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david guadilla
Viernes, 9 de agosto 2019, 00:39
A un mes escaso para la Diada y algo más para que se conozca la sentencia del 'procés', el independentismo catalán vive su mayor crisis interna desde que la aventura soberanista se puso en marcha. Lejos quedan los días en que la unidad de ... acción era absoluta y tanto la antigua CiU, ERC y las dos asociaciones civiles -ANC y Òmnium-, que siempre han funcionado como los principales guardianes de las esencias nacionalistas, caminaban en una misma dirección.
Dos años después de que Carles Puigdemont lanzase su órdago final, la independencia sigue siendo una quimera y los principales actores se han sumergido en una guerra de guerrillas: excrementos en la sede de los partidos, acusaciones de traiciones veladas... La primera consecuencia: según el 'CIS catalán' publicado a finales de julio, la cifra de catalanes que rechazan la independencia es la mayor en dos años (un 48,3%). Apenas un 44% estaría a favor de romper los lazos con el resto de España.
Las razones de este cisma son diversas. Pero hay dos que sobresalen sobre el resto: el desgaste que ha supuesto una aventura metida en un callejón sin salida y la carrera en la que están involucrados los principales partidos con la vista puesta en las próximas elecciones. Los siguientes comicios tocan en 2021, cuatro años después de la cita convocada por Mariano Rajoy el 21 de diciembre de 2017 tras intervenir la autonomía con el 155. Pero pocos creen que el Gobierno de Quim Torra aguante tanto. Las tiranteces entre los dos socios -PDeCAT y ERC- son constantes y, además, el Ejecutivo está en minoría y sin capacidad para aprobar sus principales leyes, incluidos los Presupuestos. Ayer mismo se supo que el Govern ha ordenado limitar el gasto a todos sus entes ante la falta de liquidez.
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Aunque Torra insiste en que no quiere adelantar los comicios, se da por hecho que lo hará. La única pregunta es cuándo. Y ahí todos los ojos se fijan en el Tribunal Supremo. La sentencia del 'procés' se espera para los próximos meses. Se habla de septiembre u octubre. Lo que digan los magistrados incidirá de forma clara en el clima político catalán y no se descarta que una vez se conozca el fallo judicial Torra se decida a llamar a las urnas.
Esa incertidumbre es lo que está condicionando la estrategia de los principales partidos. Ahí se está dando un elemento paradójico. Según el relato conocido de lo que sucedió el convulso mes de octubre de 2017, uno de los motivos que empujó a Puigdemont a declarar la independencia cuando parecía que iba a dar marcha atrás fue la presión de diferentes sectores sociales y políticos. Incluida ERC. El famoso tuit de Gabriel Rufián y las 155 monedas de plata. Como se vio en la fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez de junio, el portavoz republicano se ha transmutado dos años después en una especie de 'hombre de Estado' que apela a responsabilidad. Es el mejor ejemplo de cómo ERC ha apostado ahora por vestirse como el representante de la vía pragmática -otra cuestión es si es una apuesta real o fingida- frente al unilateralismo defendido por Puigdemont y Torra. Las encuestas aplauden esa estrategia y todas indican que ganaría los comicios.
Enfrente están el PDeCAT y la sombra de Puigdemont desde Waterloo. A día de hoy mantienen una línea más ortodoxa y quieren aparecer como los garantes del 'espíritu del 1-O'. Si ERC abrió la puerta a un posible apoyo a Sánchez para llegar a La Moncloa, los 'neoconvergentes' la cerraron. En realidad, todo es pura escenografía y tacticismo. Nadie quiere aparecer como el 'traidor'.
El problema es que para los sectores más convencidos de la ruptura ya lo están siendo. Esta misma semana los CDR -vinculados a la CUP- llenaron de excrementos algunas sedes del PDeCAT y ERC. «No trabajáis para hacer efectiva la independencia. Detenéis activistas. Pactáis con el 155. Menospreciáis los votos del pueblo. El pueblo manda y el Govern obedece. ¿Lo tenéis claro?», clamaron los más radicales. Pero lo que preocupa a los dos partidos soberanistas no es tanto el papel de los 'comités revolucionarios', sino el de movimientos como ANC y Òmnium.
Fueron estas dos asociaciones las que se convirtieron en el ariete del proceso soberanista. Los políticos las alimentaron, las dejaron hacer y ahora amenazan con devorarles. La presidenta de la Asamblea, Elisenda Paluzie, y el exportavoz de ERC en el Congreso, Joan Tardà, han protagonizado esta semana un rifirrafe impensable hace no mucho. El dirigente republicano calificó a la ANC de «contrapoder» y Paluzie le contestó que tenía la «piel muy fina». Eso a un mes de una Diada que se prevé de alto voltaje y en vísperas de las decisión de la Sala presidida por Manuel Marchena.
Los movimientos son constantes. Cinco años después de que Artur Mas lanzase la consulta soberanista aclamado por el conjunto del independentismo, el barco hace aguas y sus ocupantes luchan, cada uno por su lado, por salvarse. Y tras hacer de pirómano, el expresidente de la Generalitat aboga ahora por apagar el incendio y las vías pragmáticas.
Al ya amplio puzzle de partidos existentes en Cataluña se le ha sumado uno más. Se trata de la Lliga Democràtica, que desea aglutinar al catalanismo autonomista y no independentista.
Sus promotores creen que «ha llegado la hora de ofrecer a los catalanes descontentos, desconcertados y desilusionados con los estériles resultados del proceso independentista, una opción política catalanista sin complejos que haga del diálogo, el pactismo y el buen gobierno su razón de ser». Afirman, además, querer superar «la política de bloques». La ejecutiva está presidida por la politóloga Astrid Barrio y cuenta en sus filas con exdirigentes de CiU y personas afines a Manuel Valls.
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