Oda a la ingenuidad
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ANÁLISIS ·
Ignorar la ética para hacer «política de verdad» es una de las tentaciones en que caen tanto los autócratas y los llamados iliberales como muchos de los que alardean de demócratas'Realpolitik' es una palabra que se sumerge y emerge como un guadiana a tenor de la tranquilidad o excitación de la circunstancia. Hoy ha emergido a propósito de la furtiva carta del presidente Sánchez al rey de Marruecos en torno al futuro de los ... saharauis. Con su inabarcable ambigüedad, lo mismo vale el término para instar a un pragmatismo que evite los excesos de la ideología en la acción política como para justificar cualquier desmán que ésta cometa por ignorar el aspecto ético de lo que gestiona. Sobre el asunto en cuestión, abusando de lo que Clausewitz dijo de la guerra, me serviré de las tertulias, que son hoy los otros medios con los que se continúa en la política. En una de aquellas, la que fuera vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, hizo del término, empleado burdamente y sin matiz, la piedra angular de una enardecida defensa de la iniciativa del presidente. Dos días más tarde, en una entrevista periodística, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero llegó a decir, con el mismo fin y parecido tono, que «lo que no es 'realpolitik' no es política», pues, sin moverse de los principios morales, no cabe solucionar los conflictos. Ambos, maquiavelos redivivos de cortas miras, pusieron los intereses del país, su «seguridad y estabilidad», por encima de cualquier consideración de orden ético y, sobre todo, del derecho que asiste a los más afectados por el conflicto: los saharauis.
Me acordé de Kant y releí su encantador ensayo 'Sobre la paz perpetua', aunque sólo fuera para limpiar mi mente de tanto utilitarismo de baja estofa. Y allí, frente a los que hacen de lo fáctico norma y ponen «la necesidad de la naturaleza sobre la libertad de la voluntad», encontré unas perlas de las que sólo podré mostrar un par. Distingue el filósofo al «moralista político» del «político moral». Y dice: «Puedo concebir un político moral, o sea, un político que entiende los principios de la habilidad política como coexistentes con la moralidad, pero no un moralista político que se forje una moral útil a las conveniencias del hombre de Estado». Para los laicos de pacotilla, que consideran la palabra un atavismo religioso, la «moral» pública, para el laico Kant, es, a diferencia de la personal, la ley promulgada por el pueblo, el Derecho y, en este caso, el Internacional. Dicho, pues, de otro modo, «toda política debe doblar la rodilla ante el Derecho».
En la supuesta solución del conflicto saharaui, ha actuado, pues, el «moralista político», no el «político moral». Las Resoluciones de la ONU se citan para sortearlas, no para cumplirlas, como si fueran un estorbo, y los cincuenta años de encomiable resistencia, una pérdida de tiempo de gente sentimental y melindrosa que no ha osado prescindir de la ética para hacer política «de verdad». Han debido llegar políticos nuevos a lo Sánchez y Albares, aupados por los viejos Calvo y Zapatero, para dar con la piedra filosofal que haga desaparecer por ensalmo a los afectados, los saharauis, y dar, a cambio, visibilidad a los interesados, en la literalidad del término, España y Marruecos. ¡Feo asunto este de desentenderse de quienes un aciago día abandonamos para ponerlos en manos de quien tan mal los quiere! La exposición a la publicidad, dice Kant, es la prueba de que el político actúa según lo que el pueblo tiene por bueno. La opacidad, en cambio, como la que aquí ha obrado, es señal de la mala conciencia que lo acompañará de por vida.
No deja de ser tristemente curioso, aunque, por contraste, también aleccionador, que todo esto haya sucedido cuando la política europea se mueve en parámetros más razonables y sensibles a la «moral» kantiana. Frente a la invasión de Ucrania, la Unión ha logrado actuar de un modo que no ha de ocultarse para evitar la vergüenza. Por el contrario, pese a los enormes inconvenientes que comporta en términos de prosperidad y tranquilidad social, ha reaccionado «concibiendo -tal y como propugna Kant- los principios de la habilidad política como coexistentes con la moral». Supone una victoria, no sólo más digna, sino incluso más productiva que la de las armas. No servirá únicamente para tranquilizar la conciencia de los europeos, sino también para promover un modelo de convivencia entre los pueblos que ponga el Derecho por encima de la fuerza y permita que los valores coexistan con los intereses. Sé que muchos leerán estas líneas como una oda a la ingenuidad. Pero es que yo prefiero estar a bien con el bueno de Kant.
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