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óscar b. de otálora
Sábado, 21 de abril 2018, 00:37
En julio de 2002, el IRA hacía público un comunicado en el que se dirigía «a los muertos y heridos no combatientes» provocados por su acción. «Les ofrecemos nuestras sinceras disculpas y condolencias a sus familias», agregaba. Esta declaración se difundió cuatro años después de la firma del acuerdo de Viernes Santo por el que se selló la paz en Irlanda del Norte y en un momento en el que se estaba verificando el proceso de desarme de la banda norirlandesa. Su alusión a las víctimas «no combatientes» significaba ignorar gran parte de sus atentados contra las fuerzas de seguridad -en una trayectoria con más de 1.800 muertos a sus espaldas, dos tercios de ellos contra policías y militares- se enmarcaba así en un relato en el que justificaba la mayoría de sus acciones.
El comunicado hecho público por ETA el viernes parece haber copiado estar retórica -el conflicto irlandés siempre ha sido un espejo para los terroristas vascos-. La banda asegura, en este sentido: «sabemos que, obligados por necesidades de todo tipo, nuestra actuación ha perjudicado a ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad alguna». Al igual que el IRA solo pedía disculpas por las muertes de los 'no combatientes', la ETA no muestra ningún arrepentimiento para aquellos asesinados a los que sí cree que tenían 'responsabilidad' en los hechos.
Frente a este tipo de perdón solo para unas víctimas 'civiles', otros grupos terroristas no han dudado en asumir su responsabilidad en todo tipo de crímenes. Es el caso de la FARC de Colombia. En su proceso de paz, los terroristas colombianos no dudaron en pedir el perdón global de todas sus víctimas. Timoleón Jiménez, 'Timochenko', el principal líder del grupo armado, reclamó perdón a «todas las víctimas» de sus acciones armadas. En el caso de esta organización, que ha firmado un acuerdo de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos, las peticiones de perdón se han dirigido a todos los colectivos afectados por su violencia. Las FARC incluso se han puesto en contacto con miembros de las fuerzas de seguridad para mostrar su arrepentimiento.
Además, los terroristas colombianos han descendido a casos concretos para mostrar su arrepentimiento por los atentados. Este año, por ejemplo, realizaron una autocrítica por el coche bomba que hizo explosión en el club social El Nogal, que causó la muerte a 36 personas e hirió a 200. Miembros de las FARC se reunieron con afectados por aquel ataque y reconocieron que fue «injustificable». Además, el propio 'Timochenko' llegó a escribir una carta al Papa Francisco en la que pedía perdón por todas las víctimas que había causado.
En la historia europea, sin embargo, esta petición de perdón se ha convertido en una cuestión personal antes que colectiva. Principalmente, porque las principales organizaciones como las Brigadas Rojas o la Baader Meinhof se disolvieron por la presión policial, sin llegar a pasar por un proceso negociado como el IRA o las FARC. En el caso de los terroristas italianos, el Gobierno Italiano puso en marcha en los años 80 dos iniciativas judiciales para acelerar el fin de la banda. La primera se basaba en el arrepentimiento personal de los terroristas, y exigía la colaboración expresa con la justicia y las fuerzas de seguridad para conseguir beneficios penitenciarios. Esta vía no tuvo éxito, por lo que se puso en marcha el denominado proceso de disociación. Mediante este sistema, los terroristas de las Brigadas Rojas podían conseguir reducir su condena si demostraba que se habían separado definitivamente de la organización terrorista.
Esta es la parte legal. Con respecto a las situaciones humanas, los escasos casos de petición pública de perdón se llevaron a cabo de forma personal y se trató de encuentros entre víctimas y terroristas, publicitados con más o menos discreción. En 2006, por ejemplo Agnese Moro, uno de los hijos de Aldo Moro, el presidente de la Democracia Cristina asesinado por las Brigadas Rojas, se reunió con Alberto Francheschini, uno de los fundadores del grupo terrorista.
En el caso de la Fracción del Ejército Rojo alemán, más conocida como Baader-Meinhof, la banda se disolvió en abril de 1988. La escenificación de su final se limitó a un comunicado en el que consideraban «legítimos» sus atentados y no solicitaban ningún tipo de perdón. Para entonces, la banda era ya un grupo cuyos principales componentes se encontraban en prisión -sus líderes fallecieron ahorcados en sus celdas- y sin ningún tipo de capacidad operativa. En el caso alemán, las muestras de arrepentimiento han sido personales y fruto de una maduración ética de los terroristas con respecto al uso de la violencia.
En noviembre del año pasado, por ejemplo, la exterrorista alemana Silke Meier-Witt mostró su arrepentimiento al hijo de Hanss Martin Schleyer, un dirigente de la patronal asesinado por la Baader Meinhof en 1977.
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