, cara al electorado vasco, el espacio que sus respectivos partidos ocupan. Seguían así, cada una a su modo, el esquema que ya venían trazando sus respectivos líderes desde que, tras las elecciones del 28-J, decidieron hacer públicas sus preferencias. La de EH Bildu, apoyo gratuito e incondicional a Sánchez para frenar a la extrema derecha; la del PNV, adhesión resignada y pragmática al mal menor, a falta de mejor alternativa.
Respecto del efecto que esta teatralización pueda tener en las elecciones vascas de la próxima primavera, la convencida entrega de EH Bildu parecería, en principio, más prometedora que la poco entusiasta o incluso reticente actitud del PNV, más neutra y expuesta a unos inciertos resultados que, al depender de quien dependen, muy poco tienen de botín asegurado. Por su parte, EH Bildu da un paso más en un camino que los jeltzales tienen ya de sobra recorrido, pero del que a aquél le queda aún un buen trecho: el que blanquea un pasado que todavía arroja sombras que se resisten a disiparse. En tal sentido, el provisional encubrimiento de los aspectos más rupturistas y ofensivos del soberanismo, bajo el manto de un izquierdismo más socialdemócrata que revolucionario, resultaba ser el efecto más expresivo de la «paciencia estratégica» que mencionó Aizpurua en el debate, a la espera de dar el salto final, cuando la coyuntura lo propicie, hacia los objetivos que laten, impacientes, en lo íntimo del colectivo abertzale. Aún no toca. Se precisa superar otras etapas previas. La más urgente, demostrar que se sabe gobernar.
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