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El monográfico postindultos del Congreso en el que se refocilaron ayer sus señorías, siete horas de bucle melancólico, daba ganas de tallar en piedra el célebre artículo que Mariano José de Larra publicó en 1834 en La Revista Española y que acababa así: «¡Bienaventurados los ... que no hablan, porque ellos se entienden!». La reflexión de Larra sirve para glosar el intercambio de golpes entre Sánchez y la derecha y el nulo crédito que tanto Casado como Rufián dieron a la promesa monclovita de no convocar «jamás» un referéndum de autodeterminación, pero también para reflexionar sobre las supuestas bondades de esa 'agenda del reencuentro' con el independentismo que llevó a Sánchez a la tribuna. Porque da la impresión de que cuanto más dialogan el presidente del Gobierno y el de la Generalitat, más se encastillan en sus líneas rojas, y nada hace sospechar que vayan a bajarse de ellas ni que la mesa de diálogo -se han dado tres meses para atornillarla, muy sintomático- vaya a cambiar eso.
Ya en su día Soraya Sáenz de Santamaría intentó una 'operación diálogo' con ERC -esas fotos de Junqueras pasando una mano por el hombro de la vicepresidenta- y aquello acabó con un bolso en el escaño de Rajoy y con los impulsores del 'procés' en la cárcel. Antes de eso, Ibarretxe se erigió en ideólogo del diálogo hasta el amanecer -«¿qué hay de malo en ello?»- como programa político del soberanismo y, aunque tenía un plan, tampoco lo culminó precisamente con éxito.
Ahora, de nuevo, se presenta el diálogo como el bálsamo de fierabrás o se anuncian las siete plagas plebiscitarias, según a quién se escuche. Pero conviene ceñirse a las realidades. Por ejemplo, que el tan traído y llevado referéndum, cuestión de tiempo según Rufián, es directamente irrealizable con el actual texto constitucional. Los que se miran en el espejo escocés saben que ningún Gobierno de España, de ningún color político, estará en condiciones de convocarlo. Se habla, 'sotto voce', del referéndum consultivo que permite el artículo 92 de la Carta Magna pero ni los socios del presidente lo ven viable, entre otras cosas porque se arriesgaría a perderlo y a desestabilizar sin remedio el país. A los nacionalistas, ya se sabe, es mejor aplacarlos con un toma y daca que lleva funcionando desde la Transición que desafiarlos. Significativamente, el jeltzale Esteban, en un ejemplo práctico de cómo separar el grano de la paja, no pronunció la palabreja que empieza por R y, sin embargo, mentó tantas veces al ministro Escrivá que deben de estar aún pitándole los oídos.
Ni Sánchez es Azaña ni Aragonès está en condiciones de aceptar una reforma estatutaria que arregle lo del famoso cepillado mientras sus socios de Junts puedan restregarle por la cara que el diálogo es un «cuento» y que Puigdemont no puede volver del «exilio». Así que, a falta de solución real, Sánchez y Esquerra se dedican a hablar por hablar y compran, sobre todo, tiempo. Pero el inquilino de La Moncloa arriesga más que el de Sant Jaume. Quiere aprobar otro Presupuesto más y convocar elecciones - ¿en otoño de 2022?»- pero en ese camino la palabrería contra la que prevenía Larra (la melosa promesa de la concordia) puede volverse en su contra.
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