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La política vasca atraviesa una etapa de inquietante quietud narrativa desde que se celebraron las elecciones autonómicas un lejano 21 de abril. Las fuerzas principales están más involucradas en sus procesos internos que en los discursos dirigidos al combate dialéctico. Ni siquiera el inicio del ... curso parlamentario ha generado material relevante para el análisis o debate político. Cierto, los cambios 'ad intra' son ahora los importantes, especialmente en el PNV, que afronta debates estratégicos cuyos desenlaces afectarán al resto de actores y al conjunto del sistema.
Sin embargo, esta parece ser una legislatura crucial en demasiados aspectos como para que los partidos tengan margen para pausas dramáticas de excesiva duración. Europa, según Draghi, se enfrenta a graves problemas de competitividad y seguridad. Además, se avecinan nuevos ciclos de luchas de clases y luchas culturales con desafíos territoriales que auguran una intensificación de las divisiones norte/sur y este/oeste. Parece, eso sí, que existe un consenso acerca del instrumento para hacer frente a todo esto: la política. La democracia liberal, institucionalizada y culturalmente interiorizada en nuestro hemisferio, sufre una crisis reputacional a la altura de estas rupturas sociales y generacionales que conducen a partidos no sistémicos (buenos y malos) a cuotas de apoyo popular importantes.
La realidad obliga: es el momento idóneo para abordar cuestiones políticas de calado. Trayendo todo esto a una escala vasca, las esperanzas parecen estar puestas en una reforma estatutaria que aporte un texto válido para un par de generaciones. Y, en esto, sí hay novedades narrativas a destacar. Rafa Díez Usabiaga y Eugenio Etxebeste acaban de apuntar la necesidad de una alianza entre la izquierda estatal y la mayoría abertzale para refundar el Estado español y hacerlo confederal. O sea, una España amable, no en las formas, sino en su naturaleza, que encaje con una soberanía propia de Euskadi. Respondía, raudo y veloz, Eneko Andueza, decidido a jugar su carta de actor central en el asunto, advirtiendo al PNV que «Estatuto sí, pero estatus no». O sea, una Euskadi amable que encaje en la soberanía unitaria de España.
A la espera de que el principal aludido, la formación que lidera Ortuzar, arroje luz sobre su decantación estratégica final, habrá quién se pregunte dónde está la novedad. Obligados a interpretar lo que parecen meros matices, quedémonos con la idea de que, al menos, se busca transaccionar amabilidades y no ahondar en las incompatibilidades conocidas. Yendo al grano: EH Bildu quiere estar presente en el nuevo pacto estatutario y dejar su impronta en él. Para que eso ocurra, aportará una amabilidad inédita como mecanismo para ensanchar los límites de la España amable, promesa secular del progresismo mesetario. Que todo esto tenga sentido político, está por explorar. Me decanto por un escepticismo razonable. Razonable y amable, se entiende.
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