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Hace justo siete días, en Gernika, en el acto del 45 aniversario de la constitución del primer Parlamento vasco, Aitor Esteban y Arnaldo Otegi tuvieron ... ocasión de saludarse y cruzarse unas diplomáticas palabras. Paralelamente, han mantenido una ilustrativa conversación en diferido, a través de los medios, sobre las perspectivas de éxito del tantas veces invocado nuevo estatus. El primero hablaba de realismo, el segundo de ambición.
Dos actitudes complementarias y, con toda seguridad, necesarias, si las dos familias políticas que tienen dos tercios de la representación parlamentaria aspiran a cumplir, total o parcialmente, sus expectativas. Y estas han sido, vaya que han sido, adaptadas a las tozudas realidades que han ido surgiendo en el camino, desde aquel «el Estatuto ha muerto» de las vísperas del Pacto de Estella, pasando por los vigores unilaterales impulsados por la crecida catalana, hasta el «soberanismo gradual» (sea lo que sea lo que signifique eso) y el «confederarse con España» actual.
¿Confederarse con España? Es una propuesta comprensible para quien entiende España desde la plurinacionalidad. Es, cuanto menos, curiosa desde una mentalidad abertzale. Más lógica parece la idea de confederarse con Europa y en Europa abordando una doble maniobra de traspaso de soberanía, para debilitar, en vez de reforzar, el proyecto de Estado-Nación español: un movimiento de cesión de soberanía «hacia abajo», es decir, hacia nuevos espacios de bilateralidad Euskadi-Estado (en la linea, por ejemplo, que plantea el profesor Juanjo Álvarez de dotar a las competencias estatutarias de capacidad bilateral). Y otra cesión de soberanía «hacia arriba», hacia una Europa federal con quien poder confederarse como país.
Creo que aquí encontraríamos una intersección entre el realismo y la ambición que anima las interesantes reflexiones cruzadas de Esteban y Otegi. Desligar la soberanía nacional plena (incluyendo, sin que sea negociable, el reconocimiento del hecho nacional vasco) del articulado de un Estatuto que corre el peligro de ser un no-nato crónico, a la vez que diseñar una estrategia soberanista actualizada y competitiva en un contexto de construcción supranacional a nivel continental.
Y es que hay cierto grado de anacronismo cognitivo en un planteamiento que focaliza toda la cuestión de la nación vasca en su estatus «dentro» de España. Según las leyes de la física política, no se puede unir España rompiéndola, ni se puede romper España uniéndola. Y en las condiciones actuales, todo parece reducirse a qué está dispuesto a ceder el PSOE para que Euskadi encaje en España y qué están dispuestos a ceder PNV y EH Bildu para que España encaje en Euskadi. Sin embargo, una suma de cesiones, sin una visión compartida, no parece ni lo más realista, ni lo más ambicioso. Mejor escalar las expectativas a las oportunidades, inciertas pero oportunidades al fin y al cabo, que ofrece la confusión geopolítica general.
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