Lo peor que cabe hacer con el fango es removerlo. Y se ha removido. Su apestoso hedor ha comenzado a expandirse y su inmundicia a salpicar el entorno hasta hacerse, aquí dentro, asfixiantes y provocar, ahí fuera, el atónito asombro de los extraños. Tal ha ... sido el efecto de la dolida epístola que el presidente, Pedro Sánchez, en una insólita iniciativa, ha dirigido a toda la ciudadanía, tras la apertura de diligencias judiciales sobre su esposa, en la que anuncia y pospone para mañana lunes su decisión de abandonar o no su actual responsabilidad de Gobierno. Pero yo, que ni soy abonado al antes Twitter y ahora X ni me asomo a sus contenidos, no me doy por aludido ni me sumo a la abrumadora mezcla de especulaciones y conjeturas, adhesiones y anatemas, que el inaudito desahogo presidencial ha desatado. Esperaré a que las revueltas aguas se amansen en su lecho institucional, del que nunca debieron haber salido y en el que habrán de encauzarse si se quiere evitar que se salgan por completo de madre. Pero ya adelantaré que, entre el excitante vértigo del populismo asambleario y el aburrido sosiego de los usos y costumbres del parlamentarismo democrático, no me cabe duda con cuál quedarme. Mejor el más bronco debate en la Carrera de San Jerónimo que la más nutrida concentración en cualquier Plaza de Oriente para rendir culto al líder de turno. Y, a riesgo de resultar pedante, añadiré que prefiero la templanza del viejo Temístocles a la insolente arrogancia del joven Alcibíades, primero y último en la breve y azarosa historia de la democracia ateniense.

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Así que, dicho esto, vuelvo a casa. Mañana empezarán las negociaciones entre el PNV y el PSE-EE para la conformación del próximo Gobierno vasco. A tenor de la campaña electoral que ha precedido a las elecciones, tanto las prioridades como el tono de las conversaciones deberían conducir a buen puerto sin exceso de obstáculos ni dilaciones. Todo indica, en efecto, que los asuntos de gestión, en que la transacción es menos compleja, prevalecerán sobre los ideológicos, en que el atasco es más probable. A este respecto, Otegi ha delineado mejor que nadie, sin pretenderlo, los términos en que deberá producirse el acuerdo. «Ni muy abertzale ni muy de izquierdas». Es el punto medio en que el entendimiento será posible y duradero, además de positivo para la ciudadanía. Y es que, a no ser que la campaña haya sido un fraude, las preocupaciones de ambos partidos tienen más que ver con las llamadas 'cosas de comer' que con las respectivas aspiraciones identitarias, que resultarían poco menos que intratables. Quedarán éstas, como siempre, más abiertas a discrepancias pactadas que a acuerdos, si bien la relación de fuerzas que han definido los votos, junto con la volatilidad del momento político del entorno, habrá de tenerse en cuenta, si lo que se busca es dar satisfacción a las demandas mayoritarias de la sociedad y no sólo al interés de los partidos que conforman el Gobierno.

De otro lado, tampoco el reparto de poder y la asignación de carteras deberían erigirse en obstáculos insalvables. La aritmética y la historia marcan la ruta. Fuera de las de Hacienda e Interior, en las que el PNV mantiene querencias irrenunciables, incluso las de más peso económico y político, tales como la de Educación o la de Salud, se han turnado ya en el pasado entre nacionalistas y socialistas con equiparables resultados. Con todo, la definición de contenidos, a la par que el no menos importante marcaje de límites, será lo que exija mayores esfuerzos de aproximación que la designación de titulares. Que la competencia profesional prevalezca en esto último sobre las adhesiones partidistas debería ser el objetivo irrenunciable.

Finalmente, y al hilo precisamente de las adhesiones, no estaría de más, sino que, vistos los recientes precedentes, resultaría, más bien, imprescindible, que se firmara un pacto de lealtad mutua por el que se asegurara la solidaridad colegiada en la responsabilidad gubernamental. Ni el ejemplo de la dualidad que se observa en el Gobierno central ni la distancia crítica que, en campaña y antes incluso de la campaña, ha exhibido el líder socialista respecto de las consejerías gestionadas por su aliado en el Ejecutivo vasco son el camino más despejado para lograr la máxima eficacia en el desarrollo del programa y ganarse el respeto y la estima ciudadanos. Citando, una vez más, a Otegi, en su «ni muy abertzale ni muy de izquierdas» está precisamente el equilibrio que habrán de perseguir ambos coaligados, así como la grieta por la que tratarán de penetrar, con la intención de dividirlos, los compañeros del citado.

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