Es el de hoy un Aberri Eguna diferente. No solo porque será la primera celebración con todas las letras del Día de la Patria vasca en tres años, tras el obligado paréntesis pandémico, sino porque las secuelas de la prolongada crisis sanitaria y, ahora, la ... guerra en Ucrania han sumido a Euskadi, y a medio mundo, en una espiral inflacionista y de incertidumbre económica que ha obligado a las fuerzas abertzales a poner en segundo plano las reivindicaciones soberanistas más clásicas para adaptarlas al contexto de crisis actual.
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La demostración palpable de que los tiempos en que la festividad inaugurada en 1932, hace noventa años, era la ocasión perfecta para destapar el tarro de las esencias han pasado a mejor vida es la congelación empírica del debate sobre el nuevo estatus o el derecho a decidir, tan en boga hasta hace poco. «No podemos pegarnos contra un muro. Hay que respetar la legalidad y la pluralidad de la sociedad vasca, donde no hay una mayoría aplastante» para discursos rupturistas, conceden en el PNV.
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En EH Bildu tampoco presionan demasiado para abrir el melón y su discurso se cuida muy mucho de ligar el autogobierno y la soberanía a las 'cosas del comer' y a debates a ras de suelo, como el energético, el sociolaboral o el del llamado 'escudo social'. En Elkarrekin Podemos, por su parte, han renunciado a celebrar por su cuenta el Aberri Eguna -una costumbre que iniciaron en 2016 y que apenas ha durado un lustro- al constatar que abrazar los ritos abertzales no les ha salido rentable en términos electorales.
Los hechos cantan, en cualquier caso, y el texto articulado de nuevo Estatuto que redactaron los expertos la pasada legislatura sigue durmiendo el sueño de los justos en un cajón a la espera de tiempos más propicios. En EH Bildu ven al nacionalismo institucional a la búsqueda de «excusas» para ir dilatando el debate; en el PNV, en cambio, echan la culpa a la falta de «realismo político» de la izquierda abertzale, que insiste, aunque sin demasiado énfasis, en rescatar las bases autodeterministas pactadas en su momento. «Igual que en Madrid pisan moqueta sin problemas, les pedimos el mismo ejercicio de 'realpolitik' para abordar el debate del nuevo estatus», apuntan en el EBB.
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Aunque el lehendakari Urkullu, preocupado por la posible llegada de un Gobierno PP-Vox tras las próximas generales, ha apremiado a reunir ya a la ponencia de Autogobierno, sus llamamientos han caído en saco roto. Sus socios del PSE le han frenado de manera drástica y en su propio partido se apunta a la primera mitad de 2024 como el momento óptimo para buscar un acuerdo con Pedro Sánchez, ya sin urnas en el horizonte, y dando por hecho que volverá a gobernar.
en un cajón
Las razones de la modulación del discurso esencialista del que los nacionalistas solían echar mano cada Domingo de Resurrección son diversas, pero tienen que ver con el contexto de frenazo económico, y el consiguiente desplazamiento de los anhelos soberanistas por otros más acuciantes como pagar la factura de la luz. «El foco está en la crisis», repite el PNV como un mantra. En gran medida influye también el enorme fiasco en que ha devenido el 'procés' en Cataluña. Hoy sus líderes han perdido foco, solo son noticia, en el caso de Puigdemont, por sus coqueteos pasados con Rusia y sus divisiones y el respaldo popular al independentismo ha tocado fondo y marca mínimos (38%) desde 2014. En Euskadi el apoyo a la secesión es mucho menor -solo un 22% la respalda de forma clara, según el último Sociómetro- y sigue estancado también en las cifras más bajas de toda la serie histórica.
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El tercer elemento es la cercanía de las elecciones municipales y forales de mayo de 2023, en las que EH Bildu tiene depositadas todas sus esperanzas de seguir recortando distancias con el PNV e incluso de 'sorpassarle' en Gipuzkoa. Las dos fuerzas nacionalistas son muy conscientes, y así lo admiten en privado, de que el contexto sociopolítico es volátil. Así que prefieren no arriesgar. El PNV redobla su apuesta por la estabilidad de las instituciones pese al viento en contra que le llega, por diferentes razones, desde la patronal y los sindicatos. EH Bildu se presenta también como partido de gobierno y sus cargos presumen del acuerdo presupuestario con Urkullu y del pacto educativo como hitos «novedosos» que demostrarían su vocación institucional.
En realidad, están obligados a entenderse por el contexto peculiar del momento. Pero, por debajo, subyace el enfrentamiento a brazo partido entre dos fuerzas que se disputan la hegemonía de su espacio político, profundamente alejadas en lo ideológico. De hecho, el PNV ve a su rival como el depositario del voto «antisistema» que en otros lares recoge Vox y le echa en cara que su renuncia a deslegitimar la violencia de ETA haya alumbrado, en su propio seno, una juventud anclada en postulados de la extrema izquierda de la segunda mitad del siglo XX y favorable a emplear la violencia.
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