El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

La investidura fallida de Pere Aragonés nos lleva irremediablemente a volver a examinar lo que sucedió el 14 de febrero en las elecciones. Decíamos aquella noche que los absurdos vetos que se habían establecido en campaña desde el independentismo respecto del PSC y desde esta ... formación hacia el independentismo se habían convertido en factores de bloqueo y asfixia interna de la sociedad catalana. Decíamos que la disputa entre ERC y JxCat no se había despejado de forma nítida y suficiente, como para que los republicanos pudieran desarrollar su estrategia de más transversalidad y menos dependencia respecto del legitimismo que proclama Puigdemont desde que en octubre de 2017 decidió instalarse en Waterloo, para desde allí tratar de vertebrar, bajo su dirección personal, una nueva institucionalidad paralela a la Generalitat, supuestamente con mayor legitimidad y superioridad moral.

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Tras los vetos, los resultados no dejaron más que dos opciones: el acuerdo de gobierno entre independentistas, o, ante su fracaso, nuevas elecciones. Parece lógico que a los independentistas no les interesa una nueva convocatoria. Esta presión ha actuado sobre ERC y su candidato Pere Aragonès, que ha sufrido en su carne la humillación a la que le ha sometido Puigdemont. Pero a partir de ahora esa responsabilidad, aunque solo sea formalmente, pasa a los diputados de Junts, por lo que podemos decir que por San Jordi, habrá investidura. Pero también estoy seguro de que será un gobierno inestable, políticamente débil, sometido a dinámicas de presión de formaciones y movimientos potentes como la propia ANC que pretenderán llevar al Govern hacia escenarios y estrategias que las urnas no han respaldado.

Es cierto que los independentistas tienen en el Parlament 74 diputados de 135. Han conseguido que sus diversas papeletas superen la barrera del 50% de los votos. Es cierto que a causa del fuerte incremento de la abstención los secesionistas obtuvieron 600.000 votos menos que en las anteriores, pero también es cierto que los unionistas, lograron 890.000 votos menos. Es innegable que hay una mayoría electoral independentista en el Parlament, pero los comicios no fueron un plebiscito sobre la independencia, ni tampoco los resultados expresan un mandato claro y único de cómo se ha de abordar la resolución de la relación entre Cataluña y el Estado español. De ahí que resulta muy difícil articular una estrategia unitaria desde el independentismo, pues a falta de un mandato único y claro hacia la independencia, hay que añadir que estos partidos no cuentan con una estrategia común, pues lo que realmente existe entre ellos es una auténtica guerra de posiciones, que entienden el proceso de autodeterminación como el escenario donde se materializa la rivalidad y la disputa de la hegemonía entre ellas, en lugar de entenderlo como un proceso de participación y articulación en la sociedad catalana de un gran acuerdo sobre cómo encauzar y resolver en términos democráticos y legales el dilema independentismo-unionismo que divide a los catalanes. Me temo que los independentistas harán su arreglo para mantener el poder de la Generalitat, se darán un tiempo y, mientras, mirarán a Escocia.

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