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«No es pot repicar i anar a la processó». El refranero de cualquier país y en cualquier idioma recopila la sabiduría tradicional. En este caso censura la posibilidad de hacer dos cosas bien a un tiempo o, aun más, de jugar dos papeles contradictorios ... a la vez. El refranero y la tradición son recios, y no aceptan comportamientos que ahora aceptamos. ¿Qué tiene de malo, como decía un político que anduvo por aquí, hacer una cosa y su contraria, estar con unos y con sus opuestos, representar el poder y la disidencia a un tiempo? Daniel Innerarity apuntó una vez que esto último era una manifiesta expresión totalitaria. El problema es que ahora se lleva esa manera de hacer política. Se hace desde el populismo y es una de sus señas de identidad (el procés tiene mucho de populista). Pero se hace también como política postmoderna, líquida, efímera, inconsecuente y adolescente, esa de la que abominan la madurez y el rigor del refranero.
Esquerra Republicana de Catalunya es un partido friki. Se lo oí una vez a Rodríguez Zapatero y le tengo por autoridad en frikismo. Su casi siglo de historia no es un dechado de coherencia, siempre en la oportunidad y en la duda de estar en el balcón y en la plaza. Este jueves ha repetido escena: Aragonés con los mandatarios y Junqueras con las masas (seis mil quinientas personas). Al primero lo mirarían con condescendencia y resignación; al segundo, con rechazo e insultos («A prisión»).
Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Lo dice el refranero y la supuesta capacidad performativa de la realidad a partir de algunos gestos la niega el sentido común que tradicionalmente pregona. Se lo han dicho los suyos, los 'indepes', como, por otro lado, podía haber previsto. Y los otros no le han dicho nada al honorable por educación, que bastante tienen con soportar sus niñerías. Así que mal con unos y mal con otros, que es lo que tiene jugar a esto y es lo que se confirma cuando lo políticamente correcto y la mentira compartida no lo presiden todo.
Atrampado en la irresoluble pinza de ser un partido que se ha dejado conducir por un movimiento, la cumbre hispano-francesa, la de la agenda de la reconciliación de Moncloa, le ha hecho un roto en todos los escenarios posibles: no recupera, ni por asomo, la presencia institucional ante sus Estados vecinos, y agranda todavía más la brecha entre los echados al monte secesionista y los que como ellos pretenden embridarlo con alguna racionalidad. Otra vez Esquerra atrapada en su sino, y con ella Cataluña, incapaz de escapar a su propio acertijo.
Set y partido para Pedro Sánchez, quizás más recompensado de lo que había calculado de previo. Ha mostrado generosidad ante los catalanes y dignidad institucional ante los franceses. Si los contrarios en la región se pegan un tiro y los galos le firman un acuerdo privilegiado, la verdad es que no es fácil aspirar a un jueves más feliz para él. Lo peor para los demás, nosotros, es que se siga imaginando un Maquiavelo y que realidades como las vividas este jueves se lo confirmen.
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