Sorprende encontrarle en las inmediaciones del Parlamento vasco con las manos en los bolsillos y atuendo informal, alejado de la habitual sobriedad del traje. Es jueves, día de pleno ordinario como todas las semanas, pero Andoni Iturbe (Bilbao, 1959) permanece ajeno a las proposiciones no de ley y mociones que se están debatiendo en el hemiciclo. Recién iniciada su jubilación, posa para la fotografía de este reportaje de despedida justo a la entrada de la Cámara y su presencia no pasa desapercibida para quienes han coincidido con él en sus 37 años de trabajo allí. «Andoni, ederra!», le gritan. «¡Qué ilusión le va a hacer a mi madre verme en el periódico!», responde sonriente.
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Quien ha sido letrado mayor del Legislativo de Vitoria durante los últimos ocho años se acostumbra estos días a otro ritmo de vida. Pasará de tramitar iniciativas a cambiar pañales a su nieto, el primero, que nacerá en diciembre. Y todo ese tiempo que le llevaban esos plenos maratonianos se lo dedicará ahora especialmente a su esposa, con la que espera disfrutar de veranos más largos en la casa de Plentzia. «Me costará cambiar el chip, pero creo que no me voy a aburrir», confiesa entre risas tras haber completado el traspaso de poderes con su sucesor, Eneko Pagazaurtundua.
Iturbe encaja en el perfil que se puede presuponer a un letrado mayor, ese guardián en la sombra que vela por el cumplimiento de la legalidad y dirige los servicios administrativos del Parlamento. Un hombre de profundo conocimiento técnico, discreto y siempre tratando de permanecer en un segundo plano, alejado de los focos. Llegó a Becerro de Bengoa como archivista en 1987, en una época en la que «casi todo estaba por hacer», y se incorporó al cuerpo de letrados en 2000, en tiempos en los que la amenaza de ETA aún estaba muy presente. Como muestra, un botón: «Me dijeron que había aprobado la oposición el mismo día en que asesinaron a Fernando Buesa». Ocurrió en Vitoria, a apenas 750 metros de la sede parlamentaria.
Sus primeros cometidos como letrado tuvieron mucho que ver con la violencia. Fue el encargado de la comisión de Derechos Humanos durante la legislatura en la que uno de sus vocales fue José Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera'. «No recuerdo ninguna intervención suya», asegura. El presidente del órgano era Iñigo Urkullu, para el que Iturbe sólo tiene buenas palabras: «Siempre se dejaba asesorar. Me da pena haber perdido el contacto con él». De aquel foro salió una ponencia de víctimas que supuso «un primer paso para dar voz a personas que estaban abandonadas». «Fue algo catártico. Pocas veces he llorado en el Parlamento, pero me rompí al escuchar a una mujer a la que le habían matado al hijo en una manifestación. Ella pasaba todos los días por debajo de casa de su verdugo y veía su ropa colgada».
Aun así, la etapa más difícil que recuerda Iturbe vino después: el 'caso Atutxa'. Tras la ilegalización de Batasuna en 2003, el Tribunal Supremo ordenó la disolución del grupo parlamentario y la Mesa se negó a acatarlo. «Fue una época de máxima incertidumbre. Se nos cayeron todos los esquemas porque considerábamos que partido y grupo eran cosas distintas, pero no teníamos nada a lo que aferrarnos. A día de hoy sigo creyendo que el Parlamento actuó bien», relata. En aquellos días, el entonces letrado mayor, Eduardo Mancisidor, presentó su dimisión y sus labores tuvieron que repartirse entre el resto: «Aquello generó muchos problemas, fue caótico».
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Mancisidor acabó regresando a su puesto en 2005, fue sustituido por Montserrat Auzmendi durante la presidencia de Arantza Quiroga, y volvió en 2012 cuando la actual jefa del Legislativo, Bakartxo Tejeria, accedió al cargo. Ya en 2016, recién iniciado el segundo mandato de Urkullu, cedió el testigo a Iturbe: «Llegué nervioso, pero la legislatura ya estaba lanzada y todo fue más fácil, como he intentado que ocurra también al irme yo». De aquel primer periodo rememora la situación de minoría parlamentaria de PNV y PSE-EE (con 37 escaños, sólo les faltaba un escaño para la mayoría absoluta) y las negociaciones 'in extremis': «Está bien que los números obliguen a dialogar y a acordar para que el Gobierno de turno no aplique el rodillo».
Entre las tres labores principales de cualquier parlamento (legislar, impulsar y controlar la acción gubernamental), Iturbe considera que esta última es «la más importante porque es la única manera de poner las pilas al gobernante». Por eso cree necesario preservar siempre el papel no sólo de la oposición, sino también de la sociedad. En este sentido, considera que la Cámara debería flexibilizar el Reglamento para potenciar la participación ciudadana: «Ahora se pueden presentar iniciativas legislativas populares (las ILP) pero se exigen unos requisitos que no están al alcance de cualquiera. Se podría permitir que la ciudadanía formulara preguntas directas, eso haría que la gente sintiera el Parlamento como algo suyo».
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Se marcha satisfecho, eso sí, por el «nivel» del parlamentarismo que ha vivido pese a que «de vez en cuando también se escuchan auténticas burradas». Entre las personas que más le han marcado, cita a algunos que ya no ocupan escaño, como Cristina Ruiz (PP), Nerea Antia (PNV), Txarli Prieto (PSE-EE) y Mikel Basabe (Aralar). Y a los actuales parlamentarios les deja un consejo: «Que confronten, que debatan, pero siempre con respeto y con empatía, poniéndose en el sitio del otro. Que siempre tengan en cuenta que, independientemente de la ideología, a todos les une el hecho de que quieren lo mejor para el país».
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