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El periódico en que esto escribo enfrentaba el jueves, en páginas consecutivas, par, una e impar, la otra, dos titulares que reflejan el contraste de conductas que hoy se observan en el entramado de la izquierda abertzale. «La inclusión de condenados por pertenecer a ETA ... en las listas de Bildu incendia la campaña», rezaba el primero. «Los dos exetarras testigos protegidos ya han delatado a doce jefes de la banda», se leía en el segundo. Ambos, leídos en conjunto, me sugirieron esta reflexión, que, superada la saturación mental que todo lo relacionado con este asunto llegó a producirme en mi vida pasada, me atrevo ahora a exponer por escrito.
Respecto del primer titular, vayan por delante dos aclaraciones. La primera es que, en este caso, la sorpresa sorprende. Es ya demasiado larga la lista de condenados por pertenencia o colaboración con ETA que vienen ocupando puestos relevantes en las instituciones sin haber sido hasta hoy motivo de especial escándalo. Repase quien se sorprenda la lista, no ya de alcaldes y concejales, sino de diputados y parlamentarios para salir del engaño. Encontrará en ella desde cómplices de la banda en grado diverso hasta algún que otro secuestrador. Admítase luego –y ésta es la segunda aclaración– que tal hecho no contraviene la norma. El cumplimiento de la condena supone un borrón y cuenta nueva de pasadas responsabilidades. Mi reflexión va por otros derroteros.
Sea el primero y obligado el de las víctimas. No es casual que hayan sido éstas las primeras que, por usar la expresión que más viene al caso, pusieron el dedo en la llaga que la citada inclusión les ha reabierto. Debe de ser insoportable, en el caso más extremo, ver erigido a representante ejemplar de tu pueblo a quien sigues recordando como el asesino de quien más querías. Tal ofensa, podían y debían haberla evitado quienes tantas lágrimas de cocodrilo han vertido y tanto se han llenado la boca de falsos lamentos por las víctimas que ETA ha causado. Esta última decisión desmiente todos los gestos y palabras anteriores. Es, por tanto, una afrenta que suma a las que ensucian su pasado un cinismo que envilece también su presente.
Dicho esto, es a Bildu a quien ha de dirigirse la mirada. Y no podrá dejar de verse que la inclusión de condenados por los más graves delitos en sus listas supone, además del mencionado agravio a las víctimas, un peldaño más en la escalada que, tras años de taimado proceder, la izquierda abertzale ha decidido acometer en busca de la plena legitimación de su pasado, incluido el de su entramado más violento. Así, aprovechando la institucionalización que, con relevantes ayudas externas, Bildu está llevando a cabo en estos últimos tiempos, la IA –es decir, Sortu– ha dado un penúltimo paso en el camino hacia su total aceptación como uno más de los agentes que actúan en las instituciones democráticas. Y, respecto de los otrora terroristas, abandonados aquellos obscenos 'ongi etorris' que sus más aguerridos organizaban para forzar la aceptación social de los excarcelados, ha visto en las nuevas circunstancias políticas de tolerancia hacia sus gestos institucionales el momento propicio para, abusando de la permisividad de la ley, montar este otro formato de bienvenida a la normalidad que supone la inclusión de los más indeseables en el espacio más noble del sistema democrático: la elegibilidad como representantes de la ciudadanía. Demuestra así, de paso, a los más impacientes entre los suyos que el camino emprendido, aunque más lento, es más capaz de arribar al ansiado destino: dejar de ser todos, mansos y violentos, apestados del sistema. Todo se blanquea, sin pizca de autocrítica, ni individual ni colectiva, en un futuro sin pasado.
Penúltimo paso, decíamos. Pero, una vez más, en sentido equivocado. El último, y en el correcto, lo han dado los aludidos en el segundo titular al principio citado. Y es que la denuncia de quienes, repudiando su pasado y exponiendo su futuro al ostracismo dictado por quienes un día fueron los suyos, constituye el último paso –el más drástico y arriesgado– para lograr, de un lado, la obligada reparación de las víctimas y, de otro, la plena integración en el sistema democrático. Un paso que requiere, por cierto, de quienes estamos dispuestos a acompañarlo: más exigencia que condescendencia, más intransigencia que complicidad y más recuerdo que olvido. Pero, ¡ay!, el pasado nos acompañará pegado a la memoria como un chicle a la suela del zapato del que no será fácil deshacerse.
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