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david guadilla
Jueves, 7 de junio 2018, 07:46
Pedro Sánchez ha optado por un hombre acostumbrado a dar un paso al frente para la siempre complicada cartera de Interior. Porque si algo caracteriza a Fernando Grande Marlaska (Bilbao, 1962) es que no se arredra ante casi nada y que es muy difícil ... de encuadrar. Tanto, que cuando algunos dirigentes socialistas se enteraron ayer de su nombramiento no ocultaron su sorpresa al considerarlo más cercano al PP que a posiciones progresistas. Unos recelos que tienen una base real: la de que fueron los populares quienes le propusieron como vocal del Consejo del Poder Judicial en 2012, un cargo que ocupaba hasta este momento.
Pero la personalidad, la carrera y la propia biografía personal de Grande Marlaska es mucho más compleja, poliédrica y mediática de la que puede indicar su posición en el CGPJ o sus apoyos recientes. Azote de ETA, bien considerado por las víctimas del terrorismo, integrado en los primeros años de su carrera en Jueces para la Democracia y con el valor suficiente para narrar en un libro cómo su familia se rompió cuando admitió su homosexualidad con 35 años, el sucesor de Juan Ignacio Zoido –otro juez– al frente de Interior sabe cómo fajarse en situaciones complicadas. Muchas veces a su pesar.
Que el destino le tenía reservado un lugar destacado se confirmó en 1988, cuando ejercía en el juzgado de Santoña. En principio un destino 'fácil'. Hasta que Rafael Escobedo, yerno de los marqueses de Urquijo, apareció muerto en la cárcel de El Dueso. Marlaska apenas tenía 26 años y le tocó bregar con un caso sobre el que corrieron ríos de tinta.
De la localidad cántabra se trasladó a Bilbao. A su Bilbao. Y otra vez el destino le situó de guardia la noche del 23 de septiembre de 1997 en el juzgado de instrucción número 2. Aquel turno marcó parte de su porvenir. Dos etarras fallecieron en un tiroteo con la Guardia Civil en la calle Amistad de la capital vizcaína. A él le tocó llevar el caso. Herri Batasuna lanzó una campaña en la que acusaba a los agentes de, prácticamente, haber ejecutado a los terroristas. Pero Grande Marlaska archivó la causa. Años después se supo que aquella decisión le situó en la diana de ETA. Su nombre apareció en un listado de objetivos de la banda incautado por las fuerzas de seguridad. Como otros muchos profesionales se vio obligado a abandonar el País Vasco por la presión terrorista. Era 2003.
Aquel salto le alejó de Euskadi, de sus paseos por la capital vizcaína de los que había disfrutado desde la niñez. Pero no le distanció de ETA. Porque fue a partir de ahí cuando la lucha contra el terrorismo se convirtió en una de sus razones de ser. Lo hizo desde el mítico juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, al que llegó en 2004 para reemplazar de forma temporal a Baltasar Garzón.
Al frente de ese órgano ordenó en 2005 el procesamiento de Arnaldo Otegi por su integración en ETA al considerar que el partido era una mera correa de transmisión de la banda terrorista. Y en 2006 dirigió la operación contra la red puesta en marcha por los terroristas para el cobro del 'impuesto revolucionario' con sede en el bar Faisán de Irún. Aquel dispositivo acabó provocando un terremoto político al descubrirse que el dueño del local había sido advertido de la redada. Varios mandos policiales y cargos del Gobierno de Zapatero fueron investigados. La izquierda abertzale le transformó en uno de sus principales demonios. Nada ha cambiado. Otegi afirmaba ayer tras conocer su nombramiento: «Me pone los pelos de punta».
Jurista de prestigio con fama de meticuloso, su talante y su cercanía también han sido valorados por las víctimas del terrorismo. Fue el pasado mes de noviembre cuando la AVT le entregó una de sus medallas más relevantes. Fue en un acto celebrado en el Senado en el que también fueron homenajeados los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil. El nuevo ministro del Interior fue ovacionado por los que ahora serán sus subordinados.
Esa cordialidad con las víctimas de ETA puede ser clave en los próximos meses. Porque Marlaska, que en 2016 fue premiado por el Gobierno francés con la Legión de Honor, tiene sobre la mesa una cuestión pendiente: qué hacer con los presos de la banda. Se trata de un tema que el PSOE es consciente que debe manejar con sumo cuidado. Con Mariano Rajoy los socialistas abogaban por flexibilizar la política penitenciaria. Básicamente, estudiar algunos acercamientos, aliviar la situación de los presos enfermos y favorecer el cambio de grado en determinados casos. Pero la capacidad del nuevo ministro del Interior para realizar algún gesto en este sentido está por ver.
Eso sí, a lo largo de su carrera Marlaska ha dado muestras de que no le tiembla el pulso y de que es capaz de superar las presiones. Lo hizo, por ejemplo, cuando desde la presidencia de la Sección Primera de la Sala de loPenal apostó por impulsar la 'vía Nanclares' para que los presos de ETA que habían roto con la banda y dado «garantías ciertas» de que están «en el camino hacia la rehabilitación» accediesen a beneficios penitenciarios. Aquello le granjeó aún más enemigos dentro la izquierda abertzale, donde esos internos, entre ellos Carmen Guisasola y Joseba Urrosolo, son considerados traidores.
Pero solo unos meses después, el nuevo ministro del Interior evidenció su capacidad y su libertad de movimientos al acelerar la excarcelación de una decena de presos de la banda afectados por la derogación de la 'doctrina Parot' tras una sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Marlaska dio ese paso antes de que el Supremo tomase una decisión definitiva y con los colectivos de víctimas en su contra.
En ese recorrido cargado de aristas y que provoca que algunos socialistas no oculten su desconcierto por su designación, hay otro momento marcado en el calendario. Cuando en julio de 2007 archivó el caso por el accidente del Yak-42 que costó la vida a 62 militares españoles cuatro años antes. La Audiencia Nacional revocó esta decisión poco después y reabrió la causa.
Esa capacidad para desprenderse de las etiquetas también la ha demostrado en su vida privada. En 2006 hizo pública su homosexualidad. Un año antes, poco después de que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero legalizase el matrimonio gay, Marlaska se casó con Gorka, su pareja desde hacía varios años. Nunca se escondió.
En un libro autobiográfico publicado en 2017, 'Ni pena ni miedo', explicaba cómo había salido del armario y cómo durante años aquello quebró su vida familiar. «Había que contárselo a mamá. Creí que había que hacerlo y lo hice, eufórico. Yo tenía 35 años. Su reacción fue la peor posible: se agarró de los pelos, se metió en la cama vestida y estuvo quince días sin salir». En un relato duro, sin edulcorar, Marlaska desnudaba su vida. «Rompí con todos ellos, con toda mi familia. Fue una ruptura muy dolorosa, sobre todo porque nunca había vivido presiones familiares de ningún tipo, ni religiosas ni ideológicas». Aquella fractura se prolongó seis años. Entre 1998 y 2004. Con su familia distanciada, obligado a salir de Euskadi, Marlaska se refugió en Gorka, con el que lleva dos décadas.
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