Queda mucho partido. Ni siquiera se ha consumido la mitad. Por tanto, el resultado puede cambiar sustancialmente. Depende de las circunstancias y de cómo mueva sus fichas cada cual. Pero la encuesta publicada por este periódico el pasado fin de semana retrata hasta qué punto ... se ha alterado el panorama político en el frenético año y medio transcurrido de legislatura. Un brusco volantazo del electorado hacia la derecha. El PSOE pierde fuelle y es incapaz de aprovechar el desplome de Unidas Podemos, mientras el PP crece con fuerza al absorber el voto de Ciudadanos y está en condiciones de sumar la mayoría absoluta con Vox.
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Pedro Sánchez necesita tiempo para revertir la situación. Dispone de él. Cuestión distinta es que acierte con la tecla adecuada. Sus aliados son los primeros interesados en que resista hasta agotar la legislatura. Empezando por el PNV, el más fiel de todos. Difícilmente encontrarán una coyuntura más favorable: un Ejecutivo en precario que depende de sus votos en el Parlamento y dispuesto a canjearlos a un alto precio.
La supervivencia del Gobierno es una absoluta prioridad para Sabin Etxea, donde el cambio de rumbo que anuncian los sondeos gusta tan poco como en Ferraz. Los jeltzales necesitan apuntalar al presidente al que han arrancado la promesa de completar por fin el Estatuto durante este mandato y del que esperan cambios en el modelo territorial del Estado. Aunque en su día pactaron con Aznar y Rajoy, la eventual llegada a La Moncloa de Pablo Casado de la mano de Vox les privaría de su capacidad de influencia en Madrid y frustraría previsiblemente sus expectativas.
El PNV puede ser «exigente» con Sánchez y presionarle para rentabilizar al máximo su apoyo, una tarea en la que compite con la izquierda abertzale. Pero hasta cierto punto. Por nada del mundo le conviene romper la cuerda y forzar un adelanto electoral con una envalentonada derecha al alza. Juega con la ventaja de que, en un mapa político fracturado en dos bloques irreconciliables, la coalición PSOE-Unidas Podemos no tiene más alternativa que aferrarse a sus socios de la investidura a la espera de tiempos mejores. Eso es tan cierto como que las cesiones a ellos son uno de los principales focos de desgaste de un Gobierno cuya caída intenta evitar y de rearme del PP. O el Ejecutivo recupera crédito con la ya cercana normalidad post-covid y un recobrado empuje de la economía o se expone a agudizar su debilidad. Lo dicho para los jeltzales vale para ERC y EH Bildu.
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Ahora que las vacunas ponen freno al virus, lo que menos necesita el presidente es una ofensiva del independentismo con Esquerra exigiendo imposibles. Y quizás sea lo que venga a corto plazo. Es lo que tienen las peligrosas compañías. Porque ¿qué puede salir mal cuando la estabilidad de un Gobierno depende de un partido cuyos líderes cumplen condena en la cárcel por declarar la secesión de Cataluña e insisten en que volverán a hacerlo? Y del antiguo brazo político de ETA. Era una pregunta irónica, claro. Tampoco es que tranquilice mucho un PP en el poder amarrado a los caprichos de la extrema derecha. Pero esto es lo que hay en un país polarizado hasta la náusea.
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