Gobiernos que cambian de color
Análisis ·
Los cambios de color en los gobiernos se han dado casi siempre en nuestro país coincidiendo con hechos extraordinarios ajenos a la gobernación ordinariaAnálisis ·
Los cambios de color en los gobiernos se han dado casi siempre en nuestro país coincidiendo con hechos extraordinarios ajenos a la gobernación ordinariaEl pasado miércoles se cumplió el vigesimoquinto aniversario de las elecciones por las que el Partido Popular, liderado por José María Aznar, accedió por primera vez al Gobierno del Estado. El partido lo celebró con nostalgia y los medios lo recordaron. Coincidieron en la fecha ... dos datos relevantes. Se cumplían cuatro legislaturas seguidas de gobiernos socialistas presididos por Felipe González que parecían interminables y se hacía con el poder un partido al que se creía condenado al papel de eterno aspirante. De hecho, la diferencia de votos fue tan escasa que el presidente saliente se atrevió a decir, tras confirmarse su derrota, que sólo le había faltado una semana de campaña para volver a ganar las elecciones. Quizá tuviera razón. Pero, fuera como fuere, estas líneas pretenden, no detenerse en la fecha, sino dar un repaso a las circunstancias en que se han producido en nuestro país los cambios de color en los gobiernos y destacar el carácter anómalo o extraordinario de casi todas de ellas.
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Por comenzar por el presente, el cambio que estos días se recuerda tuvo lugar en circunstancias no del todo comunes. Lo rodearon algunas que, al igual que en otros casos que citaremos, no tenían que ver con la estricta gobernación del país, sino con anomalías a ésta añadidas. El último Gobierno de Felipe González, además de haber mostrado desde el inicio signos de agotamiento, chapoteó toda la legislatura entre acusaciones de corrupción y crímenes de Estado. El caso Roldán, el abuso de fondos reservados y el afloramiento de los secuestros y asesinatos de los GAL fueron sus hitos más destacados. Un lastre insoportable. De la otra parte, el Partido Popular, tras su (re)fundación en el quicio entre 1989 y 1990, había aglutinado a toda la derecha y podía presentarse como la fuerza reformista que precisaba el país. Sin esta extraordinaria coincidencia de circunstancias, el relevo difícilmente se habría producido. Nunca antes se había debido tanto la victoria de uno a la derrota del otro.
Anómalo había sido también el aplastante triunfo del PSOE en 1982. No habría podido darse en tamañas dimensiones, si no hubieran coincidido dos hechos de carácter extraordinario: el desmoronamiento total de la UCD, incluida la dimisión del presidente Adolfo Suárez, y el fracasado golpe de Estado de 1981. Esa ruina de Gobierno y de Estado, con su traumático impacto en el electorado, propició la abrumadora victoria de un PSOE que, en las anteriores elecciones de 1979, no había dado muestras de ser un serio aspirante a hacerse con el Gobierno. Si la aprobación de la Constitución le había dado la victoria a la UCD, al PSOE se la dio la amenaza de su abolición.
Otras circunstancias extraordinarias coincidieron también en la derrota del PP y la vuelta del PSOE al Gobierno con José Luis Rodríguez Zapatero en 2004. La segunda legislatura de Aznar, apoyada en una amplia mayoría absoluta, se caracterizó por dos hechos que la condenaron: la guerra de Irak, con el desmesurado protagonismo del presidente en el llamado 'trío de las Azores', y el atentado islamista de Atocha. La hybris de Aznar, en el primer caso, y la nefasta gestión comunicativa, en el segundo, dieron a Zapatero el regalo de una victoria que nadie le auguraba. Tendría que venir otro hecho extraordinario como el crack financiero de 2007-2008, con sus destructoras secuelas económicas y sociales, para que el PP recuperara en 2011 la mayoría absoluta y el PSOE se derrumbara a unos niveles de representación que no conocía desde los tiempos de la Transición.
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Finalmente, una intrusa línea en una sentencia judicial provocó en 2018 el más traumático cambio de gobierno que la política española ha conocido en su reciente historia democrática. Por primera vez, una moción de censura dejó de tener meros efectos publicitarios y se convirtió en eficaz herramienta de cambio. En ésas o, mejor, en la segunda derivada de ésas -pues han hecho falta dos elecciones- nos encontramos. El caso es que el cambio del color de gobierno ha venido casi siempre acompañado, propiciado o provocado por hechos acaecidos al margen de la gobernación ordinaria del país y que, en tal sentido, cabría definir de extraordinarios. Regla o casualidad, merecía la pena anotarlo. No por el hecho en sí, que no es exclusivo de nuestra política, sino por su frecuencia, que parece una constante. Demasiado incierto para sacar conclusiones. Pero, vistos los tiempos que corren, a uno le viene a la cabeza la vieja advertencia del «cuídate de los idus de marzo».
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